Según las estadísticas[1], los adolescentes españoles tienen su primera relación sexual a los 18,2 años como edad promedio, mientras que hace 50 años la edad media de la iniciación al sexo era de 23,8 años. El 28% de los jóvenes ha tenido a esta edad (15-16 años) alguna vez relaciones completas. Y sólo el 13% refieren haber tenido su primera relación por amor. El restante 87% la tuvieron movidos por la presión del ambiente, el alcohol, el deseo de perder la virginidad, etc. JAVIER VIDAL-QUADRAS TRÍAS DE BES

La sensación que les queda a muchos de ellos es la de haber dado todo a nadie. Resulta evidente que hay un ambiente coactivo que genera una falta de libertad para defender el valor de la espera. El don de la exclusividad, de la integridad en la entrega, se desvaloriza y no cuenta ya en el sistema de valores de algunos adolescentes.

Aunque el acto sexual parezca el mismo desde un punto de vista mecánico, no lo es desde una perspectiva antropológica, porque el marco de referencia es diametralmente opuesto. Sin la voluntad de donarse por entero, el acto se sitúa en la lógica de la experimentación, de la prueba. Este escenario olvida que la persona es también su tiempo, pues la temporalidad es parte de nuestra vida; en expresión de Julián Marías, el ser humano es un ser proyectivo, dinámico, futurizo, y su futuro forma parte de él. Cuando entregamos el cuerpo sin entregar el espíritu de manera irrevocable, en realidad no se trata de una donación, sino de un préstamo. No hay aquí comunión –unión entera–, porque no se asume el destino de la otra persona, o se hace sólo en la medida en que se adapta a mi propio destino.

O me entrego, o le utilizo

Como explica Joan Costa[2], el problema del amor no comprometido es que sitúa el centro de gravedad en mí mismo y no en la persona amada. Al no prometer un amor para siempre, yo me convierto en el criterio de valoración del otro: el otro vale sólo en la medida en que colma mis expectativas, en que satisface mi interés (por elevado que este sea). El amor auténtico y pleno ama al otro por lo que él es y no por lo que me aporta a mí. Entonces sí, el amor se convierte en don, en entrega, y se hace cabal. Esta es la lógica del amor, una lógica del todo o nada: o me entrego o le utilizo. Si no es don, es interés.

Es cierto que los dos que se aman pueden estar de acuerdo en no comprometerse, pero esto no soluciona el problema; más bien lo agrava, porque significa que los dos están de acuerdo no en amarse, sino en utilizarse mutuamente, en ser uno y otro –al menos en parte– instrumentos, lo que dañaría igualmente a su dignidad de persona.

El problema del amor no comprometido es que sitúa el centro de gravedad en mí mismo y no en la persona amada

El consentimiento matrimonial

Por otra parte, el consentimiento matrimonial no es un consentimiento continuado (Hervada). Crea un estado nuevo, una relación que implica a toda la persona. No es cierto que todas las cosas desaparezcan cuando desaparece la causa que las crea. Cuando el sol no está desaparece su calor, pero un cuchillo hiere y no cura, de la misma manera que un lápiz escribe pero no borra. El consentimiento matrimonial genera el vínculo matrimonial, pero no lo hace depender continuadamente de él. El consentimiento continuado es una falacia porque exigiría una dependencia y atención ininterrumpida que no permite la naturaleza humana: mi voluntad no puede estar constantemente manifestando, durante todos los segundos de mi vida, el amor que prometí un día. Lo único que puedo prometer es que seré capaz de crear un vínculo de amor que defenderé, enriqueceré y cuidaré durante toda mi vida. Quizás el ejemplo de la paternidad pueda arrojar algo de luz: el acto sexual crea el vínculo de paternidad que sigue a la generación de una nueva vida, pero, una vez creado ese vínculo, ya no puedo destruirlo. Y no estoy hablando de eliminar al hijo, lo que todo el mundo entiende que es una aberración moral, sino de extinguir el vínculo, la relación. Jurídica y psicológicamente puedo dejar de ser padre y no tenerme por tal, pero moral y biológicamente lo seguiré siendo siempre. En el matrimonio no se ve tan claro porque el vínculo no genera una nueva vida corpórea y tangible, pero sí crea una nueva realidad moral inextinguible: la relación matrimonial, derivada de una entrega plena de la intimidad personal.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes es secretario general de IFFD y subdirector del Instituto de Estudios Superiores de la Familia de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC).


[1]Informe El adolescente y su entorno en el siglo XXI, del Observatorio de Salud de la Infancia y la Adolescencia del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, 2011.
[2]Costa Bou, J. Notas de su conferencia: Per qué hem de casar-nos?