En cierto modo se aplica al amor algo semejante a lo que dijimos al hablar de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos del cuerpo y de la voluntad: siempre dejan un poso de insatisfacción. A pesar de ser realidades perfectamente cumplidas en el plano humano, siempre hay algo que se nos escapa, algo que se echa en falta, “un no sé qué que quedan balbuciendo” del que habla San Juan de la Cruz.
MIGUEL ÁNGEL MARCO DE CARLOS
En la primera parte del Cántico espiritual el alma anda a la búsqueda del amor. Todos los amores le recuerdan al amor, pero ninguno es el amor. Cito sólo dos estrofas que recogen los lamentos del alma enamorada:
¡Ay quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero
que no saben decirme lo que quiero.
Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
(San Juan de la Cruz)
Los mensajeros, a pesar de sus claros mensajes, “no saben decirme lo que quiero”; más que con lo que dicen parecen informar acerca del objeto de la búsqueda con algo que no manifiestan claramente, pero que tampoco silencian, con ese “no sé qué que quedan balbuciendo”: esbozos de palabras apenas audibles, pero no por defecto de la lengua o del oído, sino de las palabras mismas, incapaces de recoger la riqueza de lo que deben expresar. Todo amor es inefable, inexpresable en palabras; por eso las gentes hablan de la persona amada, pero no del amor que sienten por ella; tiene algo de ridículo, de pretensión vana y estrafalaria que alguien hable de su propio amor, del amor con el que ama a alguien.
Tiene algo de ridículo que alguien hable de su propio amor,
del amor con el que ama a alguien
Estaciones intermedias
El hecho de que el amor sea inefable supone que lo vislumbrado en él es una realidad por encima de lo que uno piensa o espera, sorprendente y hermosa, perteneciente casi a otro orden de realidad. El amor remite al amante más allá de la persona amada, más allá de lo familiar y conocido, más allá del horizonte de lo directamente accesible, hacia algo que presentimos inmenso y tierno. Todo ocurre como si “las mil gracias que el amor derrama” en la vida de quien ama no fueran sino obligadas estaciones intermedias, estaciones de paso, pregustaciones y premoniciones de un Amor que nos sustenta y nos espera: presentimientos de Dios:
Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Alguien que está fuera del tiempo, siempre
detrás del invisible umbral del aire.
(M. D´Ors)
Es decir, aparece el amor humano, verdadero y profundo, como una realidad en sí, pero a la vez, dotado de un carácter simbólico, indicativo de algo o Alguien que está más allá y a quien, a pesar de no verlo, sin embargo barruntamos como el objeto y fin de todo amor. Esta es la conclusión a la que llega Ryder, el protagonista de Retorno a Brideshead, pensando en su amor por Julia: “Tal vez tú no seas más que el precursor (de ese amor definitivo y total)… Quizá nuestros amores no sean más que simples alusiones y símbolos, lenguaje errático, mal escrito sobre vallas y pavimentos, a lo largo del fatigoso camino que tantos y tantos han pisado antes que nosotros… Quizá tú y yo no seamos más que meros paradigmas, y esta tristeza que a veces nos envuelve nazca de la desilusión de nuestra búsqueda, cada uno a través y más allá del otro, vislumbrando momentáneamente, de vez en cuando, la sombra que dobla la esquina un paso o dos por delante de nosotros”. También aquí, como ocurría al hablar del deseo insatisfecho, surge la pregunta: ¿A quién estamos buscando, amando, cuando amamos a alguien?
Miguel Ángel Marco de Carlos es teólogo y profesor de Teología.
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