Ya sea por la familia numerosa que la protagoniza, ya por la presencia de una mujer arrolladora en torno a cuyo eje pivotan los miembros de dicha familia, lo cierto es que la película Muchos hijos, un mono y un castillo me ha resultado extraña y deliciosamente reconocible. CARMEN SEBASTIÁN
Claro que no es algo que sólo me haya ocurrido a mí. Ni mucho menos. Obtuvo en su momento, allá por 2017, numerosos reconocimientos. La sola acogida que tuvo en la edición de los premios Goya, cuyo jurado decidió concederle el premio a la Mejor Película Documental –si es un documental o una suerte de género inclasificable bien podría debatirse–, es un botón de muestra de la conexión especial que logró establecer con el público, y eso que las circunstancias que rodean la historia narrada son ciertamente estrambóticas.
El título de la cinta lo sugiere ya de por sí. Muchos hijos, un mono y un castillo son los tres deseos que Julita Salmerón, la protagonista, tuvo de niña. Deseos infantiles, sí, que como ella todos hemos tenido, pero que en su persona sobrevivieron al paso del tiempo de tal modo que acabó luchando por ellos y satisfaciéndolos al fin. Así que Julita tiene, o tuvo –del castillo se desprendió por una deuda bancaria, del mono porque se puso muy violento–, todo eso, pero si algo interesa de semejantes aspiraciones no es tanto lo que tienen de llamativo como lo que dicen de quien las ha albergado y colmado.
El no va más de los personajes
Julita Salmerón es, sencillamente, un torbellino, una mujer torrencial, explosiva, insólita, elocuente, audaz en sus ideas y firme en sus propósitos. Con una inusual capacidad de seducción arrastra tanto a su marido como a sus seis hijos a su particular universo, a una delirante aventura que en el espectador –no en ella, que no es consciente del alcance de su propia singularidad– provoca asombro, emoción y muchas risas. En el momento del estreno tenía 82 años, y su hijo Gustavo, director del film –y sabedor del golpe de efecto constante que es su madre en sí misma–, se afanó en condensar los últimos 14 en tan sólo 88 minutos, de modo que ya pueden hacerse una idea, cuando vean a esta señora en pantalla, del vendaval que se les viene encima.
Todo comienza –es el pretexto argumental– cuando la familia emprende la búsqueda de la vértebra de una bisabuela que Julita ha guardado en alguna parte. Ésta almacena una gran cantidad de objetos extravagantes, configuradores por un motivo u otro de su vida –alguien ha visto aquí los síntomas de un síndrome de Diógenes cuando a lo mejor se trata tan sólo de una curiosa particularidad más–, y que dan ocasión al planteamiento y desarrollo de situaciones rocambolescas, al desencadenamiento de recuerdos y sentimientos, a la puesta en común de reflexiones sobre lo humano y lo divino…, y, lo mejor de todo, a la revelación progresiva de la personalidad de una mujer fascinante.
Julita Salmerón es, sencillamente, un torbellino,
una mujer torrencial, explosiva e insólita
El detonante
Dice el propio Gustavo que la búsqueda de la vértebra se convirtió en el hilo argumental de la película tras descartar otro episodio, el de la matanza de un cerdo que vivía en el corral del castillo de sus padres, al que ya había dedicado más de un año de grabación.
“Un día mi madre me dice, mientras selecciona los huesos para un caldo:
–Mira, esto es una vértebra. Yo tengo una vértebra. La de mi abuela.
–¿Cómo? ¿Qué has dicho con tanta ligereza? ¿Que tienes una vértebra? ¿De mi abuela? Perdón, ¿de tu abuela? ¿De mi bisabuela? La cabeza me va a explotar. ¿Dónde está? ¡Quiero verla! Es más, exijo verla.
Mi madre contesta, sin mirarme, que hace tiempo que no la ve por la casa.
–¿Cómo? Ni que fuera una gata que entra y sale a su antojo y desaparece en época de celo. ¡Santo cielo! ¡Está perdida! ¡Hay que buscarla! ¡A la carga! ¡A quién le importa el cerdo! ¡Es la bisabuela! Esta es la historia: En busca de la vértebra perdida. ¡Qué gran título! ¿Cuál es el tema? ¡Qué más da! De la dificultad nacen las grandes obras. Voy a pedir una subvención alegando que esta búsqueda es la búsqueda de España.”
