Hoy en día decir que la fecundidad es un rasgo capital del amor es casi temerario. Y, sin embargo, yo aún no he encontrado a nadie capaz de sostener que la esterilidad, la sequedad, el agostamiento sean atributos del amor. ¿Puede un amor construirse sobre un espíritu mezquino, cicatero, avaro, calculador, que cuenta antes de dar, o que niega el don, el regalo, la entrega? San Agustín decía que la medida del amor es amar sin medida. Y así es. JAVIER VIDAL-QUADRAS TRÍAS DE BES

El amor, cualquier amor, es siempre exuberante, fecundo. Se desborda, invita a salir de uno mismo, es rico en detalles, en atenciones, en tiempo, en dedicación, en ternura, en llamadas, en miradas, en gestos.

¿Se imaginan a una madre que negara toda fecundidad a su amor y dijera a su hijo recién nacido: “te amaré, pero nunca te miraré, ni te hablaré, ni te tocaré, ni pensaré en ti, serás para mí como un extraño y viviré como si tú no existieras a mi lado, pero tú no sufras porque yo te amaré, aquí lo dejo escrito”? ¿No es acaso, este amor estéril, sin frutos, un amor que se niega a sí mismo? ¿No es un fraude? ¿No es un amor… que no es amor?

Porque fecundo es lo que está lleno, lo que abunda, lo que crea y regala.

El cauce natural del matrimonio

Vayamos ahora al amor matrimonial. Lo primero es la fecundidad espiritual, común a todos los amores: pensar en el amado, sentirlo y elevarlo con nuestro deseo a la mayor perfección de que sea capaz, llevarlo en nuestro interior y hacernos uno con él. Esta fecundidad espiritual encuentra siempre cauces por los que discurrir, y si la naturaleza le niega el despliegue más propio del amor matrimonial, la transmisión de la vida, tomará la forma de hijos adoptivos, o acogidos, o simplemente se volcará en los demás en las mil formas que el amor sabe modelar.

A esta fecundidad le seguirá la corporal, porque somos personas, y nuestro cuerpo expresa el amor de mil maneras deliciosas: mirando, abrazando, guiñando, acariciando o besando.

Pero no podemos olvidar que el cauce natural, específico, el más propio, el que distingue al matrimonio de los demás amores humanos es, precisamente, la posibilidad de transmitir la vida: los hijos. Esta apertura a la vida sólo se da en el amor matrimonial, en el amor entre un hombre y una mujer.

¿Qué sería, pues, de un amor matrimonial que negara voluntariamente toda posibilidad de fecundidad biológica, que se cerrara a la transmisión de la vida? Sería, de nuevo, un amor… que no es amor, un amor que se niega a sí mismo, que renuncia a la fecundidad que le es más propia, la que no comparte con los demás amores, y dejaría de ser matrimonial (y, al cabo, amor mismo), porque la negación de las fuentes de la vida mata el amor conyugal, le priva de un rasgo esencial y constitutivo sin el cual no es tal amor.

La negación de las fuentes de la vida mata el amor conyugal,
le priva de un rasgo esencial y constitutivo

Amar sin medida

Desgraciadamente, cuando se trata el tema de la fecundidad, mucha gente se encalla en el problema del número. “¿Entonces –protestan–, quieres decir que tú amas más que yo porque tienes más hijos?”. Son los matemáticos del amor, que no han entendido su grandeza, y han de volver a San Agustín para encontrar la respuesta a su protesta: “la medida del amor está en amar sin medida”.

Y amar sin medida es no poner número al amor, ni por arriba ni por abajo. Las personas, los hijos, no son un  número ni una fracción, y se piensan uno a uno. Cualquier número en materia de amor es imprudente, y más cuando está en juego la transmisión de la vida. Después de un hijo se piensa el siguiente, y tras éste el que vendrá después, y así sucesivamente.

Nadie puede cifrar el amor de nadie en un número, porque nadie vive en la conciencia de otro; hay que ser muy cauto y no juzgar nunca, pero esta verdad no ha de ofuscar el principio. El principio ha de quedar claro: lo propio del amor es la fecundidad, no la esterilidad.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes es secretario general de IFFD y subdirector del Instituto de Estudios Superiores de la Familia de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC).