Lo primero en lo que pensé después de realizar la entrevista que leerán a continuación, es que Chema Postigo fue una persona extraordinaria. “¿Extraordinaria?”, se preguntarán ustedes. Pues sí. Rotundamente. Quienes le conocieron saben que no exagero; y quienes no tuvieron esa suerte, entre los cuales yo me encuentro, tienen ahora la oportunidad de comprobarlo: su hermano Miguel ha publicado A mi hermano Chema (Cobel Ediciones, 2017), a través de cuyas páginas le rinde un sentido, merecidísimo homenaje. JULIO MOLINA

PREGUNTA. En primer lugar, ¿qué le animó a escribir un libro sobre su hermano?

RESPUESTA. Bueno, este libro es, fundamentalmente, un desahogo, una forma de encauzar las emociones que experimento al pensar en mi hermano Chema. Su muerte se precipitó vertiginosamente, y lo cierto es que no pude despedirme de él como hubiera deseado. En cuanto supe de la gravedad de su enfermedad, sentí la necesidad de escribirle una carta, de escribirle unas líneas que expresaran, por una parte, mi agradecimiento por todo lo que había hecho por nuestra familia, y, por otra, una petición de perdón. Chema atravesó a lo largo de su vida grandes dificultades, pruebas difíciles, y no siempre estuve yo a la altura de sus circunstancias, no siempre fui lo bastante solícito.

“Este libro es, fundamentalmente, un desahogo,
una forma de encauzar las emociones que experimento al pensar en mi hermano”

P. ¿Y no la escribió?

R. No, en ese momento no escribí nada. En parte por la conmoción que sufrí, por la perplejidad que causó en mí la posibilidad de que Chema falleciera. Sencillamente, no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Una de nuestras hermanas había fallecido apenas 14 meses antes, y este nuevo golpe, tan duro, me resultaba inconcebible. Pensaba en mi madre, en Rosa, en sus hijos… También me parecía que la carta representaba alguna clase de claudicación, y yo no estaba dispuesto a perder la esperanza. Al final Chema saldría adelante, pensaba.
El libro es, en fin, fruto de aquel intento frustrado de carta.

P. Estar centrado en momentos así no debe de ser nada fácil.

R. Fueron momentos difíciles, sí. Hice desde Madrid una visita relámpago a Barcelona, al hospital en el que estaba ingresado, y recuerdo que pudimos charlar tranquilamente. La conversación, como no podía ser de otra forma con Chema, fue animada y agradable. Entonces no sabíamos el diagnóstico, lo recibimos un par de días después, y cuando nos dijeron que se trataba de un cáncer en estado muy avanzado se nos vino el mundo encima. Nos sentimos consternados, muy tristes. Rezamos mucho. Mi madre, en compañía de mi hermano Jaime y de su mujer Cris, se desplazó a Barcelona –tanto ella como la mayoría de sus hijos vivimos en Madrid–, y organizamos turnos para que estuviera acompañada en todo momento. Yo, durante aquellos días, mientras esperaba a hacer el revelo correspondiente, empecé a inquietarme. Las escasas noticias que recibíamos eran ciertamente preocupantes. El final, al parecer, era inminente, y cuando al fin volví a ver a Chema, el sábado 4 de marzo, ya lo encontré inconsciente. El momento fue muy duro, obviamente, pero, mientras rezaba a su lado, mientras lloraba, le besaba y le acariciaba, la idea de la carta, pergeñada en mi mente durante los días anteriores, empezó a adquirir una consistencia definitiva. Lo que nunca imaginé es que esa carta se convertiría en un libro.

