¿Qué pensamos cuando decimos de alguien que es persona de carácter? Entendemos quizá la adaptación firme de su voluntad en una dirección adecuada. O la lealtad personal hacia unos principios nobles, que no ceden a las conveniencias oportunistas del momento. O quizás nos refiramos a la perseverancia fiel en obedecer la voz de su conciencia bien formada. O a la independencia de su criterio frente al qué dirán de quienes le rodean. ALFONSO AGUILÓ

De acuerdo. Ya tenemos suficientes definiciones. Pero, ¿qué puede hacer un padre o una madre para que sus hijos sean personas de carácter?

Primero –y es más importante de lo que parece–, tendrás que reflexionar sobre qué principios e ideales quieres que tengan tus hijos. A continuación, tendrás que procurar que vayan comprendiendo la importancia que esto tiene para sus vidas, y que nadie podrá hacerlo en su lugar. Y como en las ideas no cabe la imposición, conviene que lo hables con ellos. Pon esfuerzo en hacerlo con normalidad. A los chicos les gusta que se les hable de modo natural y suave. (No se sabe por qué razón, a muchos adultos les encanta hablar de estos temas con aire paternalista, o en tono subido y autoritario.) Después, tendrás que determinar de qué modo vais a procurar acostumbraros a obrar según esos principios. Porque lo más difícil no es formular rectos principios, sino persistir en ellos a pesar de las cambiantes circunstancias de la vida.

Empieza por cosas pequeñas. Siembra un pensamiento –dice Toth– y segarás un deseo, siembra un deseo y recogerás una acción, siembra una acción y cosecharás una costumbre, siembra una costumbre y segarás el carácter.

Podríamos decir que el éxito está en descubrir esa natural sucesión educativa:

  • Motivación en los valores.
  • Actos favorables.
  • Arraigar virtudes.
  • Consolidar el carácter.

Lo más difícil no es formular rectos principios,
sino persistir en ellos a pesar de las cambiantes circunstancias de la vida

Una educación inteligente

Hay muchos padres que centran la educación exclusivamente en los conocimientos, en los idiomas, en las habilidades musicales o deportivas… Atiborran a sus hijos de academias y de gimnasios, de enciclopedias y diplomas, y luego se olvidan de hacer de ellos personas de criterio, con carácter y personalidad.

Con ese esquema educativo producen criaturas de gran fortaleza física, pero al final consiguen lo contrario de lo que buscaban, pues dejan a sus hijos indefensos ante el futuro.

No cabe duda que es mejor herencia una cabeza bien amueblada y una voluntad fuerte que un montón de títulos y de conocimientos. Mejor son las dos cosas, por supuesto, pero lo que no sería acertado es sacrificarlo todo en aras de los títulos y los conocimientos. Para lograrlo son vitales esas conversaciones sosegadas con cada hijo, procurando hacerles razonar bien, hacerles capaces de hacer lo que deben hacer, y hacerles quererlo hacer libremente.

Creo que los padres solemos dar más importancia a educar la voluntad que a educar la inteligencia, y en eso creo que nos equivocamos. Pienso que si se educara realmente la inteligencia no habría problema, porque cuando las cosas se entienden con claridad y a tiempo, la voluntad se dirige a ellas sin muchas dificultades. Lo que pasa es que a veces se busca sobre todo insuflar conocimientos en vez de en educar la inteligencia.

Cuando un chico es realmente inteligente, se da cuenta de que sin desarrollar su voluntad apenas hará nada en la vida, y que, si no se esfuerza, lleva camino de ser uno más de los muchos talentos malogrados por usar poco la cabeza.

Alfonso Aguiló es experto en educación y autor de numerosos libros y artículos.