Sabemos que todos los problemas educativos son siempre, en última instancia, cuestión de falta de buen amor, con lo que resulta relativamente claro el modo en que hemos de procurar comportarnos para enderezar las situaciones menos favorables que pudieran surgir en el hogar. TOMÁS MELENDO
Siempre hemos de mirar, antes que nada, hacia nosotros mismos, hacia cada uno, para mejorar nuestra actitud y nuestras disposiciones… y el calibre de nuestro querer: la resolución de cualquier dificultad que afecte a una familia encuentra normalmente su punto de partida y su motor insustituible en un cambio estrictamente personal –¡mío!–, que produzca como consecuencia una elevación en la categoría del amor recíproco.
De la buena sintonía en la vida conyugal depende el adelantamiento de todos y cada uno de los componentes de la familia. Recordamos que la esencia del matrimonio es el amor; y que el momento resolutivo de todo amor es la entrega; entrega que se configura de una manera muy peculiar e intensa entre los esposos, pues lo que ambos se entregan y reciben es su misma persona íntegra, sin residuos; es decir, cada uno se ofrenda a sí mismo sin condiciones a la persona amada, al tiempo que la acoge también sin reservas.
Así, la clave del éxito de la convivencia matrimonial consiste en liberarnos de las ligaduras que nos atan al propio yo –nuestros caprichos, nuestros criterios, nuestro afán de imponernos y llevar razón…–, de modo que se torne viable una entrega cada vez más intensa a nuestro cónyuge (que podamos darnos de veras); y, a la par, en ir desprendiéndose y vaciándose de uno mismo para dejar espacio en nuestro interior al ser querido (para poderlo acoger sin restricciones).
La resolución de cualquier dificultad que afecte a una familia
pasa por un cambio estrictamente personal
Tres advertencias
Prestemos atención a estas tres sensatas anotaciones de Ugo Borghello[1]:
- “Ante cualquier dificultad en la vida de relación todos deberían saber que existe una única persona sobre la que cabe actuar para hacer que la situación mejore: ellos mismos. Y esto es siempre posible. De ordinario, sin embargo, se pretende que sea el otro cónyuge el que cambie y casi nunca se logra”.
- “Resulta decisivo tener una voluntad radical de entrega de sí al otro. A menudo los cónyuges juzgan y miden el amor del otro, el don del otro, perdiendo de esta manera el don de sí incondicionado. El don de sí sólo puede exigirse a uno mismo. El del cónyuge no se logrará exigiéndoselo, sino creando un clima de donación”. Como repetía San Juan de la Cruz, “donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”: el amor llama al amor.
- Es inútil y contraproducente pretender en nuestro interior” o manifestar verbalmente “que el otro o la otra cambien del modo en que yo lo digo y porque yo se lo digo. Cabe favorecer y ayudar la mejora, pero no pretenderla” ni, mucho menos, exigirla. “Lo que tenga que ocurrir ha de valorarlo el otro o la otra; no es suficiente con amar y tener cariño, es preciso que el otro se sienta amado y estimado. Puede afirmarse sin miedo a errar que muchas familias fracasan porque”, movido a menudo por un orgullo semiconsciente, “cada cual está convencido de que es el otro quien debe cambiar o por lo menos el que debe hacerlo en primer término”.
El principio está muy claro, y es el propio Borghello quien lo enuncia: “si quieres cambiar a tu cónyuge cambia tú primero en algo”. Y explica: “siempre existe algo en el tono de la voz, en el modo de recriminar, en el de presentar el problema…, en que yo puedo mejorar. Por lo común basta que yo lo haga para que la otra persona también cambie. Si no sucediera así, después de algunos días de mudanza real por mi parte, es conveniente hablar: se reconocen los propios errores pasados, se hace notar que de un tiempo a esta parte ha habido un avance y, a renglón seguido, se pide al cónyuge una pequeña transformación que facilite el amarlo con sus defectos. Una vez hecho esto, si el otro está de acuerdo, lo más importante ya ha sido realizado. Sin duda, sería exagerado pretender que desde ese momento no caiga más en el defecto admitido; basta que luche. Lo importante, con el arte del diálogo, es que cada uno reconozca las propias deficiencias sin necesidad de encarnizarse en las de la pareja. Quien no haya jamás probado modificar el propio modo de obrar para ayudar a los demás a hacerlo, basta que lo intente y advertirá de inmediato una mejoría perceptible”… y en ocasiones asombrosa.
