Ben y su mujer, Leslie, optaron un buen día por darle la espalda al mundo –un mundo en el que no creen y en el que se niegan a criar a sus hijos– y buscar acomodo en lo más profundo de los bosques de Oregon. De las fugas del mundanal ruido, de los principios que las inspiran y del precio que hay que pagar por preservar cierta pureza intelectual y espiritual, hablamos de la mano de Captain Fantastic. CARMEN SEBASTIÁN

Esta batalla, la del individuo contra la sociedad en cuyo seno nace, no es nueva, ciertamente, pero la cinta del director Matt Ross es una agradable sorpresa. Una vida sin electricidad ni comodidades, sin más recursos que los que ofrece el bosque, una vida de privaciones, por tanto, pero apartada, eso sí, de una sociedad desnaturalizada, materialista, individualista, al parecer necesariamente corruptora. Ésa es la propuesta. Ése es el pulso, existencial, que plantea la película y que su protagonista, Ben, no ha dejado de mantener incluso en solitario, después de que su mujer, aquejada de graves trastornos mentales, ingresara en un centro hospitalario.

Ben es, así pues, el patriarca de esta peculiar tribu, quien impone un ritmo de vida marcado por la exigencia física e intelectual, en busca de algo así como la excelencia en plena naturaleza: al amanecer, duro ejercicio; a lo largo del día, y para fomentar una suerte de espíritu crítico y librepensador, alambicadas lecturas. Los tres chicos y las tras chicas, con edades comprendidas entre los 7 y los 18 años, cuentan siempre con el ejemplo inspirador de su padre, con su guía, un haz de luz que los conduce a través de las sombras de la infancia y la adolescencia hacia la madurez. Un arte de educación especial impartida en un entorno especial, perceptible desde el principio en buen número de escenas: justo al comienzo cuando Bo, el hijo mayor, ingresa en el mundo de los adultos a través de la caza; poco después cuando Ben, ante la mirada de extrañeza de los niños, no presta ayuda a uno de ellos, que acaba cayéndose por la ladera de una montaña; o más tarde cuando otra vez Ben, al sorprender a una de sus hijas leyendo Lolita de Vladimir Nabokov, la invita a hacer un resumen de la historia y a explicar con sus propias palabras aquellos aspectos que hayan llamado su atención, un recurso que emplea por cierto de forma recurrente, en más de una ocasión, para ayudarles a pensar por sí mismos.

Ben impone a sus hijos un ritmo de vida marcado por la exigencia física e intelectual,
en busca de alguna clase de excelencia

Los personajes

  • Ben, padre de familia y hombre antisistema, decide alejarse de una civilización que considera nociva y se instala junto a su mujer y sus hijos en una región boscosa situada al noroeste del Pacífico.
  • Bo, el mayor de sus hijos, es un chico inteligente, habilidoso y plenamente adaptado al entorno de naturaleza salvaje en el que ha crecido. Su problema, sin embargo, es la falta de desenvoltura en el mundo civilizado cuando han de volver a él. Describe un arco de transformación interior a través del cual va descubriendo quién es y qué quiere.
  • Kielyr y Vespyr, las hijas mayores de Ben y Leslie, forman un verdadero tándem. Reclaman la presencia de su madre, cuya figura añoran. A su manera, a través de las lecturas que eligen, por ejemplo, luchan por preservar su feminidad.
  • Rellian, el segundo hijo varón, discute habitualmente con su padre. En parte es contrario a los ideales que éste preconiza, pues siente que constriñen su libertad. Desearía vivir otro tipo de vida y transita entre la frustración y la rabia.
  • Nai, el hijo pequeño, vive a la sombra de su hermana Zaja, una sombra tan alargada, de hecho, que a veces parecen la misma persona; por su forma de vestir y de pensar, Nai se confunde con ella a menudo.
  • Zaja, la hija pequeña, defiende a ultranza los postulados de Ben, y asimila todas sus enseñanzas y puntos de vista. En ella –aunque también en los demás, en distintos grados–, el abismo que se abre entre la forma de vida que defiende su padre y la forma de vida convencional es muy apreciable.
  • Leslie, que decidió junto a su marido vivir en los bosques, se encuentra ingresada en un centro psiquiátrico. Su suicidio es el detonante del conflicto dramático de la historia.

De vuelta a la civilización

De este trágico punto de inflexión se sirve la historia para enfrentar a la familia de Ben con la sociedad de la que huyeron. Hasta entonces, en la zona de confort que les ofrece el aislamiento del bosque, su vida se desarrolla normalmente, sin apenas contacto con el mundo exterior. La naturaleza impone sus leyes, y a ellas se someten en singular armonía.

La sorpresiva vuelta a la civilización les sitúa en cambio en un escenario inédito, confuso y desafiante. Más allá del durísimo impacto emocional que provoca la muerte de Leslie –y de las desoladoras circunstancias que sin duda la rodean–, el de la forzosa rentrée social es enorme en los hijos. Son chicos sin escolarizar –sin socializar en parte, por tanto–, y el trato con otros de edades parejas es tirante y difícil. Las relaciones sociales, cuyos códigos se aprenden y asimilan de forma natural a medida que se desarrollan en el tiempo, resultan para ellos un extraño jeroglífico. Su inadaptación, manifiesta, les hace comportarse casi como bebés balbucientes en un mundo de adultos. El guion aprovecha la situación para criticar no muy disimuladamente todo lo que llama la atención de los muchachos: la obesidad rampante, la obsesión tecnológica, el desenfreno consumista y la desgana intelectual, señas reconocibles –aunque no sólo– del caprichoso estilo de vida americano.

El desconcierto de los menores no es sin embargo tan perturbador como el que sacude a Ben, cuyas convicciones, ciertamente sólidas al principio, empiezan a resquebrajarse. Enfrentado a sus suegros, a su hermana, y hasta a sus propios hijos, que llegan a poner en cuestión los ideales que han iluminado su proceder durante todos estos años, acaba enfrentándose a sí mismo. Un conflicto que crece en su interior y llega a extremos para él insospechados durante algunas de las secuencias más significativas del film, sobre todo cuando se enfrenta a la familia de su mujer durante el funeral.

La obesidad rampante, el desenfreno consumista y la desgana intelectual son
objeto de indisimulada crítica

En crisis

El gran patriarca duda entonces de la infalibilidad de sus tesis, y la verdad absoluta que las sostenía entra en crisis. Lo cierto, en el fondo, es que Ben es incapaz de formular leyes de esa índole, dentro o fuera de la sociedad, salvadoras del hombre desde el hombre. Percibiendo el mundo sólo a través de la experiencia sensible, o del pensamiento racionalista, el camino hacia esa pretendida salvación desaparece sencillamente de la vista. De hecho, de espaldas a Dios, la muerte de la esposa de Ben, el canto último que ésta le reclama que entone, deja de tener sentido.

Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.