Volvemos la vista al ya clásico de la ciencia ficción Blade Runner, una película sencillamente imprescindible, rodeada de una aureola mítica desde el mismo momento de su estreno, en el año 1982, y llena de motivos de reflexión –con dobles y hasta triples lecturas– acerca de la condición humana. CARMEN SEBASTIÁN

Algunos de los muchos méritos de Blade Runner residen –como no puede ser de otro modo y es justo mencionar aquí– en la evocadora novela en que se basa, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, del escritor estadounidense Philip K. Dick, un texto breve pero de largo resuello,en el cual, a través de la historia de un expolicía y experto cazador de androides, se abordan temas de profundo calado como el difuso límite entre lo artificial y lo biológico, la decadencia de la sociedad y los diversos quebraderos de cabeza éticos que dichos androides provocan en el ser humano. Aunque la novela es notable, la historia que narra alcanza la excelencia, en un caso de lo más infrecuente, en su traslación al cine.

La acción se sitúa a principios del siglo XXI y, como decimos, relata las peripecias de un cazador de androides –lo que se conoce como un blade runner– ya retirado, al que se llama de urgencia para quitar de la circulación a un grupo de replicantes –robots virtualmente idénticos al hombre pero superiores a él en fuerza y agilidad– que se han rebelado contra aquel que los creó.

Una amenaza de destrucción

Partiendo de esta historia, el director Ridley Scott sumerge al espectador en un mundo claustrofóbico, enfermizo, cercano a una suerte de apocalipsis, en el cual nadie se siente seguro. Para la recreación de tal atmósfera cabe destacar, por una parte, el papel que desempeña la luz –siempre tendente a lo crepuscular–, las sombras que arranca a los volúmenes la reverberación eléctrica de la ciudad, los acusados claroscuros, la riqueza de tonalidades con que se tiñe esa luz en contacto con el agua, la lluvia persistente, los humos de la calle, las bocanadas de fuego que expulsan al cielo las fábricas…; y, por otra, el diseño de producción, ciertamente prodigioso, en virtud del cual uno se adentra en un futuro que, a diferencia del que a menudo se representa en el cine –aséptico, reluciente–, combina los avances de diseño con la suciedad y la cochambre, los coches voladores con las bicicletas, los neones deslumbrantes con los candiles, y así un largo etcétera, en una ensoñación de futuro perfectamente asimilable para el espectador de toda época, presente y venidera.

Pero, más allá de esta lograda y desde su estreno muy influyente ambientación –y de tantos otros méritos técnicos y artísticos–, Blade Runner escarba, ante todo y sobre todo, en las profundidades de la naturaleza humana. La historia, inscrita en apariencia, a pesar de su tono sombrío, en la tradición del género fantástico –un hombre acepta a regañadientes el encargo de eliminar una amenaza que se cierne sobre el mundo–, se revela al fin como una interpelación directa al espectador sobre el sentido del hombre, sobre todas esas cuestiones –la inmortalidad, el amor, la memoria, el miedo, el origen, etc.– que desde siempre a la humanidad la han desvelado.

Blade Runner escarba, ante todo y sobre todo,
en las profundidades de la naturaleza humana

Los personajes

Hagamos ahora una breve presentación de los personajes, necesaria para poder ahondar luego en la principal línea argumental de la historia y su deriva temática.

  • Deckard es el protagonista de la cinta, de vuelta al servicio como blade runner para eliminar a los replicantes llegados a la Tierra. Hombre competente en su tarea pero sin demasiados escrúpulos y, por momentos, del todo antipático.
  • Rachel es la mujer de la que Deckard se enamora. Trabaja para la Tyrell Corporation, la empresa que crea replicantes “más humanos que los humanos”, según reza su lema. Desconoce que ella misma es en realidad una replicante, aunque en su muy particular caso no tiene fecha de caducidad.
  • Roy es el cabecilla de los replicantes levantiscos, ansioso de hallar respuestas sobre su naturaleza y condición. Atormentado, lúcido, fieramente humano, se descubre como auténtico protagonista de la historia.
  • Pris es otra de las replicantes en rebeldía, malogrado amor secreto de Roy.
  • El doctor Eldon Tyrell es el creador de los replicantes y, en este sentido, una suerte de dios.

