Alejandro Navas es doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra y profesor de Sociología y de Opinión Pública en la Facultad de Comunicación de esa misma universidad. Hemos hablado con él del mundo globalizado en que vivimos y de los jóvenes que han de abrirse camino en él. JULIO MOLINA
PREGUNTA. Hablamos de globalización recurrentemente, pero no sé si sabemos a qué nos referimos.
RESPUESTA. Desde hace quince o veinte años el término “globalización” es el más empleado en los análisis sociológicos para describir nuestro mundo. Para ponerlo en contexto quizás haya que preguntarse si se trata de un fenómeno inédito o si, por el contrario, ya ha habido anteriormente algún escenario histórico similar. Creo que sí lo hubo en las últimas décadas del siglo XIX y a principios del XX –entre 1870 y la Primera Guerra Mundial– con el auge del comercio internacional, de las exposiciones universales, de los congresos y asociaciones internacionales, del movimiento olímpico, del turismo, de las grandes migraciones. Hubo en ese tiempo una mentalidad nueva de apertura. Luego la tendencia se truncó con el estallido de la Primera Guerra Mundial y con la profunda crisis económica que la siguió, y, más adelante, con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Pero cuando cayó el Muro de Berlín y el comunismo se desmoronó, el mundo volvió a abrirse tal y como lo había hecho un siglo antes. Hoy se ha convertido en un escenario único en el que las fronteras han perdido relevancia.
“Cuando cayó el Muro de Berlín y el comunismo se desmoronó,
el mundo volvió a abrirse tal y como lo había hecho un siglo antes”
P. ¿Y cómo es eso de vivir en un mundo globalizado?
R. Cabe distinguir diversos ámbitos:
En el terreno económico, la globalización se traduce en un mercado único para los capitales y los flujos financieros. No hay fronteras, y alrededor de tres billones de dólares circulan por el aire buscando dónde posarse 24 horas al día los siete días de la semana. Se trata de un mercado online que alcanza todos los rincones del planeta. En buena medida se da también un escenario único para el tráfico de bienes y mercancías, aunque hay excepciones y el libre comercio atraviesa dificultades periódicas. Hay coincidencia en admitir que el comercio internacional favorece a todos y genera prosperidad, pero en contextos de crisis muchos países prefieren cerrar sus fronteras y proteger su mercado y sus industrias. Y en cuanto al flujo de personas y las migraciones, existen hoy abundantes trabas. En el ámbito económico se puede hablar de la globalización, por tanto, como de un fenómeno dispar.
En el terreno político, el estado nacional clásico ha perdido soberanía hacia arriba en favor de organizaciones supranacionales, como la UE en Europa, y, en ocasiones, también hacia abajo (autonomía regional o municipal). El principio básico de la política internacional durante la Guerra Fría hablaba de la “no injerencia en los asuntos internos de otro país”. Ahora, sin embargo, ya no hay asuntos meramente internos de un país: ante una emergencia, una catástrofe natural, un genocidio, una guerra civil o un golpe de estado, la comunidad internacional interviene, y de algún modo en este sentido el mundo es también un escenario único. Navegamos todos en el mismo bote mundial.
P. ¿Qué está ocurriendo en el ámbito cultural?
R, Asistimos a la emergencia de una cultura mundial nueva caracterizada por su uniformidad. Los hábitos de ocio, el entretenimiento, la música, el cine, la vestimenta o la alimentación difieren cada vez menos, no ya entre países, sino entre continentes. Se discute actualmente si esta cultura emergente es síntesis de culturas previas o expresión de la preponderancia de la cultura americana u occidental, que desplaza a las demás, pero lo que está claro es que el mundo se ha vuelto uniforme en muchos aspectos de la vida cotidiana. Es un proceso imparable que parece no admitir marcha atrás.
P. ¿Considera que vamos en la dirección correcta?
R. Para hacer un balance definitivo y delimitar con claridad ventajas e inconvenientes del proceso globalizador hace falta tiempo y perspectiva. Estamos inmersos de pleno en el proceso y su evaluación no es sencilla. Adivinamos la convivencia de luces y sombras. En términos globales se puede decir que la humanidad vive mejor que antes. Si empleamos parámetros al uso, como el índice de desarrollo humano (IDH) de la ONU –que mide la renta per cápita, la salud y la educación–, hoy se vive mejor que hace 30, 50 ó 100 años, aunque es patente que las brechas entre bloques –primer y tercer mundo–, entre países e incluso dentro de las grandes empresas, son grandes e incluso se han ampliado.
