A mediados de los 2000, poco después de la fulgurante ascensión de Pequeña Miss Sunshine a los altares cinematográficos, la historia se repetía con Juno, otra apuesta del indie norteamericano que, con su interesante aproximación al siempre peliagudo asunto del aborto, acababa por convertirse en fenómeno del año. CARMEN SEBASTIÁN
Juno es una adolescente que vive de acuerdo con sus propias reglas, pero todo cambia cuando, en un cruce de cables, decide acostarse con el encantadoramente sencillo Bleeker y se sorprende a sí misma esperando un hijo. A la vista de la situación, Juno y su mejor amiga, Leah, acuerdan encontrarle al bebé la pareja de padres adoptivos perfecta. Así, fijan su mirada en Mark y Vanessa Loring, una acomodada pareja de las afueras que desea adoptar a su primer hijo. Todo parece encauzado hasta que, con el paso de los meses, a medida que se acerca la fecha del nacimiento del bebé, la idílica vida de Mark y Vanessa comienza a resquebrajarse. Y es entonces cuando Juno, en una insólita muestra de madurez adolescente –en la cual despliega toda su agudeza, ingenio e inteligencia–, interviene para reconducir decisivamente la relación de los Loring y hacerlos así merecedores del niño que anhelan.
La protagonista
Juno Macguff es una jovencita de dieciséis años. Un día decide tener su primera experiencia sexual con un chico del instituto, lo que la lleva a tener que afrontar un embarazo imprevisto. Sin embargo, en vez de decantarse por la salida menos comprometida, elige dar el bebé en adopción. De este modo, la película presenta a una adolescente con fuerte personalidad, capaz de asumir las consecuencias de sus actos –no siempre ejemplares–, de compartir la noticia en casa, de desentenderse de la presión externa y de preocuparse por encontrar a los padres adoptivos ideales.
En vez de decantarse por la salida menos comprometida,
elige dar el bebé en adopción
Una vuelta de tuerca
En su tramo inicial, Juno plantea el aborto como una solución comúnmente aceptada y naturalizada, como una práctica –desgraciadamente– recurrente, ya que tener un hijo –sobre todo, no sólo– a edad tan temprana, sin haberlo planeado y sin pareja estable, constituye un drama de dimensiones colosales (hasta el punto, al parecer, de sepultar y condenar las vidas de las jóvenes embarazadas sine die). El giro de guion posterior, sin embargo, ayuda a construir un enfoque menos dramático y angustiante de la situación.
La película no plantea el embarazo imprevisto como algo traumático y vergonzoso, por su tono se diría más bien que todo lo contrario. La cámara acompaña a Juno en su dolor y da cuenta de su irremediable soledad –pese a la contención y al amor que le proporcionan sus padres y su mejor amiga–, desde luego, pero aborda el desafío con desenvoltura, sentido del humor, colorido visual –un tanto estetizante– y alegres canciones.
Y es que, al fin y al cabo, no se trata de la muerte de nadie: Juno está repleta de vida y, aunque sufre, se hace cargo de sus errores y obtiene no pocas recompensas a cambio. Vive, aprende, se conoce, descubre a la gente que tiene a su alrededor. Como la propia película, no es cursi ni pretenciosa ni dogmática. El espectador puede o no estar de acuerdo con su comportamiento, o con su toma de decisiones, pero no es posible cuestionar su sólida coherencia, y por eso funciona.
No se plantea el embarazo imprevisto como algo traumático y vergonzoso,
por su tono se diría más bien que todo lo contrario
El problema de fondo
Sí quisiera apuntar aquí, pues no deja de sobrevolar la película, que las actuales campañas de publicidad, promotoras del uso del anticonceptivo, no reflexionan sobre el comportamiento sexual de las personas e invitan a seguir experimentando conductas peligrosas con eslóganes como “el preservativo salva vidas”, “porque te quiero, me cuido” o “usar preservativo es ser responsable”. Sin embargo, ¿de qué hay que prevenirse? ¿De ser libre para vivir la abstinencia y la fidelidad?
Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.