Kilkelly, Ireland, 1860. My dear and loving son John… (Kilkelly, Irlanda, 1860. Mi querido y amado hijo John…)”. Estas palabras, que responden al encabezamiento típico de una correspondencia privada, son en realidad los primeros versos de una bella canción, conmovedora, a cuyo trasfondo bien merece la pena que le dedicamos estas líneas. ESTHER RODRÍGUEZ FRAILE

Un buen día, por casualidad, en el ático de la antigua casa de su familia, un cantautor norteamericano de origen irlandés, de nombre Peter Jones, encontró un ajado paquete que, a pesar de su reducido tamaño, contenía una buena parte de la historia de Irlanda y, más importante todavía, de la historia de su propia familia: veinte cartas que, entre 1858 y 1893, escribió Bryan Hunt, un antepasado de Jones, a su hijo John, emigrado a Estados Unidos en 1855. Consciente del valor de su descubrimiento y deseoso, como todo artista, de darlo a conocer al mundo del modo que mejor conocía, convirtió lo leído en una conmovedora balada, que apareció en 1987 en un álbum del sello estadounidense Green Linnet, especializado en música irlandesa. En aquel entonces fue interpretada por Mick Moloney, Robbie O’Connell y Jimmy Keane, pero existen versiones de Danny Doyle, Cill Cheallaigh o Blackthorn, entre otras, y es ya un título imprescindible en cualquier recopilación de canciones celtas.

Jones condensó las veinte epístolas en cinco, cada una de las cuales recoge por décadas aquello que les aconteció a sus antepasados. De este modo, a través de las cinco estrofas resultantes, asistimos a un vívido relato de lo que tantas personas, obligadas por las circunstancias, han tenido que padecer, luchar, superar, al verse alejadas de su familia, de su hogar y de la tierra que las vio nacer.

Asistimos a un vívido relato de lo que las personas tienen que
padecer al verse alejadas de sus familias

La sociedad rural irlandesa del siglo XIX

Los primeros compases de la canción –que arranca, como decimos, en 1860–, son toda una declaración de intenciones y un auténtico estado de la cuestión que sitúa al oyente en la sociedad rural irlandesa del siglo XIX, con la plasticidad y precisión de una máquina del tiempo. Kilkelly, título de la canción y centro geográfico y emocional del relato, es una población perteneciente al condado de Mayo, en el oeste de Irlanda, que cuenta en la actualidad con cerca de 400 habitantes. Allí residían los Hunt y desde allí envía Bryan la primera misiva, en la que comienza diciéndole a su hijo que ha sido el maestro Pat McNamara quien ha puesto por escrito las líneas que está leyendo.

El analfabetismo, conviene recordarlo, fue una lacra social en Europa hasta comienzos del siglo XX. A pesar de las sucesivas legislaciones que, conforme se extendía el nuevo régimen nacido tras la Revolución francesa, los gobiernos liberales promulgaron, el acceso a la educación se demoraba en las zonas más desfavorecidas, en especial en las zonas rurales o más alejadas de los núcleos urbanos. Era habitual que, para la redacción de cartas, licencias, contratos etc., se recurriese al maestro o al párroco de la localidad. El mencionado Pat McNamara fue realmente un maestro rural, fallecido en 1902, que recogió el devenir de su actividad en un valioso diario que testimonia la ingente tarea que tenían tanto él como sus colegas de profesión en una tierra tan castigada como Kilkelly. En las cartas originales, a menudo aparece una posdata en la que el propio McNamara saluda personalmente a John, ya que fueron amigos antes de que sus caminos se separaran.

Jones condensa las veinte epístolas en cinco y recoge por décadas aquello que
les aconteció a sus antepasados

El dolor del matrimonio Hunt

Bryan informa luego de que el resto de sus hijos, los hermanos de John, han emigrado a Inglaterra para buscar trabajo, y cita la causa: la pérdida de casi la mitad de la cosecha de patatas. Está documentado que entre 1845 y 1849 una plaga azotó los cultivos de patata en Irlanda, provocando una hambruna con graves consecuencias. La población pobre y rural – en Irlanda, la mayoría– vivía exclusivamente de este tubérculo, por lo que hubo cerca de millón y medio de muertos por inanición. A ellos hay que añadir otros tantos que emigraron, fundamentalmente a Estados Unidos –entre los que estaría John–, por lo que el país perdió tres millones de habitantes drásticamente, cuando apenas llegaba a los seis.

Tras la marcha de sus hermanos, a decir del padre, la casa ha quedado “empty and sad (vacía y triste)”. No es difícil imaginar lo desolador del domicilio familiar y el profundo dolor del matrimonio Hunt. John Ford, también hijo de emigrantes irlandeses, plasmó perfectamente esta sensación en un sobrecogedor plano de Qué verde era mi valle (1941), un film con una temática muy parecida a la de nuestra canción. En él aparece la madre sentada de cara a la ventana, escuchando –y asumiendo– el sonido que hace al cerrarse la puerta por la que han salido sus hijos para viajar al otro lado del océano.

