El buen carácter requiere un gran despliegue de virtudes o, por decirlo de otro modo, el cultivo de aquellos hábitos que nos ayudan a gestionar nuestras emociones inteligentemente, a considerar a los demás, y a discernir con clarividencia y acierto lo que está bien de lo que está mal. Inculcar estos buenos hábitos en los hijos es un desafío, aunque difícil, ineludible para los padres. De modo que comparto aquí una serie de sucintas notas, a mi juicio inspiradoras, con la esperanza de que resulten de utilidad en el desempeño de semejante tarea. ANDREW MULLINS

  • La unidad entre los esposos –la defensa de los mismos puntos de vista y postulados– contribuye de forma significativa a desempeñar con éxito su tarea como padres. En la Odisea, Homero escribió: “No hay nada mejor ni más útil que marido y mujer gobiernen su casa guiados por el mismo parecer”.
  • El conocimiento de uno mismo, de las propias fortalezas y debilidades, y el reconocimiento honesto de las faltas y de los errores cometidos, resulta imprescindible. Los niños perciben la hipocresía muy agudamente.
  • La dedicación, el esfuerzo generoso, la ayuda al cónyuge para aliviar el peso de sus cargas, es otro ingrediente fundamental.
  • Rapidez a la hora de identificar en los niños patrones de comportamiento, tanto positivos como negativos, y presteza para intervenir en caso de que se intuya en los negativos el nacimiento de malos hábitos y vicios. “El carácter del joven es blando como la cera para inclinarse a los malos hábitos”, decía en boca de un viejo soldado romano el poeta Horacio.
  • Conviene tener siempre bien presentes los objetivos últimos de la educación. Cualquiera que sea nuestro temperamento, o el de nuestros hijos, todos necesitamos virtudes. “No hay oro en el mundo que valga tanto como la virtud”, nos enseñó Platón.
  • La importancia de las virtudes cardinales. Las virtudes cardinales no son un listado de disposiciones arbitrarias o aleatorias; apuntalan los poderes del alma necesarios para dominarnos a nosotros mismos y disponernos al bien.
  • La comunicación franca y cordial con los hijos –no sólo es cuestión de hacer con ellos, sino de hablar con ellos de forma recurrente– es otro recurso necesario.
  • Los padres, durante los primeros años, han de guiar a sus hijos hacia la fortaleza y la templanza. Es imprescindible que resuelvan sus propios problemas, que enmienden sus propios errores. La sobreprotección no hace sino perjudicarlos. Hesíodo, uno de los poetas ilustres de la Antigua Grecia, señaló que “los dioses hicieron de la virtud la recompensa del trabajo duro”.
  • Aristóteles considera que la fortaleza y la templanza son las medidas imprescindibles del deseo humano: buscar el placer y evitar el dolor de acuerdo con el juicio correcto.
  • La obediencia como prueba de amor. Cuando los niños, de pequeños, atienden las razones de sus padres y los obedecen, se preparan para obedecer en el futuro las suyas propias.
  • Según dice el escritor John Menadue, “las encuestas señalan que más allá de cierto nivel de bienestar, la felicidad ya no aumenta”, lo que puede servirnos para recapacitar sobre la tentación de consentir o satisfacer en exceso los deseos de los hijos.
  • La impronta de las primeras experiencias. No existe etapa más propicia para la formación de los hábitos que la niñez. Como observaba Aristóteles, “las personas preferimos siempre aquello que experimentamos en primer lugar”.
  • Perfeccionamiento continuo de uno mismo. El profesor Thomas Lickona escribe: “El buen carácter consiste en saber lo bueno, desear lo bueno y hacer lo bueno… hábitos de la mente, hábitos del corazón, y hábitos de acción”.

Andrew Mullins es doctor en Filosofía por la Universidad de Notre Dame, Australia.