Todos hemos tenido oportunidad de conocer a personas que, pese a haber alcanzado cierto grado de éxito en la vida, no daban la impresión de vivir plenamente. Esto parece carecer de lógica pero, ¿se trata realmente de un sinsentido? En absoluto. Sucede tan sólo que vida plena y vida exitosa no son lo mismo. ENRIQUE ULECIA
El filósofo Alejandro Llano[1] señala que la vida lograda ha de comprender las dimensiones pública y privada de la persona. Y la dimensión realmente importante, de la que en último término va a depender nuestra felicidad, es la segunda. Por una parte, porque los reveses profesionales tienen una importancia relativa. Por otra, porque las secuelas de un fracaso personal son por lo general de calado, hondas y duraderas. Así las cosas, afanarse por construir un futuro profesional sin haberse ocupado uno antes de sí mismo carece de sentido. Entre otras cosas, porque para ser un buen profesional es necesario ser buena persona. Llano afirma que la incoherencia vital puede generar tal problema interno, tal esquizofrenia interior, que nadie sin unidad de vida debería atreverse a asumir en el trabajo un puesto de responsabilidad.
Esto no quiere decir que las personas con vidas plenas esquiven fracasos o frustraciones. Los tienen, y en todos los órdenes, pero aprenden a encajarlos y a seguir hacia adelante. En esa línea, Llano afirma que esa agilidad interior que demuestran esas personas más valiosas e interesantes se debe a que no arrastran la carga de frustraciones y resentimientos que el curso de la vida podría haber depositado en ellas, sino que viven a fondo la libre intensidad de la hora presente.
Afanarse por construir un futuro profesional sin haberse ocupado uno antes
de sí mismo carece de sentido
Ampliar el abanico de prioridades
Quizás sea Carlos Cardona[2] quien dé mejores pistas sobre cómo alcanzar una vida plena cuando se refiere a que todo el mundo, pero cada uno por su cuenta, puede ser absolutamente excelente en el amor, y así absolutamente bueno. Depende de que libremente quiera, depende de la cualidad y de la intensidad de su amor. Todos somos en este punto radicalmente iguales, y sólo en función de lo que cada uno haga libremente con su amor diferiremos.
En cualquier caso, para los padres existe una estrecha vinculación entre la plenitud de sus hijos y la suya propia. La vida plena no tiene tanto que ver con la mejora en solitario de las marcas personales como con la llegada a la meta lo mejor acompañado posible. Resulta muy esclarecedora la afirmación incluida en Educación Familiar. Nuevas relaciones humanas y humanizadoras[3], cuando dice que la empresa más importante de la propia vida es alcanzar el triunfo conjunto con quienes se han establecido los vínculos más profundos y duraderos que el ser humano ordinariamente es capaz de fundar. Por ello, aquellos padres que aspiren a una vida plena no deben preocuparse sólo de los aspectos que les afectan únicamente a ellos. Deben aprender a ampliar su abanico de prioridades, y dedicar una parte importante de su tiempo y sus energías a procurar una vida plena para cada uno de sus hijos, y también para el resto de personas que tienen a su alrededor.
Para los padres existe una estrecha vinculación entre la plenitud de sus hijos y
la suya propia
Del amor espontáneo al amor reflexivo
Cabe advertir que, en la tarea de educar, las buenas intenciones no son suficientes. El afecto que los padres sienten hacia sus hijos se concreta en el tiempo que les dedican. No basta con quererles mucho. Tiempo y, con él, diálogo, un diálogo afectuoso e inteligente, inspirador de la confianza necesaria para educar en libertad y responsabilidad.
Cardona[4] resalta que la naturaleza dota a los padres de la cualidad más importante para educar: el amor. Ese amor es natural, espontáneo, pues los hijos son carne de la propia carne. No obstante, los padres deben hacer de ese amor espontáneo un amor reflexivo, voluntario, libre… Los padres han de ser constantes para ir transformando ese amor natural en un amor más entregado.
El afecto que los padres sienten hacia sus hijos se concreta en el
tiempo que les dedican
La importancia del ejemplo en la educación del carácter
Por causas muy diversas, las horas dedicadas a la vida familiar han disminuido respecto a épocas anteriores. Las largas jornadas laborales, los viajes de trabajo, las actividades extraescolares, la implantación de algunos modelos de ocio demasiado individualistas y, en fin, un largo etcétera de motivos más o menos justificados, dificultan las cosas.
Pero lo cierto es que, pese a todo, los hijos siguen necesitando de sus padres para aprender a crecer. Ryan y Bohlin[5] han afirmado que los niños, como no nacen con un buen carácter ni con una batería completa de valores morales, necesitan a los adultos para comprender primero y adquirir después aquellos hábitos morales que les ayuden a formar su carácter. Y que vean en sus progenitores modelos, referentes, espejos en los que mirarse, facilita muy mucho el proceso. No hay, de hecho, alternativa, por lo que resulta imprescindible que los padres se esfuercen por mejorar en los distintos ámbitos de su vida.
Isaacs[6] señala que los padres, como primeros educadores de sus hijos y por vivir con ellos en la institución natural familiar, deben cuidar aquellos aspectos que son responsabilidad natural de la familia (aspectos por los cuales la familia fue instituida). En concreto, se refiere al deber de los padres de cuidar el desarrollo de las virtudes humanas en sus hijos –el desarrollo de buenos hábitos y cualidades–, sin caer en la tentación de delegar esta tarea –la gran tarea, al fin y al cabo– en terceros.
En este sentido Alejandro Llano apunta en La vida lograda que la primera fase de nuestra vida es la que más hondamente nos marca en el aspecto ético y cultural. El ethos no es como una especie de medio externo en el cual quedáramos inmersos de manera más o menos automática y pasiva. Se trata más bien de una connaturalidad adquirida a través de intentos continuamente corregidos por nosotros mismos y, sobre todo, por nuestros parientes, amigos, maestros. Es así como vamos incorporando activamente esos factores de crecimiento en nosotros mismos a los que denominamos hábitos.
Enrique Ulecia es consultor y orientador familiar.
[1] Llano, A. (2002/2009). La vida lograda (7ª Reimpresión). Barcelona: Ariel.
[2] Cardona, C. (1987). Metafísica del bien y del mal. Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra.
[3] Gervilla, E., Rodríguez, T., Fermoso, P., Pérez, P., Ibáñez-Martín, J. A., Medina, R., et al. (2003). Educación Familiar. Nuevas relaciones humanas y humanizadoras. Madrid: Narcea, S.A. de Ediciones.
[4] Cardona, C. (2005). Ética del quehacer educativo. Madrid: Ediciones Rialp, S.A.
[5] Ryan, K. & Bohlin, K. (1999). Building Character in Schools. San Francisco: Jossey-Bass Publishers.
[6] Isaacs, D. (2001). Character Building (2ª ed.). Glasgow: Omnia Books Ltd.