En esta primera estrofa aparece una interesante, y por otra parte muy natural, recomendación: “Your mother says not to work on the railroad (tu madre dice que no trabajes en el ferrocarril)”. Estados Unidos se extendía rápidamente hacia el Oeste y era imprescindible, para controlar el territorio y poder explotarlo eficazmente, contar con una potente línea de tren, cuya construcción demandaba ingentes cantidades de mano de obra y era destino ineludible para los emigrantes, especialmente chinos e irlandeses. Los avances fueron vertiginosos, sobre todo a partir de la década de 1860, cuando el gobierno resultante de la Guerra de Secesión (1861-1865) incentivó a las dos principales empresas del ramo, la Union Pacific y la Central State, para que terminaran sus respectivas líneas y quedaran por fin unidas las dos costas del país. Los obreros debieron soportar por tanto largas jornadas de trabajo y temperaturas extremas de frío y de calor, además de los eventuales ataques de los indios. Esta muestra de preocupación pone punto final a la primera estrofa junto con un cariñoso e ingenuo deseo: “And be sure to come on home soon (y asegúrate de volver a casa pronto)”, que expresa la seguridad de que verán a John pronto en casa.

Irlanda perdió tres millones de habitantes drásticamente,
cuando apenas llegaba a los seis, por las hambrunas y por la emigración

Muerte de Elizabeth

Peter Jones fecha la segunda carta en 1870. El músico omite de golpe un intervalo de diez años y hace notar cómo el matrimonio Hunt va asimilando la marcha de su hijo. Intuimos a través de algunos apuntes que John se ha casado y ya tiene cuatro hijos y que tiene un nuevo trabajo, aunque no especifica cuál (quizás evita hablar de él porque se trata de un empleo relacionado con el ferrocarril). Lo que no mejora es la situación en Kilkelly. La humedad ha estropeado la turba y no hay con qué calentarse. Al final de la carta encontramos de nuevo una despedida teñida de reproche: “you don’t say (…) when you will be coming home (no dices cuándo vendrás a casa)”.

La tercera carta, que remite a lo sucedido en la década de 1880, presenta dos sorpresas: va dirigida a John y a su hermano Michael –emigrado también, suponemos, a Estados Unidos– y en ella el padre informa de que su mujer, Elizabeth, ha fallecido. Pese a la triste noticia, exhorta a sus hijos a no preocuparse porque Elizabeth murió rápidamente y fue enterrada en el cementerio de la iglesia, una costumbre habitual en Irlanda y el Reino Unido en general. Por las cartas originales sabemos que la parroquia a la que se refiere es la de Aughamore, una población cercana, al sur de Kilkelly.

Bryan también se alegra de que Michael vaya a volver. La situación en Irlanda no mejora tras una nueva cosecha perdida y la gente emigra y vende las tierras al precio sugerido por el comprador, por lo que augura un buen futuro para su hijo cuando regrese.

Pese a la triste noticia, Bryan exhorta a sus hijos a no preocuparse porque
Elizabeth murió rápidamente

Un bello epitafio

En 1890 se fecha la siguiente estrofa. “I guess that I must be close on to eighty, it’s thirty years since you’re gone (creo que debo de tener ochenta años, porque hace treinta que te fuiste)”. Estremecen estas líneas pues Bryan no está seguro de su edad –algo habitual en la época– pero sí lleva la cuenta del tiempo que lleva sin ver a su hijo. Agradece el dinero que John le envía, da noticia de la buena salud y vitalidad de sus nietos y de nuevo exhala una esperanza: “You say that you might even come for a visit, what joy to see you again (dices que podrías venir a visitarnos, qué alegría verte de nuevo)”.

Ya en la última estrofa, el solo encabezamiento produce dos sobrecogedores impactos. El primero es la fecha, 1892, ya que apenas han pasado dos años desde la anterior misiva, y esta precipitación deja entrever un mal presagio; el segundo, que lo confirma, es el cambio en el enunciado del destinatario: “my dear brother John (mi querido hermano John)”. Es Michael quien escribe sobre el fallecimiento de su padre. Informa de que este vivió feliz, sano y acompañado hasta el final, y que fue enterrado al lado de su mujer en el cementerio de la iglesia. El propio Michael hace un bello epitafio: “He was a strong and a feisty old man, considering his life was so hard (Fue un hombre fuerte y luchador, viendo la vida tan dura que llevó)”, e igual que su padre despide la carta, y la canción, con un cariñoso anhelo. La ilusión de emprender una nueva vida tiene siempre un doloroso reverso que pesa sobre todos los que emigran cruzando océanos de cualquier tipo, el de ver cómo se alejan todas las cosas y personas que les son queridas; y en ambas orillas, lo que siempre queda, como un eco, son los últimos compases de Kilkelly: “Oh, why don’t you think about coming to visit?, we’d all love to see you again (Oh, ¿por qué no piensas en venir a visitarnos? Nos encantaría a todos volver a verte)”.

Esther Rodríguez Fraile es investigadora y licenciada en Historia.