Cuando hablamos de amar a quien tenemos a nuestro lado pese a sus defectos, nos estamos refiriendo al punto de partida de cualquier mejora, que consiste en la incondicionalidad en términos de totalidad: “Acepto tu yo actual pese a que no sea tu mejor yo”.
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA MERCADO

No se trata de vivir estoicamente, con cierta conciencia fatalista de que cada uno es como es y no se puede hacer nada, pues esa aceptación debe ser activa –¡no pasiva!–, pero tampoco de hacerle al otro la vida imposible por sus defectos, aparentes o reales. Es, como hemos dicho, el punto de partida para que la otra persona mejore, manteniendo siempre la conciencia –rara vez manifiesta– de que yo tengo defectos iguales o peores. No se trata de que yo le enseñe a ser mejor, sino que nos ayudemos mutuamente a ser mejores.

Es, pues, importante preguntarse: ¿tengo defectos que molestan a mi cónyuge?, ¿puedo corregirlos?; y al revés: ¿sabe el otro qué defectos me molestan realmente?, ¿se lo he dicho?; y previamente a estas dos preguntas: ¿es realmente justo que esos defectos me molesten? Hay que saber decir qué es lo que no me parece bueno del otro, distinguiéndolo de lo que –por mi temperamento– no me agrada o no espero.

Rara vez adquiere uno conciencia de que tiene defectos iguales o peores
que su cónyuge

Ayudarse mutuamente

En la película El indomable Will Hunting, el protagonista se enamora de una chica a la que no quiere volver a ver por temor a descubrir que no es tan perfecta como pensaba y que tiene defectos. Su psicólogo le saca rápidamente de ese error: “Quizá lo que te preocupa es que tú dejes de ser perfecto. Te has montado una filosofía perfecta. De ese modo, podrás pasar toda tu vida sin conocer a nadie de verdad. –En este punto el psicólogo le habla de su mujer fallecida dos años atrás, y añade–: Son esos pequeños detalles los que encuentro a faltar. Las pequeñas idiosincrasias la convertían en mi mujer (…). La gente llama a estas cosas defectos, pero no lo son. Son lo mejor. Nosotros escogemos a quien dejamos entrar en nuestro mundo. No eres perfecto, amigo, y voy a ahorrarte el suspense. La chica que conociste tampoco es perfecta. Lo único que importa es si sois perfectos como pareja”.

Es preciso ayudar a las personas que queremos y, de modo singular, a aquella persona a la que hemos unido nuestra vida, que forma un mismo ser con nosotros. Hay que ayudarle y dejarse ayudar, evitando las correcciones humillantes, que suelen darse cuando se ha perdido el respeto.

Tampoco se debe esperar al extremo. Es más fácil modificar ciertas actuaciones al principio –de limpieza, de orden, de urbanidad, de egoísmo– que más adelante, una vez convertidas en hábitos. Por eso, es importante ayudarse mutuamente desde el principio para ir mejorando y creciendo juntos.

La humildad es siempre la fuente de la sabiduría. No puede extrañar que haya aspectos concretos que mejorar, siempre queda camino por recorrer. A la vez, si es mucho lo que critico interiormente del cónyuge, es que –a lo peor– soy yo quien tiene esos defectos. Decía el gran Agustín de Hipona: “si lucho contra los defectos que veo en el otro, dejaré de verlos porque yo ya no los tendré”. En el fondo, sólo hay dos peligros: el primero, pensar que el otro es quien tiene que cambiar, que uno mismo no tiene nada que mejorar; el segundo, no luchar por cambiar cuando el otro lo pide. Mientras ambos cónyuges luchen y sean humildes, el matrimonio irá muy bien, con lógicas discusiones, pero también con reconciliaciones fructíferas, gracias a las cuales nunca se perderá la admiración por la otra persona.

Miguel Ángel García Mercado es catedrático de Filosofía y orientador familiar.