La elegancia se sustenta siempre en disposiciones personales bien definidas; es una cualidad más que subraya de una forma especial nuestra manera de ser. La elegancia de cada ser humano tiene algo de irrepetible que únicamente puede darse en él. Sin ese sello personal la elegancia se negaría a sí misma, porque sólo son elegantes los sujetos concretos, que se caracterizan por ser irrepetibles. MIGUEL ÁNGEL MARTÍ GARCÍA
Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que cada uno es elegante a su manera. No existen prototipos totalmente transferibles de elegancia. El mimetismo en este terreno es insuficiente, porque podemos apropiarnos tal vez de lo externo, pero no del espíritu que lo anima. La elegancia sale siempre de dentro a fuera. Un hombre o una mujer sin una fuerte personalidad es muy difícil que sea elegante, ya que la personalidad es precisamente la vertebradora de la elegancia.
El mundo de la moda ha olvidado tal vez con excesiva ligereza el factor humano que la anima, fijándose únicamente en el cuerpo como único soporte. Por eso su tendencia actual es desnudarlo, para obtener la expresión más pura de la belleza: cuerpos con medidas idénticas, moldeados uniformemente por una cosmética uniformadora. Se ignora la condición íntima de los sujetos para convertirlos en objetos. El camino a seguir es más bien inverso: fomentar las virtualidades interiores a través de una formación exquisita, para que así en sus manifestaciones externas hagan patente su elegancia interior. Las personas tendríamos que ser –incluido en nuestro aspecto externo– más diferentes unas de otras. ¿Por qué va a ser igual lo que realmente es diferente? La diferenciación es una muestra de riqueza. Sólo los objetos son concebidos en serie: conocido uno, conocidos todos, por eso son tan fáciles de manejar y terminan siendo tan aburridos. Las personas, al estar sujetas a un proceso de socialización, podemos perder parte de nuestra personalidad –quizás la más interesante– y acercarnos en exceso a los demás, en detrimento de nuestra propia identidad.
Actualmente está de modo la palabra “personalizada”, todo quiere ser ahora “personalizado”, pero me temo que sin un justo convencimiento de que lo que importa en el hombre y en la mujer son sus actitudes interiores, difícilmente esa personalización no sería más que una máscara para vender un producto que en lugar de ser exclusivo sea en realidad a granel. Externamente nos parecemos en exceso los seres humanos, para que ese parecido responda a las diferentes formas de ser de cada uno. A veces hay que bucear mucho para saber a quién tenemos enfrente, para conocer lo que de genuino y propio hay en esa persona. Sólo un espíritu culto y libre sabe desembarazarse de todo lo que no va con él y crearse un estilo de vida de acuerdo con su propia fisonomía.
Miguel Ángel Martí García es catedrático de Filosofía y autor, entre otros libros, de ‘La elegancia. El perfume del espíritu’ (Eiunsa).