P. Que cupiera una vida como la de su hermano en una carta no parece tarea sencilla.

R. En efecto. Es muy difícil abarcar en una carta, o en esta misma entrevista, la vida de Chema.

P. Lo que parece evidente es que fue una vida complicada.

R. A grandes rasgos, yo la dividiría en tres partes. Por un lado, lo que he llamado el via crucis o los misterios dolorosos de Chema, aquellos momentos en los que Dios le puso a prueba de un modo muy exigente; por otro, la etapa en la que consiguió, tras la muerte de nuestro padre, que reinara en casa una suerte de extraordinaria fraternidad; y, por último, la historia que protagoniza junto a Rosa, su mujer, la historia por tanto de su matrimonio y de sus 18 hijos.
Cuando antes hablaba de mi agradecimiento hacia él, me refería concretamente a ese segundo ámbito, a esa fraternidad que, pese a las enormes dificultades que atravesamos entonces, mi hermano fue capaz de cultivar, de propiciar y robustecer. Ya desde niño Chema se reveló como una persona muy piadosa, una persona en cuyo corazón anidaba una bondad y una cercanía a Dios connaturales, algo muy poco frecuente. Hemos sido 14 hermanos, y me atrevería a decir que Chema era de algún modo distinto al resto de nosotros. Por lo que respecta a mí, probablemente por lo parejo de nuestras edades –Chema era el séptimo y yo el octavo–, esas diferencias eran todavía más perceptibles. Yo era bastante pillo y daba a mis padres algún que otro quebradero de cabeza. Estoy seguro de que ya entonces Chema rezaba por mí.

“Ya desde niño Chema se reveló como una persona en cuyo corazón anidaba una bondad y una cercanía a Dios connaturales”

P. Señala usted que su hermano le cambió la vida.

R. Sí. Hago hincapié en el libro de que este Miguel Postigo, el que le habla ahora, sería otro bien distinto si su hermano Chema no hubiera existido. Mi vida hubiera seguido sin duda por otros derroteros. Por ahí va en parte mi gratitud, desde luego, y luego también, como le digo, por el modo en que Chema afrontó los delicadísimos años que siguieron al fallecimiento de mi padre, lo cual sumió a nuestra familia no ya en la zozobra que una pérdida de esta naturaleza trae de por sí consigo, sino en una absoluta precariedad.

P. ¿Qué sucedió?

R. Mi padre murió en el año 1983, y al dolor que todos sentimos, al desgaste emocional, por decirlo de algún modo, se añadió una muy seria preocupación por la situación económica a la que nos vimos abocados. Lo cierto es que no teníamos dinero, ni una peseta, y la necesidad de obtener alguna clase de ingreso se volvió de pronto imperiosa. Tanto mi hermano Pablo, que antecede a Chema, como el propio Chema y yo mismo empezamos a trabajar entonces en el negocio de mi padre, intentando recuperarlo. Pero Chema, aparte de esto, y sin que nadie se lo pidiera –con una pasmosa naturalidad–, se constituyó además en el referente –y en el custudio– educativo de la familia. Fue Chema, fundamentalmente él, quien educó a nuestros seis hermanos pequeños, quien se preocupó curso a curso por los progresos que hacían o debían hacer, quien estuvo pendiente de las notas, quien acudió a las tutorías… En este sentido, Chema hizo durante años las veces de padre, mostrando una entereza, una dedicación y una destreza insólitas. Basta decir, para hacerse una idea de lo extraordinario del caso, que tomó las riendas de semejante situación con tan solo 22 años. Pablo y yo también dejamos la universidad, y ayudamos en lo que pudimos, tanto nosotros como todos los demás, qué duda cabe, pero Chema se dio en cuerpo y alma. Un verdadero fuera de serie. Recordar aquellos años sigue emocionándome. Le estoy muy agradecido.

“Chema hizo durante años las veces de padre,
mostrando una entereza, una dedicación y una destreza insólitas”

P. De modo que tuvieron que dejar los estudios.

R. Sí. Tomar la decisión de dejar la carrera fue muy difícil para todos. Yo intenté compaginar la universidad y el trabajo, pero al cabo de un tiempo, casi por prescripción médica, tuve que dedicarme por entero a lo segundo. Chema, por su parte, ya había perdido dos años –padeció una fuerte depresión, y luego un accidente de coche cuyas secuelas tuvo que sobrellevar de por vida–, y este nuevo abandono fue para él un varapalo muy duro. Lo prioritario era, en cualquier caso, sacar adelante a la familia. Fueron años de extrema dificultad, de gran angustia por la falta de recursos, y todos soportamos una presión psicológica muy grande…
Con todo, he de decir que recordamos ese tiempo como un tiempo de alegría. Dios nos compensó con alegría. A menudo lo pasábamos en grande. El buen ánimo de Chema era contagioso, arrollador, y recuerdo que se disfrazaba y nos contaba chistes… encontraba siempre algún motivo de celebración. Desde ese punto de vista, desde la perspectiva de unos hermanos que se quieren y se apoyan, que se ayudan y tratan de divertirse, la verdad es que fueron años gozosos, muy duros pero también gozosos.

