“Si el arte es tan bueno es porque no tolera la mentira”. El autor de la cita, Antón Chéjov, narrador y dramaturgo ruso, ama sobre todo la verdad desnuda de las cosas; lo que se oculta tras las apariencias, la posición y las habladurías. Su obra literaria es un desvelamiento sincero de lo que de verdad ocupa y preocupa a las personas, a las familias y a los pueblos. MAGDALENA VELASCO KINDELÁN

Médico de profesión –y escritor de vocación, claro–, Chéjov trabajó de forma incansable para ayudar a su modesta familia, para pagar sus estudios y los de sus hermanos y para sobrevivir, a fin de cuentas, dignamente. En Siberia elaboró un riguroso estudio médico sobre las condiciones de vida extremas que impone el rigor meteorológico, por una parte, pero también el político, por otra. Escribe durante esta época, entre otras, espléndidas narraciones breves que se caracterizan por su concisión, sencillez y humor socarrón, y que publica en diversas revistas por un precio fijo la línea. El oso, La petición de mano, La boda, El álbum, El beso, Los perjuicios del tabaco y muchas otras ofrecen un retrato realista de la Rusia de los zares. Nadie debería perderse, de hecho, el festín que supone leer una antología de sus cuentos.

A partir de 1895, y a pesar de sus dudas iniciales, dedicará su atención al teatro, un género de mayor prestigio (y mejor remuneración). La gaviota, su obra más conocida, tiene como protagonista a Konstantín, un joven que aspira a convertirse en escritor y a conseguir el amor de la joven Nina. En la casa de campo de su madre, la famosa actriz Irina Arkádina, se organiza la representación de una obra del futuro autor, pero el fracaso es completo. Konstantín, decepcionado, mata por aburrimiento a una gaviota junto al lago mientras Nina es seducida y abandonada por Trigorin, escritor famoso y pareja de Irina. El protagonista se suicida finalmente.

En El jardín de los cerezos y Las tres hermanas, Chéjov muestra que la gente común tiene vivencias comunes; nada de grandes tragedias, sino pequeños dramas que llegan a veces, incluso, a ser ridículos. En su teatro, las conversaciones no versan sobre importantes temas que preocupen a la humanidad, sino sobre lugares comunes tan insustanciales como el tiempo, la comida o la salud. No incluye tampoco historias de grandes amores, sino episodios normales de amor y desamor, de ilusiones, intereses, pasiones, acostumbramientos…

Nadie debería perderse el festín que supone leer una antología de los
cuentos de Antón Chéjov

Una yuxtaposición de corazones rotos

En mi opinión, la obra más atractiva del teatro chejoviano es Tío Vania. La acción, como en La gaviota, se desarrolla en una casa de campo. Allí viven el tío Vania y su sobrina Sonia, que se dedican esforzadamente a cultivar la tierra y a sacar el mejor provecho de ella. La finca pertenecía a la ya fallecida madre de Sonia y hermana de Vania, y envían puntualmente al que fuera su esposo, el profesor Serebriakov, la cantidad de dinero que le corresponde por los rendimientos del campo.

El profesor Serebriakov está ahora casado con la joven y hermosa Elena, que acude con él a la casa un verano. Se trata de una mujer fría y distante que sólo encuentra refugio en la música del piano. El doctor Astrov, un amigo de la familia, se siente atraído por Elena y les visita a diario. Sonia percibe que también Vania –gordo, bebedor, casi viejo– está enamorado de ella. Sonia, por su parte, que no es bella pero sí generosa y buena, ama sin esperanza a Astrov.

Poco sucede de cara al exterior, pero por dentro arden todos: el profesor Serebriakov padece dolores insoportables y es víctima de un ego insaciable; Elena siente una aguda soledad y también compasión hacia su hijastra Sonia; Astrov y Vania se desenvuelven dominados por una pasión incontrolable; Sonia sufre las secuelas del desengaño… Sólo la vieja criada, Marina, hace de bálsamo entre tantos corazones rotos.

En Tío Vania poco sucede de cara al exterior,
pero por dentro arden todos los personajes

Esforzarse en esperanzarse

El estallido de una tormenta de verano anticipa la que tendrá lugar dentro de la casa, en una reunión de familia en la que acaban apareciendo incluso las pistolas. Por suerte, tras la tensión, vuelve el sosiego: el profesor y su esposa se marchan; Astrov ya no vuelve; y sólo Vania y Sonia reanudan su monótona vida campestre haciendo un esfuerzo ingente en poner esperanza en sus vidas malgastadas.

Tío Vania gira en torno a dos temas universales: por un lado, el desengaño y la zozobra que supone dedicar la vida en servicio de quien no lo merece ni lo agradece; por otro, el de la belleza exterior e interior y los condicionamientos que trae consigo.

Magdalena Velasco Kindelán es catedrática de Literatura.