Un nuevo cordón umbilical
Son muy reveladoras las declaraciones del propio Gustavo para entender cómo se teje una historia de esta naturaleza a lo largo de 14 años, así como para entender el paulatino fortalecimiento del vínculo que se crea entre madre e hijo a medida que dicha historia avanza: “En estos años de grabaciones inútiles –era entonces septiembre de 2011– ha surgido entre nosotros una relación más allá de madre e hijo. En este momento crucial de la madurez, después de haber perdido la comunicación en la adolescencia, la cámara se transforma en un nuevo cordón umbilical que nos une y a través del cual nos alimentamos mutuamente.”
Y más adelante, ya a mediados de 2012:
“Reconozco que 10 años grabando a mi madre en cualesquiera situaciones y estados no es algo, llamémoslo, normal. Ayer al entrar en casa de mis padres les escuché decir:
–Pobre Gustavo. Me da lástima –decía mi decorosa madre.
–A mí me preocupa su estado mental –decía mi honorable padre.
–Nos graba porque no tiene trabajo de actor –añade mi inteligente madre.
–A nosotros, dos viejos sin interés –resume mi valiente padre.
Entré rápidamente en el despacho para que lo repitieran a cámara.”
El vínculo entre madre e hijo experimentó un paulatino fortalecimiento durante
los 14 años de grabación
Opuestos complementarios
Pese al papel absolutamente protagónico de Julita, quisiera hacer referencia también a su marido, Antonio, o, mejor dicho, a la tierna, singular e invulnerable historia de amor que ha escrito y sigue escribiendo este matrimonio.
En una entrevista reciente, la propia Julita señalaba sobre su relación con Antonio: “No soy tan divertida como parezco. Sin ir más lejos, ayer me enfadé con mi marido y le dije que ya no lo quería. Pero es mentira porque esta mañana ya lo quería otra vez. Nos enfadamos mucho por tonterías (…) Muchas veces me porto mal con él y luego pienso: «Pobrecito, mira que si se me muriera… Tengo que quererlo más y ser más buena con él». Pero, al día siguiente, vuelvo a caer y me vuelvo a portar mal.”
Lo cierto es que en la película asistimos a lo que Gustavo ha llamado “opuestos complementarios”, en referencia a sus padres: “Para que ella brille, mi padre tiene que estar a su lado”.
En octubre de 2013, señalaba en este sentido:
“Es otoño en el castillo. He perdido la cuenta de los años que llevo buscando la vértebra. ¡Qué ardua tarea! Sentado en la terraza observo a mis padres. Él hace cuentas; ella, sentada a su lado, le ofrece una pera a trocitos. ¡Qué delicada escena! ¡Cuánto amor sin darse cuenta y cuánto amor que cuenta!”.
La puesta en escena del propio funeral
La vida de Julita está recubierta de algo así como una pátina de magia, a cada momento acontecen en ella cosas que parecen sacadas de una chistera. Nos sorprende de súbito la presencia de un pavo real en el jardín, un tenedor extensible con el que despierta a su marido, dientes de leche en tubos de sacarina, su particular belén, expuesto sine die en el jardín, a cuyas figuras, recalentadas durante los meses de verano, trata de dar alivio con la manguera…
A pocos les resultaría verosímil semejante personaje en un relato de ficción, pero como se trata de la descripción objetiva, desdramatizada, de una mujer y sus circunstancias, de la pura y dura verdad de su vida, cabe tan sólo asistir al disparatado espectáculo boquiabierto. Esto sucede, por ejemplo, cuando Julita planifica su propio funeral, durante el cual campa el surrealismo a sus anchas. “Mi querida madre –dice Gustavo– está delicada de salud y se ha obsesionado con la muerte. Lo hace con uno de esos acentos del corazón que tanto cuesta escuchar con sangre fría. Ayer la grabé preparando un ritual para el día de su muerte.” Al respecto señala la propia Julita: “Llevo preparando mucho tiempo mi muerte. Lo tengo todo listo, el traje de monja y la aguja larga para que me pinchen fuerte en el pompis y se aseguren de que estoy muerta. Quiero que me vistan de monja porque antes de casarme estuve a punto de entrar en un convento”.
Se trata, en fin, de una comedia esperpéntica, pero como en toda comedia de calado subyacen al tiempo, como vemos, los asuntos graves. Más allá de la vértebra desaparecida, lo que trata Julita de encontrar, de dilucidar, es el verdadero significado de la vida, desentrañando a su vez para ello el que tiene el amor, la pérdida de los sueños, la familia, la fe, la enfermedad, el miedo a la muerte…
Recomendada queda.
Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.