P. Me da la sensación de que su hermano, pese a todas estas graves adversidades, nunca perdió la alegría.

R. Bueno, es que Chema tenía un ‘secreto’: tenía a Dios. Si algo he sacado en claro al escribir este libro, al echar la vista atrás, es que mi hermano vivía en estrecha intimidad con Él. Y eso que su vida fue una auténtica carrera de obstáculos: a los diecisiete años fue intervenido en las rodillas, una operación quirúrgica de bastante importancia que le obligó a dejar el deporte, que por entonces practicaba con asiduidad; a los 18 sufrió una depresión, por un asunto familiar, de la que tardó en recuperarse un año; justo a continuación tuvo un accidente de tráfico, que le causó una lesión en la espalda que ya arrastraría en adelante; al poco tiempo se produjo la muerte de nuestro padre, con todo lo que acarreó; y su vida matrimonial, aunque plena, se vio también salpicada de circunstancias muy dolorosas. Sin embargo, por extraño que parezca, Chema conservó siempre la alegría. Lo lógico es que se hubiera revuelto contra Dios y contra todo, pero de su boca nunca salieron otras palabras que no fueran de agradecimiento: “¡Qué bueno es Dios!”. Su fe era tal que nunca dudó de que con el devenir de su vida se estaba cumpliendo, sencillamente, la voluntad del Señor. Y esa convicción, íntima y férrea, le bastaba para sentirse alegre y dichoso.

P. Háblame de su mujer y sus hijos.

R. Chema tuvo siempre muy clara su idea de familia, y luego la suerte inmensa de encontrar a Rosa, la mujer idónea con quien llevar semejante idea, ambiciosísima, a cabo. Se casaron y se instalaron en Barcelona, de donde es ella, con lo que dio comienzo una etapa de lo más ilusionante para ambos. Chema, que había padecido mucho, dejó entonces de ejercer como padre de sus hermanos para convertirse primero en marido de su mujer y luego en padre de familia. Deseaban formar una familia numerosa, y desde luego lo consiguieron. Chema vio en Rosa a la persona con quien formar un matrimonio santo, a la persona con cuya ayuda él mismo lo podría llegar a ser.

“Chema vio en Rosa a la persona con quien formar un matrimonio santo,
a la persona con cuya ayuda él mismo lo podría llegar a ser”

P. Pero las cosas se complicaron…

R. Bueno, lo que Chema no sabía entonces es que Dios le tenía reservado un nuevo y particular via crucis. Los tres primeros hijos del matrimonio Postigo-Pich nacieron con graves cardiopatías, tan graves que Javi y Montse, el segundo y la tercera, no lograron superar sus respectivas dolencias y fallecieron muy tempranamente. La mayor, Carmina, falleció con 22 años, a consecuencia de las complicaciones derivadas de una intervención quirúrgica. El golpe fue, en todos los casos, terrible, aunque el fallecimiento de esta última provocó si cabe una mayor desazón. Algunos de los hijos que siguen a estos tres primeros –suman en total, como le decía antes, 18– arrastran un problema de salud similar, de distinta importancia según los casos, pero por suerte todos ellos llevan, sin excepción, una vida alegre, optimista y generosa, a imagen y semejanza de sus padres.

P. Unos padres muy fuertes.

R. Sí, sobre todo espiritualmente. No cabe duda de que Rosa y Chema fueron siempre de la mano de Dios, y que gracias a Él consiguieron dar sentido a estos episodios desgarradores, enfrentarse con valentía a la incomprensión que sus decisiones a veces generaron entre amigos y parientes, y gestionar también, por otra parte, la frustración asociada a un proyecto empresarial malogrado. El dolor y el sufrimiento están ahí, huelga decirlo, pero ellos se sabían en armonía con lo único en verdad importante.