Lo importante es que cada uno reconozca las propias deficiencias
sin necesidad de encarnizarse en las de la pareja
El perdón conmueve las entrañas del mundo
Supongamos una familia numerosa reunida ya al caer la tarde en torno a la mesa, para la cena. La conversación transcurre, como de costumbre, entre anécdotas del día, recuerdos, proyectos de uno y de otros… Y, también como de costumbre, la salpica alguna que otra pelea, sobre todo entre los más pequeños. Pero esta noche, por las razones que fuere, el padre se encuentra tenso; ante la disputa de los pequeños no sabe reaccionar como otras veces, con una broma discreta que quite hierro al asunto, distienda de nuevo el ambiente y dé por zanjada la cuestión… sino que eleva el tono de la voz, recrimina a los revoltosos y sofoca el agradable clima de la comida en común…
La madre, delicada, sale al quite, pero la armonía y el buen humor no logran recuperarse. Quien más sufre, a la vista de lo ocurrido, es lógicamente el padre. Pasa el rato. Probablemente se excuse ante los hijos regañados… sin lograr por ello recuperar del todo la paz. Y llega el momento de acostarse. Es el instante decisivo y, en la calidez sosegada del lecho, inicia ante la esposa la petición de perdón… que ésta ni siquiera permite expresar verbalmente. Un beso rebosante de comprensión y ternura sella la boca arrepentida y un abrazo más elocuente que cualquier palabra concluye para siempre el asunto.
¿Qué sentimientos embargan entonces al marido? Los de una tremenda gratitud enamorada, muy superior a la de los días que transcurren sin meteduras de patas. Y es que, como comenta agudamente Marta Brancatisano, en uno de los libros: “ser amados cuando somos los héroes o los primeros de la clase ni siquiera nos produce mucha satisfacción; pero ser amados cuando somos y nos comportamos como unos gusanos… ah, esto sí que es algo que conmueve las entrañas del mundo, algo que provoca un estupor capaz de dar nueva vida a quien recibe un amor así”. Una nueva vida que facilita enormemente el cambio personal, la mejora decidida… apta para resolver todas las contradicciones de la existencia en familia.
El mayor reto y la condición inesquivable de la felicidad de una familia está en el convencimiento de que la clave para superar el 99% de los problemas que surgen en el hogar consiste en empeñarse personalmente –¡cada uno!– en aquilatar la categoría del propio amor… olvidándose de sí y poniendo en sordina los propios derechos. Y esto, tanto por lo que atañe al matrimonio como a las relaciones con los hijos y a las de los hermanos entre sí. Luchando por modificar nuestra conducta, haciendo más tersa y eficaz nuestra entrega, se enriquecerá antes que nada la vida conyugal y, potenciada por ella, la del conjunto de la familia… y, a la larga, la de la entera Humanidad.
Luchando por modificar nuestra conducta se enriquecerá
antes que nada la vida conyugal y la del conjunto de la familia
Para transformar el mundo
En el contexto de los retos que se plantean a la familia del siglo XXI, casi en los inicios de su pontificado, en 1979, Juan Pablo II asentó este principio esclarecedor e incuestionable: “Cual es la familia, tal es la nación, porque tal es el hombre”. En efecto, de lo que cada uno hagamos en el seno del propio hogar depende no ya la buena salud de nuestra familia y de nuestros respectivos países, sino, en virtud de los profundos cambios acaecidos en los últimos decenios –la famosa globalización–, el bienestar de la Humanidad en su conjunto.
La neta conciencia de ennoblecer la calidad del propio amor, antes que nada en el interior de cada matrimonio, posee una importancia inigualable y goza a la larga de una eficacia insospechada… para el perfeccionamiento de las relaciones entre todos los hombres. En tal sentido, resultan casi proféticas, y tremendamente operativas, las afirmaciones que el Sumo Pontífice hacía en el último Jubileo de las Familias, el 15 de octubre del año 2000: “Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos”. Y añadió de inmediato con el vigor y la penetración acostumbrados y como para explicitar el sentido más hondo de sus palabras: “Toda la gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir de la relación con la cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno para el otro, y deciden unir sus existencias en un único proyecto de vida”.
Todo ello depende –es la inequívoca afirmación del Sumo Pontífice– del acrisolamiento del amor conyugal: “un hombre y una mujer”, como él mismo subraya; de lo que hagan con su cariño cada uno de los esposos. Pero, por desgracia, el matrimonio no goza en nuestro tiempo de la buena salud que sería de desear. Considero por eso que nuestra principal misión consiste en hacer eco a la conocida exhortación del Papa en la Familiaris consortio: “Familia, ¡sé lo que eres!”; hacerle eco y traducirla en esta otra más concreta y exigente, dirigida de manera imperiosa a cada cónyuge: ¡sé tú el que eres! y consigue, mediante una purificación de tu amor personal, hacer de tu matrimonio lo que por naturaleza está llamado a ser.
Es la forma más rápida y eficaz, y la más asequible, de contribuir a la felicidad de todos los hombres.
Tomás Melendo es catedrático de Metafísica por la Universidad de Málaga.
[1]Doctor en Derecho Canónico por el Angelicum de Roma y licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra, antes de ordenarse sacerdote en 1961. Ha dedicado numerosos artículos en diarios y revistas al tema de la familia, así como varios libros de gran éxito.