Sabido es que, en la actualidad, pocos niños movidos y distraídos se libran de que les etiqueten como TDAH y tengan muchas probabilidades de salir automáticamente de las consultas médico-psicológicas con una pastilla en la boca… Se trata, sin duda, del trastorno del campo pediátrico, psicológico y psiquiátrico que está más de moda. PAULINO CASTELLS

Olvidamos que niños movidos, pequeños diablillos que no paran quietos –que, ciertamente, agotan con sólo mirarlos–, los ha habido siempre. Ahora quizá proliferan más por las actuales circunstancias de nuestra atolondrada forma de vivir, acabando los adultos por contagiarles nuestro gratuito e inquietante nerviosismo. Asimismo, los hay –y también los ha habido siempre– niños sumamente distraídos, perdidos en sus pensamientos y sumergidos en sus fantasías –“está siempre en las nubes”–, refugiados en una rica y gratificante imaginación que les hace autosuficientes y les permite ausentarse de una realidad que posiblemente para ellos no es tan gratificante. Y todos son niños totalmente normales, inteligentes, vitalistas y creativos. Futuros artistas la mayoría de ellos. Entonces, ¿por qué esta ansia que ahora nos ha entrado de que todo el colectivo infantil y juvenil debe estar bien quietecito y bien concentrado? Acaso buscamos estar rodeados de niños uniformadamente clónicos…

¿Por qué este empeño en empastillar a toda costa a los niños hiperactivos? (Pastillas que, por cierto, ya reclaman ahora algunos maestros a los padres de estos críos: “¿Pero aún no medican a su hijo?”, insisten reprendiendo a los sorprendidos progenitores). ¿Acaso no hay otras alternativas a la medicación? Pues sí que las hay. Es el caso de determinadas dietas excluyentes, aporte de suplementos dietéticos, etc., que, en algunos casos, han demostrado su eficacia coadyuvante a la medicación o han permitido mejorías sin tratamiento farmacológico exclusivamente psicoestimulante (sobre estas posibilidades alternativas ya he dejado constancia en el libro Nunca quieto, siempre distraído, publicado por la editorial Ceac en 2009).

Los adultos de hoy, con su atolondrada forma de vivir,
contagian a los niños su nerviosismo

¿Cómo es el niño etiquetado de TDAH?

Estos pacientes presentan, en mayor o menor grado, tres grandes grupos de síntomas encabezados por las conductas de: desatención (o inatención), hiperactividad (o exceso de movimientos) e impulsividad (o atolondramiento). El abanico sintomatológico es muy amplio. Pueden predominar unos síntomas u otros según cada caso, inclinando la balanza conductual hacia un lado u otro: hacia un niño aparentemente tranquilo pero muy despistado (desatento), o bien hacia otro más movido y atolondrado (hiperactivo e impulsivo).

Popularmente, se dice de estos niños que no pueden concentrarse en nada, que se distraen por cualquier cosa –“con el vuelo de una mosca”, dicen exasperados padres y maestros–, que no pueden parar quietos ni un momento –parece que tengan dentro “un motorcito que está siempre en marcha”–, que no pueden estar sentados en un mismo sitio unos minutos (“culos de mal asiento”, les llama socarronamente la gente).

Son niños capaces de desmontarle a uno el despacho en un instante. Tocan todo lo que tengo sobre la mesa: lápices, pisapapeles, crucifijo, revistas médicas… ¡Y no hay manos capaces de inmovilizar su frenética hiperactividad! A todo esto, acostumbran a ser niños inteligentes, con una carita simpática que expresa gran vivacidad, risueños continuamente (¡aunque te estén destrozando el mobiliario!). Van de un sitio para otro, tocándolo todo, pero sin prestar atención a nada determinado, porque están pendientes de todo lo que hay de novedoso a su alrededor. Aparentan ser exploradores, pero son incapaces de estar jugando cinco minutos con un mismo entretenimiento u objeto hallado, porque han de ir cambiando continuamente de actividad.

Curiosa es la actitud de lo padres sentados delante de la mesa de la consulta, mientras su retoño revolotea por la habitación. Oscila, según mi experiencia, entre la expresión de desesperación que produce la impotencia, o la actuación excusante que genera la vergüenza ajena, o la más total condescendencia hacia lo que haga el niño, ignorando incluso sus conductas de riesgo o de destrozo del mobiliario del despacho. Así, viendo la actitud de los progenitores durante la visita médica, también me hago una idea de su grado de aceptación o repulsa del hijo hiperactivo.

Lo más sorprendente es que también pueden estarse quietos estos críos. Permanecer sentados en un mismo sitio durante un cierto tiempo, por ejemplo, viendo su programa preferido en televisión. Pero, aun así, su hiperactividad corporal les delata, ya que sus extremidades no descansan: cruzan las piernas, las descruzan, se rascan, hacen guiños, cambian de postura… Con todo, en determinadas ocasiones en que se sienten observados y quieren quedar bien, como puede ser, por ejemplo, frente al médico en su despacho, pueden adoptar una postura modélica, de aparente sosiego y atenta conducta (“¡Doctor, le aseguramos que no está así de quieto en casa!”, comentan desconcertados los padres).

Estos pacientes presentan tres grupos de síntomas encabezados por las conductas de desatención, hiperactividad e impulsividad

Frágiles y emocionalmente inestables

No sólo la inestabilidad motriz caracteriza a los niños con TDAH, sino también su inestabilidad emocional. Así, por ejemplo, presentan una baja tolerancia a las frustraciones, especialmente cuando son pequeños, estallando con facilidad en espectaculares rabietas. Luego, cuando son mayorcitos, las continuas y cotidianas reprimendas de padres y docentes –“¡Estate quieto!”, “¡No te distraigas!”, “¡Eres un desastre!”, etc.– hacen mella en su espíritu. Las crisis de ansiedad y los cuadros depresivos se vuelven frecuentes, agravando el comportamiento de estos chicos ya de por sí tumultuoso y con actitudes de irritabilidad, malhumor, desobediencia, etc.

Si a todo esto añadimos que el niño con TDAH que no despunta en la familia –“por su buen comportamiento”– ni en la escuela –“no es una lumbrera”–, tendrá que buscar nuevos terrenos para llamar la atención, tanto en casa como en el colegio. Y aquí entrará de lleno en conductas disruptivas, rebeldías y payasadas, agravándose aún más su situación. Y llegado este punto, ya nadie le quitará la etiqueta de niño indeseable.

A la vista de este negativo panorama de reproches y castigos, es evidente que el mundo puede convertirse para estos niños en un lugar muy desagradable para vivir. Asimismo, además de lo que les afecta a ellos, todos los que les rodean –padres, hermanos, abuelos, maestros, monitores, etc.– sufren también un importante efecto de desgasteque, obviamente, revierte negativamente en estos niños. A la larga, se puede convertir en un auténtico rechazo.

Un diagnóstico cuidadoso, una valoración de las posibilidades de tratamiento y una información adecuada a familiares y maestros de lo que es el TDAH –y de lo que no lo es–, puede cambiar la vida de muchos niños.

Paulino Castells, doctor en Medicina y Cirugía y especialista en Pediatría, Neurología y Psiquiatría.