El amor verdadero no busca la independencia ni la liberación de todos los vínculos y responsabilidades; al contrario, impulsa a actuar justo al revés: se entrega y anhela atarse para siempre a quien quiere ¡y no dejarle nunca más! JUTTA BURGGRAF

Estos son los grandes deseos, los grandes impulsos naturales del amor. Sin embargo, todos conocemos las flaquezas de nuestra naturaleza: hoy sentimos gran pasión por una persona; mañana quizá, por otra. Por eso no bastan los deseos de fidelidad, las promesas secretas o clandestinas. Hace falta llegar a consensuar una alianza objetiva, a comprometerse de cara a la sociedad, lo que se traduce –en este caso– en contraer matrimonio.

Esta alianza es una protección del amor. Es como decirle a otra persona: “Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero quererte. No sé todo lo que pasará a lo largo de la vida; a lo mejor hay tentaciones y conflictos, pero tengo la voluntad de superarlas y, para probártelo, te doy una promesa oficial”.

Los grandes navegantes de la mitología griega prometían a sus amigas y amantes volver a casa después de algún tiempo de aventuras y trabajos, pero al final nunca volvían. A su paso por la isla de las sirenas se sentían tan fascinados por su canto que cambiaban de rumbo para reunirse con ellas, y ya nunca regresaban… Pero hubo uno (Ulises) que previó el peligro: quiso que sus compañeros le ataran al mástil de la nave para que cuando pasaran por la isla y escucharan el canto maravilloso no pudiera seguir las voces (las sirenas no pudieron seducirle finalmente y fue el único que regresó a casa).

Toda persona –incluso el más acérrimo crítico del matrimonio– anhela, si es sincero consigo mismo, tener alguien en quien poder abandonarse completamente, alguien que siempre esté con él, pase lo que pase, también cuando sufre fracasos y enfermedades, cuando se hace mayor y más débil.

No bastan los deseos de fidelidad; es preciso consensuar una alianza objetiva, comprometerse de cara a la sociedad

Crisis y oportunidad

Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo consiste en demostrar que el matrimonio es atractivo y que realmente es el amor el que reina entre los esposos. Conviene demostrar, en definitiva, que la fidelidad matrimonial es posible y que lleva a una felicidad mucho mayor que el amor espontáneo: éste puede ser muy apasionante, pero queda inmaduro si huye de la entrega definitiva. Hoy en día hacen falta parejas que sean ejemplo de que el matrimonio, como vida en común indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad de toda la familia, y para la de ellos mismos en la juventud, en la madurez y en la ancianidad.

Todo matrimonio pasa por crisis, igual que toda persona, cuando crece, experimenta sus crisis de desarrollo. Es muy normal que haya momentos duros en la vida: uno nota monotonía, desazón, quizá falta de una plena realización profesional; ve que los planes se derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que la imaginación sugería; y a veces, con los años, aparece el remordimiento de no haber dado al otro todo lo que se le podía haber dado… Pero toda crisis trae consigo un cambio, y ese cambio puede sentar las bases de una madurez y confianza más plenas.

El día de la boda no es la última estación, sino el comienzo de la verdadera aventura de la vida del amor. Si se tiene la conciencia clara de que el matrimonio dura hasta la muerte entonces se esfuerza uno mucho más para hacer de él una empresa atractiva.

Hacen falta parejas que sean ejemplo de que el matrimonio,
como vida en común indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad

Consejos concretos

¿Cómo se pueden superar las dificultades? ¿Cómo se puede conseguir un matrimonio feliz? Sabemos que no hay recetas fijas, pero podemos reflexionar sobre aquello que puede facilitar la vida cotidiana.

  1. Amor decidido. Si al contraer matrimonio los cónyuges son conscientes de que toman una decisión de por vida y tienen la firme voluntad de permanecer unidos hasta el final, pase lo que pase, en tiempos de sol y de lluvia, de nieve, hielo y tormenta, entonces pueden desarrollarse libremente en un clima de seguridad y de confianza. Conviene perder el miedo a las crisis. Conflictos y divergencias de opiniones existirán siempre allí donde varias personas vivan en estrecho contacto. Lo decisivo es la actitud que se adopta ante aquellas situaciones difíciles: aprovechar la oportunidad de estrechar los lazos de unión superando juntos las dificultades, buscar el camino de la reconciliación. A menudo esta disposición a perdonar es la única esperanza en el camino hacia un nuevo comienzo. Con los años un cónyuge va amando al otro más y más porque quiere amarle, porque se ha decidido por él de por vida y está dispuesto a soportar desilusiones.
  2. Respeto mutuo. Sólo aquel que es interiormente libre y autónomo puede entregarse a los demás. Por tanto, hay que reconocer también la necesidad de mantener una sana distancia en el matrimonio. La vida en común no debe convertirse en una atadura o cárcel que restringe la libertad del otro. Un cónyuge no puede quitar al otro el aire para respirar, la posibilidad de desarrollarse y llevar adelante iniciativas propias, pensamientos o planes personales: para llegar a una profunda unidad, es necesario seguir siendo dos personas individuales. No se ama al otro mientras no se le ama en sí mismo. El ‘tú’ no es la prolongación del ‘yo’. El ‘tú’ es el misterio del otro que pide ser afirmado en sí mismo. No existe verdadero amor entre un hombre y una mujer si no se experimenta –incluso en este amor, que hace de ambos una sola carne– un cierto desapego.
  3. Apertura a la vida. Un matrimonio en el que el marido y la mujer viven pendientes sólo el uno del otro, y en sus vidas no hay lugar para nadie más, acabará por cansarse y amargarse. Un matrimonio verdaderamente feliz descubre continuamente nuevos horizontes, está abierto a otras personas, también a una futura descendencia. Tiene el valor de transmitir la vida, de conservarla, de amarla y de velar por su desarrollo. Si la unión sexual se entendiera exclusivamente como un medio para la procreación de descendientes o como un mero instrumento de placer se denigraría al cónyuge al tratarlo como a un objeto (en última instancia, se abusaría de él). El amor matrimonial alcanza la plenitud si tanto el deseo de tener hijos como la búsqueda de la unión sexual están integrados. La fecundidad hace del matrimonio una familia. Desde luego que los hijos traen consigo desorden e incomodidades para la vida de la pareja –hasta entonces tranquila, ordenada y controlable–, pero en vez de considerar la maternidad como una esclavitud hay que percatarse de que existe una felicidad más profunda que la del dinero y el éxito. Los padres ayudan lógicamente a sus hijos, pero los hijos ayudan también a sus padres, son una oportunidad para ellos, una vía para la felicidad y la maduración espiritual.
  4. Sentido del humor. La mejor educación es la convivencia familiar alegre y armónica. “Cuando hayas estado un día entero sin reír, lo habrás perdido.” Este lema es muy importante para la vida cotidiana de la familia. Las personas carentes de humor e incapaces de reír llevan una vida poco atractiva. Los matrimonios y las familias que han dejado de reír están perdidos. En cambio, el que tiene sentido del humor puede olvidarse de sí mismo y quedar libre para los demás. Todos a veces tendemos a plantearnos problemas existenciales por cuestiones insignificantes, y esto afecta también a las relaciones personales. Es preciso esforzarse por no considerar el aspecto negativo de los pequeños detalles de la vida cotidiana. Cada cosa, como es sabido, tiene dos caras, y vale la pena centrar la vista en aquella cara de la que se puede reír a gusto o al menos sonreír.

Jutta Burggraf, doctora en Psicopedagogía por la Universidad de Colonia y doctora en Teología por la Universidad de Navarra.