Son numerosos los estudios elaborados para conocer más exactamente la naturaleza de las relaciones de apego inseguras, y parten siempre de una situación creada artificialmente y generadora de estrés en el niño. Esa situación consiste en ubicarle en una habitación con juguetes en la que está él solo o bien acompañado de su madre, de un extraño, o de ambos. Las entradas y salidas de la madre de la habitación provocarán en el menor una reacción, la cual estará directamente relacionada con el tipo de apego que existe entre él y su progenitora. CARMEN ÁVILA DE ENCÍO

En los casos de niños con relación de apego segura, exploran el medio con normalidad cuando están con su madre. Cuando ella sale, el niño llora al principio, pero luego se tranquiliza y vuelve a interesarse por lo que encuentra a su alrededor. Cuando la madre vuelve, el niño la acoge con cariño, busca aproximarse a ella y la invita a que participe de su exploración. Se advierte así que hay una buena relación afectiva entre madre e hijo, y una estabilidad emocional del niño que le dota de seguridad y autonomía para explorar el mundo.

En cambio, se habla de relación de apego evitativo cuando el niño parece indiferente a las entradas y salidas del adulto. Desde el principio, el niño explora el medio y continúa haciéndolo con independencia de las entradas y salidas de su madre. En apariencia parece una conducta saludable, pero en realidad se trata de una carencia afectiva importante que podría provocar problemas relacionales a más largo plazo.

Por otro lado, se habla de relación de apego ambivalente cuando el niño llora o manifiesta desconcierto cuando sale la madre, pero se comporta distintamente cuando regresa: en unos casos busca a la madre y su cariño, en otros se muestra irritado y resistente al contacto físico y ocular. Ni cuando está presente la madre ni cuando no lo está, el niño explora el medio; vive un conflicto interno de si quiere y es querido o no por la madre y se olvida del mundo exterior.

Un caso más extremo es el del niño con relación de apego desorganizado. Aquí no hay un patrón claro de comportamiento, pues el niño ni sabe acercarse ni sabe evitar a su madre; en realidad, no sabe qué hacer ni cómo explorar el medio. En muchos casos adoptan actitudes rígidas y extrañas y comportamientos estereotipados o rituales como golpear repetidamente un objeto o dar vueltas a la habitación.

En los casos de niños con relación de apego segura,
exploran el medio con normalidad cuando están con su madre

Tres actitudes especialmente nocivas

¿Es relevante la conducta del adulto en el establecimiento de la relación de apego del niño? Sin duda, es decisiva. En este sentido, conviene señalar tres actitudes especialmente nocivas: el intrusismo, la ambivalencia y la indiferencia.

Se habla de intrusismo cuando el adulto dirige la conducta del niño de acuerdo a sus propios criterios sin respetar los ritmos biológicos, afectivos, sociales y sensoriales del niño, ni la pausa que en toda relación debe haber entre la propuesta y la respuesta, de modo que el niño pueda actuar. La relación se convierte así en un monólogo con espectador, en una coerción de la conducta. El padre intrusista no conduce, impone; dirige, pero no aplaude. La consecuencia evidente es que el niño no se siente valorado, no se valora a sí mismo en sus habilidades y pierde el espíritu de iniciativa (lo que le impide explorar el medio y desarrollar su potencial). Los éxitos, en definitiva, son del padre, no del hijo.

Nos referimos a ambivalencia cuando el adulto, ante la misma circunstancia, reacciona de distintas formas, lo que desconcierta al niño: no sabe qué comportamiento adoptar para obtener la aprobación paterna.

La indiferencia de los padres, por último, hace que el niño se sienta poco querido, inseguro y temeroso en un medio que para él es extraño; ha de resolverse la vida por su cuenta y, como consecuencia, tiene más probabilidades de mostrarse agresivo o replegado en sí mismo. El padre indiferente genera en el niño sensación de rechazo. Si no le importas a tu padre o a tu madre, ¿por qué le vas a importar a ningún otro?

La conducta del adulto en el establecimiento de la relación de apego del niño es decisiva

Las garantías de la relación de apego segura

No debemos, sin embargo, identificar la conducta de los padres y la percepción que el niño tiene de ella: por una parte, el temperamento del niño le inclinará a ver las cosas de una u otra forma; por otra, la percepción del niño puede no ser objetiva, pues la conducta de los padres necesariamente está incardinada en un conjunto de relaciones y circunstancias más complejas –laborales, de salud, familiares, etc.– que influirán en su modo de obrar.

No se puede afirmar que una relación de apego seguro o inseguro en la infancia vaya a repercutir sobre la persona durante toda la vida. Sí es cierto que la infancia marca decisivamente a las personas, pero también lo es que los estudios en este campo han sido elaborados sobre supuestos clínicos y, por tanto, una muestra limitada no puede dar lugar a conclusiones definitivas. Una elemental experiencia y prudencia nos lleva a decir que el hombre, dueño de su propia vida, puede reconducirla.

Desde el punto de vista del educador, lo que sí debe tenerse en cuenta es que en torno a los tres años ya está establecida esta relación (aunque no necesariamente ha de mantenerse en los mismos términos en años sucesivos). Esta relación inicial de apego, con sus variables, puede perderse y recuperarse a través de las distintas circunstancias de la vida.

Carmen Ávila de Encío es doctora en Educación.