P. ¿Qué puede decirme sobre los jóvenes?
R. Aunque ahora nazcan menos niños, la juventud es hoy más amplia y heterogénea que hace unas décadas. En esta etapa se produce la transición de la heteronomía a la autonomía, de la dependencia de los adultos a la independencia, que viene determinada por tres conquistas: familia propia, trabajo propio y vivienda propia. En este sentido, hay dos novedades relevantes: por un lado, la edad de emancipación de los jóvenes se ha retrasado hasta situarse en torno a los 30 años; por otra, la adolescencia, en lo que a maduración biológica y a iniciación en conductas de riesgo se refiere, se ha adelantado. No es infrecuente que alguien pueda vivir como joven en España desde los 13 hasta los 33. Como es obvio, en ese tramo de edad hay millones de personas. Antes, la transición a la edad adulta se producía en torno a los veinte o veintipocos, era rápida; ahora la gente se instala en la juventud y se acomoda ahí diez, quince o veinte años.
“Asistimos a la emergencia de una cultura mundial nueva
caracterizada por su uniformidad”
P. Y vive en casa de sus padres.
R. Por primera vez en un siglo no hay conflicto generacional: los hijos consideran a sus padres personas tolerantes, dialogantes, no autoritarias, y se encuentran a gusto en casa con la comida y la cama hechas. Ha sido una juventud muy apalancada en su hogar, hasta cierto punto mimada y sobreprotegida, pero eso hoy se acabó: no hay trabajo y hay que espabilar y moverse. Y creo que es un buen efecto de las crisis económicas que atravesamos y del mundo global en que vivimos.
P. Se dice que los jóvenes están hoy más preparados que nunca.
R. Sin duda. Hoy disfrutamos de la generación de jóvenes mejor formada en toda la historia de la humanidad, jóvenes que han viajado desde pequeños, que hablan idiomas, que leen y escriben, que dominan las nuevas tecnologías y exprimen sus posibilidades. Sin embargo, es también la época de la generación ni-ni, chicos sin estudios ni trabajo que deambulan sin proyecto de futuro y que caen con frecuencia en la marginalidad. Como señalaba antes, la juventud es un colectivo amplio y heterogéneo, de modo que no vale ya hablar de “la juventud”, sino de diversos grupos, tribus, subculturas juveniles. La preparación concienzuda y la capacidad de integración de algunos conviven con la caída en la marginalización de otros. Hay muchos jóvenes, casi analfabetos funcionales, que no saben leer ni escribir y que son precisamente los que se muestran violentos y xenófobos; no se sienten preparados para el mundo que les ha tocado vivir y tienen miedo. Pero insisto en que nunca los jóvenes valiosos tuvieron las oportunidades que disfrutan hoy los actuales.
P. Hay más oportunidades pero también mayor grado de exigencia.
R. El mundo globalizado implica necesariamente una mayor competencia en el acceso al trabajo y a las oportunidades. Un caso curioso es el de la música clásica en el mundo germánico: poseen una enorme tradición musical, pero son incapaces de desbancar de los primeros puestos en los certámenes internacionales a chinos, japoneses o coreanos; éstos han hecha suya la cultura del esfuerzo y del trabajo perseverante, que ha decaído en buena parte de Europa. Pocos jóvenes atesoran esa capacidad, aun sabiendo que el éxito tiene mucho más que ver con el esfuerzo que con el talento. Uno se encuentra ahora más exigido a la hora de obtener el puesto al que aspira porque la competencia es mucho mayor. Se puede trabajar en cualquier sitio, pero eso implica nuevos desafíos: desplazarse, integrarse en ambientes desconocidos, gestionar la incertidumbre y los riesgos.
“Uno se encuentra ahora más exigido a la hora de obtener el puesto al que aspira porque la competencia es mucho mayor”
P. Una muestra de la globalización, al menos en el marco europeo, es el Programa Erasmus.
R. Creo que el Programa Erasmus ha sido el mayor promotor de la integración europea, más que Bruselas y todo el aparato administrativo comunitario. No me convence, sin embargo, la nueva fórmula de estancias de un solo semestre académico en lugar del curso completo. Conocer otra cultura e integrarse razonablemente en un nuevo ámbito académico, lingüístico y humano exigiría, al menos, una estancia de un año entero; de otro modo, el Programa Erasmus se desperdicia y pierde valor. Una consecuencia feliz de esta iniciativa es que una parte significativa de los alumnos que se acogieron al Programa en sus primeros años de funcionamiento viven y trabajan hoy en Europa. El balance es de lo más positivo.
P. No podemos pasar por alto internet y las nuevas tecnologías.
R. Internet, como casi todo en la vida, muestra una faz ambivalente. Siempre que se habla de las pantallas –móviles, ordenadores, videoconsolas– recuerdo una frase del gran patriarca de la crítica literaria alemana, Marcel Reich-Ranicki, sobre la emergencia de la televisión como fenómeno masivo en los años 60: “la televisión hace a los tontos más tontos, y a los listos, más listos”. Eso es aplicable también hoy a las pantallas.