Sobre los replicantes

La Tierra se ha convertido en un planeta tóxico para la vida humana, en una especie de gran vertedero en el cual malviven los infelices que, por una u otra razón, no pueden trasladarse a las colonias del Mundo Exterior, una tierra de grandes oportunidades y aventuras… Para poner en marcha esta operación los humanos hubieron de crear replicantes, robots esclavos que sirvieran de avanzadilla y desempeñaran, gracias a su superior capacidad física, los trabajos de colonización necesarios. El plan surtió efecto y los replicantes evolucionaron con el tiempo, convirtiéndose en copias casi idénticas de los humanos. Tal grado de perfección, sin embargo, hizo de ellos eventuales elementos peligrosos. Se les impuso entonces –como una condena– una vida útil de cuatro años, así como la prohibición de volver a la Tierra.

Pero un grupo de replicantes, como ya sabemos, se rebela contra su destino, viaja a su planeta de origen y emprende una angustiosa búsqueda de las respuestas que expliquen su razón de ser. Entretanto el agente Deckard trata de darles caza. Este planteamiento, en el cual el –supuesto– héroe se mueve por intereses poco edificantes y sus enemigos, paradójicamente, por intereses razonables y legítimos, turba al espectador y debilita su posicionamiento moral ante la historia. Se trata de una estrategia deliberada, invitadora a la reflexión, y causante en gran medida de la fascinación que despierta la película.

La Tierra se ha convertido en un planeta tóxico para la vida humana,
en una especie de gran vertedero

El mito de Prometeo

Después de toda una serie de peripecias, en una de las secuencias culminantes de la cinta, Roy al fin encuentra al creador de replicantes, a su padre, el doctor Eldon Tyrell. Reproducimos parte de la sobrecogedora conversación que ambos mantienen:

Roy- No es cosa fácil conocer a tu creador.
Tyrell- ¿Y qué puedo hacer yo por ti?
Roy- ¿Puede el creador reparar lo que ha hecho?
Tyrell- ¿Te gustaría ser modificado?
Roy- ¿Y quedarme aquí? Pensaba en algo más radical.
Tyrell- ¿Qué? ¿Qué es lo que te preocupa?
Roy- La muerte.
Tyrell- ¿La muerte? Me temo que eso está fuera de mi jurisdicción, tú…
Roy- Yo quiero vivir más.
Tyrell- La vida es así. Hacer una alteración en el desarrollo de un sistema orgánico de vida es fatal. Un programa codificado no puede ser revisado una vez establecido (…) Tú fuiste formado lo más perfectamente posible.
Roy- Pero no para durar.
Tyrell- La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con muchísima intensidad, Roy. Mírate, eres el hijo pródigo. Eres todo un premio.
Roy- He hecho cosas malas…
Tyrrell- Y también cosas extraordinarias. Goza de tu tiempo.

Este diálogo –en el que una suerte de dios creador, temeroso de que una de sus criaturas ejecute contra él alguna clase de venganza, rinde cuentas de sus actos– culmina con la rebelión definitiva del hijo contra el padre, con la muerte del segundo a manos del primero. Blade Runner recrea así, en realidad, el mito de Prometeo, la impotencia y la rabia que domina al hombre al sentirse dirigido por los dioses. Aquí son androides, los llamados replicantes, a quienes este desasosiego les lleva a rebelarse. Roy hace las veces de ángel caído –curiosamente luminoso, brillante, helénico y bello– que consigue llevar a cabo sus planes de muerte, momento en el que, estremecido a la vez de voluptuosidad y de pavor, adquiere consciencia de que lo que ha hecho le recubre de un manto de inmortalidad, convirtiéndole en su propio dios.

La redención

Sin embargo, contrariamente a lo que Roy espera, éste no es el acto a través del cual consigue redimirse. La verdadera redención tiene lugar al final de la película, en uno de los más bellos y conmovedores finales de la historia del cine, si bien aquí, a fin de revelar lo justo y despertar al tiempo la curiosidad de nuestros lectores, nos referiremos tan sólo al emblemático monólogo que Roy recita:

Roy- Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia.

Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.