Tal vez alguno de ustedes conozca el pueblecito de Haworth, al nordeste de Inglaterra, no muy lejos de York. Hace justo doscientos años, en 1820, llegó a él el matrimonio formado por Patrick Brönte y su esposa, María Branwell, tres de cuyas hijas –¡cuán insólito es el caso!– habrían de pasar a la historia de la literatura universal: son las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brönte. MAGDALENA VELASCO KINDELÁN

Brönte era pastor metodista y fue destinado a la parroquia de Haworth con una modestísima asignación. Ocupó junto a su mujer la humilde casa rectoral, aislada del pueblo. Sus seis hijos les acompañaron, la pequeña aún en brazos de su madre. Pero la desdicha fue a instalarse con ellos: a María se la llevó la tuberculosis un año después, obligando al viudo Brönte a enviar a sus cuatro hijas mayores a un internado en Lancashire; y en éste, en 1825, morirían María y Elisabeth –las dos mayores– de la misma enfermedad que su madre.

Así que el riguroso pastor tuvo que hacerse cargo de los cuatro hijos que le quedaban, las tres niñas ya mencionadas y un chico, Branwell, de ánimo inestable, débil de carácter y necesitado de la protección de sus hermanas. Es bien sabido que ellas –inteligentes, cultivadas, sensibles– permanecieron muy unidas en el amor a la literatura –leyendo y escribiendo–, conscientes probablemente de que sólo así serían capaces de cortar las ligaduras de la vida adversa, pobre, opresiva y tosca a la que estaban atadas.

En las Brönte la literatura fue el refugio,
la vía de escape de una vida adversa, pobre, opresiva y tosca

Tres hermanas escritoras

Anne Brönte, la pequeña, falleció a los 29 años, dejando dos novelas tan interesantes como en su tiempo mal comprendidas: Agnes Grey y La inquilina de Wildfell Hall. En La inquilina de Wildfell Hall escribe sobre las duras consecuencias del alcoholismo, del cual su hermano Branwell, la oveja negra de la familia, fue víctima y que tanto ella como sus hermanas sufrieron.

Emily Brönte, muy dotada para la poesía, también murió muy joven, a los 30 años, dejando una extraordinaria novela, Cumbres borrascosas, un clásico del romanticismo inglés. La novela recrea un mundo familiar violento, de pasiones exacerbadas, con personajes en perpetua tensión. El amor, el odio, la crueldad y la moralidad puritana se entremezclan con algunos sentimientos sinceros y nobles en unos personajes tallados a golpes de martillo, silenciosos y esquivos, casi incomprensibles en su aislamiento.

Charlotte Brönte murió a los 39 años, esperando su primer hijo. Su obra fundamental, Jane Eyre, es algo menos sombría que Cumbres borrascosas, y propone un final amable para la joven protagonista, la virtuosa y luchadora Jane, trasunto de la propia Charlotte, una heroína romántica, huérfana de padre y madre, educada en un horrible orfanato y que se propone hacer de las niñas que sobrevivan al frío y al hambre “mujeres resistentes, pacientes y abnegadas”.

Magdalena Velasco Kindelán es catedrática de Literatura.