Google ofrece por ejemplo una aplicación que da a conocer con todo detalle las obras maestras de la pintura de los museos más emblemáticos del mundo, pero ¿cuánta gente joven la utiliza para visitar el Museo del Prado? Por el contrario, cientos de miles de jóvenes utilizan Internet para jugar a videojuegos estimulantes pero no demasiado formativos.
P. Así que recurrimos a Internet pero no le sacamos todo el partido.
R. El número de horas dedicadas a las pantallas por niños y adolescentes en Norteamérica y Europa es muy alto. Y eso tiene consecuencias. Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, el órgano de expresión de la pediatría norteamericana, publica trabajos regularmente en los que se constatan los efectos físicos asociados a la exposición a las pantallas en los jóvenes. Se han documentado problemas neurológicos y oftalmológicos, además de sobrepeso y obesidad, que son la principal preocupación de salud pública en Occidente.
La exposición excesiva a las pantallas afecta por otra parte al rendimiento escolar: niños con poca capacidad de concentración, dominio muy pobre del lenguaje, poca capacidad de abstracción. Habría que ponderar también lo que en economía se llama el coste de oportunidad –lo que se deja de hacer en todo ese tiempo dedicado a las pantallas– y quizás entonces seríamos conscientes de la gravedad del problema.
“El Programa Erasmus ha sido el mayor promotor de la integración europea,
más que Bruselas y toda la administración comunitaria”
P. ¿Nos comunicamos ahora menos que antes?
R. En el mundo virtual se puede interactuar con cualquiera –jugar, hablar, chatear–, pero los jóvenes pasan tanto tiempo online que muchas veces se vuelven inhábiles a la hora de desenvolverse en el mundo real, en el trato cara a cara. En algunos congresos de psiquiatras norteamericanos se ha apuntado que muchos jóvenes acuden a terapia porque son incapaces de expresar sentimientos: carecen del vocabulario correspondiente, les faltan las palabras. Muchos chicos y chicas, cuando empiezan a conocerse y flirtear, por ejemplo, no tienen la destreza elemental para expresar quiénes son y qué quieren. La pornografía es otra cuestión peliaguda en Internet con la que coquetean los jóvenes, y la chabacanería y grosería de esos contenidos lleva luego a los chicos, en el mundo real, a no saber cómo tratar a las chicas. Lo que les sale de modo espontáneo son modos de expresión propios del ambiente pornográfico y eso les asusta a ellas.
P. Con las pantallas la imagen se ha impuesto definitivamente al texto. ¿Qué futuro le queda a la lectura?
R. En su momento, a raíz de sus pobres resultados en el informe PISA, Alemania se propuso estudiar variables que pudieran medirse empíricamente para actuar luego sobre ellas con políticas concretas. Concluyeron que la variable determinante del éxito escolar no era el dinero –Finlandia, que es país puntero en educación, por ejemplo, dedica menos dinero por alumno que España–, sino el ambiente familiar y, más concretamente, el número de libros que había en el hogar: si hay libros, cabe suponer que los padres leen, que los hijos ven a sus padres leer y que aquellos acabarán leyendo. Y es que un joven que lee está salvado como alumno en el colegio y me atrevería a decir que también como persona: tendrá vocabulario, mundo interior, imaginación, atrevimiento. Con la lectura vienen todos los bienes. En gran parte de la juventud y la adolescencia se detecta este déficit y es necesario revertir la situación.
P. ¿Se vuelve ahora más complicada la tarea educadora de los padres?
R. La globalización hace de la educación un reto más difícil hoy. Hasta hace unos decenios educaban la familia, la escuela y la iglesia, y ahora estos agentes han perdido protagonismo en mayor o menor grado, cediendo parte de su papel a las pantallas, al grupo de iguales y a la calle. El efecto de esos nuevos agentes en los jóvenes puede ser decisivo y, sin embargo, educadores y padres apenas tienen capacidad de influencia sobre ellos. Por eso, educar se ha vuelto una tarea menos controlable. No obstante, la impronta familiar es lo que sigue marcando a las personas de modo decisivo. Si el bebé y luego el niño encuentran en casa un clima de acogida amorosa y adquieren la confianza inicial, originaria, se enfrentarán después al mundo sintiéndose seguros. El bagaje y el fundamento del cariño recibido y el buen ejemplo dado por los padres son herramientas de las que los jóvenes se valdrán aun estando expuestos a muy diversas circunstancias e influencias. Si los padres cumplen con su papel pueden quedarse tranquilos, y eso es alentador. Claro está que tienen que aprender a confiar en su labor y en sus hijos, lo que entraña riesgos, pero como he dicho al principio el mundo globalizado que nos toca vivir ha acabado con muchas viejas seguridades.