P. Casi se podría decir que este matrimonio tomó una dirección contraria a la que sigue en general el mundo.

R. Absolutamente. Lo curioso de Chema es que vivía para hacer feliz a Dios sin hacer aspaviento alguno. Era difícil que dejara traslucir sus preocupaciones; a pesar de la carga que llevaba sobre los hombros Chema se mostraba resuelto, vivaz, raudo, diligente. Su tiempo era para los demás. Hace unos días cené con un amigo de mi hermano y me dijo, en tono de confidencia, que él fue para Chema el más especial de los amigos. Yo no pude evitar sonreír: “eso es verdad –le contesté–, pero como tú tiene cientos”. He escuchado a muchas otras personas hablar en términos parecidos, algo que no me sorprende y, en cierto modo, siempre intuí. Quien se acercaba a Chema se sentía querido. Chema le acompañaba, intentaba comprenderle, rezaba por él, ponía los medios que tuviera a su disposición para tratar de ayudarle… Su relación de cercanía y de piedad era indiscriminada, pero sentía una inclinación especial por quien atravesaba dificultades: sentó a su mesa a pobres de solemnidad y a mendigos, acompañó hasta el final a enfermos estigmatizados por la sociedad, reconfortó a sacerdotes, de cuya vida de renuncias y de absoluta entrega a Dios era plenamente consciente. Buscaba a las personas, quizás así pueda expresarse su actitud de apertura hacia ellas, y, como mi madre –esto sin duda lo aprendió de ella–, sin esperar ninguna contrapartida, sin esperar nada a cambio. Los ejemplos son innumerables.

P. Y claro, llegado el momento, todas esas personas quisieron mostrarle su respeto y su aprecio.

R. Todos sabíamos que Chema era muy querido, pero la comprensión cabal del amor que la gente sentía hacia él tan solo la adquirimos cuando enfermó. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de quién era en verdad Chema Postigo, o al menos de la magnitud de la pérdida que su eventual fallecimiento podía representar. El velatorio tuvo lugar en casa de la familia Pich, tan desbordada por los ríos de gente que se vio obligada a establecer turnos de visita muy breves. Desde la ventana uno observaba sobrecogido la cola que se estaba formando en la calle, multitudinaria, más y más gente aguardando en silencio para despedirse de él.
El funeral de Barcelona se celebró en la iglesia de Santa María del Mar, con capacidad para 4.000 personas, y se quedó pequeña. A causa del tráfico el cortejo fúnebre llegó con algo de retraso, y el silencio que allí reinaba, las oraciones de tanta y tanta gente… lo cierto es que me conmovió. En el funeral en Madrid, celebrado días después en la iglesia de los Jesuitas, ocurrió exactamente lo mismo. A pesar de que eran días festivos, en torno a 2.000 personas abarrotaron la iglesia, se llenó por completo. Durante aquellos días se repartieron 10.000 rosarios… Algo sencillamente impresionante.

P. Iba a preguntarle por qué motivos recomendaría a alguien leer el libro, pero no sé ya si es necesario…

R. Solo haría un último apunte. Por las opiniones que he ido recibiendo de aquí y de allá, pienso que el libro coloca al lector ante alguna clase de espejo. Trata de un hombre bueno, de un hombre agigantado por su fe en Dios. La vida de Chema, o más bien cómo vivió su vida, tiene un gran poder inspirador, de algún modo nos exhorta y nos espabila, nos ensancha por dentro. Por otra parte, querría añadir que no se trata de una biografía al uso, que no he recurrido a las técnicas propias del biógrafo para elaborar el libro. No recojo, pues, el punto de vista de terceros, tan solo el mío propio, el personalísimo punto de vista de uno de sus hermanos, del que nació tras él, un año después, y que tuvo por tanto la suerte de conocer a Chema no ya desde siempre, sino también a fondo, desde una posición privilegiada. Sencillamente hay vidas, créame, que merecen ser contadas.