Se podría decir, sin miedo a equivocarnos, que nuestro cuerpo determina el modo en que queremos: el cuerpo del hombre da; el de la mujer acoge. Y aunque se trate, si se quiere, de una obviedad –eso de dar y de acoger–, no deja de tener implicaciones profundas, decisivas, a la hora de definir las naturalezas del hombre y la mujer.
ROSA Mª AGUILAR PUIGGRÓS

En primer lugar, y para aclarar conceptos, es preciso distinguir sexo y sexualidad, que muchas veces se confunden y tergiversan. Si el sexo se refiere estrictamente a la genitalidad, la sexualidad –como rasgo definitorio de la naturaleza humana– abarca la dimensión entera de la persona, informando de su esencia constitutiva. La sexualidad alude así a tres planos distintos pero complementarios, configuradores de toda persona: el corpóreo, el psicológico y el afectivo. Otra cosa bien distinta es que hombres y mujeres, libres e iguales en dignidad y derechos, se parezcan en cuerpo, mente y espíritu.

En lo relativo al cuerpo, las diferencias son evidentes a simple vista, por mucho que algunas voces las minimicen o desprecien, o incluso las nieguen. Cabe mejor preguntarse por la razón de esas diferencias –más que ponerlas en cuestión– y ponderar si responden más sencillamente al cumplimiento de una serie de funciones específicas naturales. Si el oído cumple su función específica, o los ojos y el estómago las suyas propias, resulta razonable pensar que las partes genitales desempeñan su singular y genuina tarea (que trasciende del plano físico).

Si el sexo se refiere estrictamente a la genitalidad,
la sexualidad abarca la dimensión entera de la persona

Considerar a cada persona en su justa medida

Desde el punto de vista neurológico, el cerebro del hombre y el cerebro de la mujer funcionan de manera distinta. El del hombre, algo así como dividido en parcelas, opera de tal modo que pensamiento y acción se suceden consecutivamente –de forma que no se atropellen–, mientras que el de la mujer, indivisible e interconectado, opera simultáneamente, mezclando al tiempo acciones y pensamientos. Esta capacidad del cerebro femenino para establecer relaciones entre asuntos diversos le permite en ocasiones a la mujer hacer varias cosas a la vez, si bien en otras –al menos a ojos del hombre– la lleva a desenvolverse también en cierto caos. Esta particular diferencia no sólo explica, como la experiencia demuestra a diario, que el hombre, por ejemplo, haga la compra o vea la televisión de manera distinta a la mujer, sino que no pueda hacerlo sino a su manera, desde su singularidad, como también ella.

En cuanto a la afectividad, también parece claro que hombres y mujeres manifestamos nuestros afectos, sentimientos y emociones de forma bien distinta. Se sabe que la mujer se desenvuelve en este terreno más cómodamente que el hombre, al que le cuesta expresar en palabras lo que siente.

Considerar las diferencias propias de la sexualidad equivale a considerar a cada persona en su justa medida, tal como es, y a tener a disposición las pistas necesarias para establecer con ella una relación plena, singularmente enriquecedora.

Rosa Mª Aguilar Puiggrós es directora ejecutiva de Update Education.