Una pelea intrascendente entre dos chavales en un parque –que le lleva a uno de ellos, eso sí, a perder algún diente– da pie a la reunión de sus respectivos padres para zanjar la disputa, aunque ésta, en realidad, no ha hecho más que comenzar. CARMEN SEBASTIÁN
Porque lo que en principio iba a ser una simple formalidad entre adultos educados y responsables, se convierte al fin en una confrontación encarnizada que saca a relucir todos sus prejuicios y contradicciones burguesas.
La acción se desarrolla en el apartamento de los padres del niño agredido, en Nueva York, y está envuelta en una atmósfera enrarecida, incómoda, cada vez más asfixiante, de la que parece imposible escapar (cuando uno de los matrimonios parece dar por zanjada la discusión y pensamos que podremos ya respirar aliviados, crece de nuevo la espiral violenta de peleas y disputas sin solución): como si la feroz condición humana, desatada, hubiera roto los diques de la educación, la cultura y el estatus social de los que son garantes los protagonistas. Entre esas cuatro paredes quedan expuestos, con toda crudeza, una serie de temas recurrentes a lo largo del film: la comunicación en el matrimonio, la educación de los hijos, la conciliación trabajo-familia, la ética profesional…
La película adapta una obra teatral de la dramaturga francesa Yasmina Reza, que contribuyó, por cierto, a desarrollar el guion que se llevó luego a la gran pantalla. El título original de la obra, Le dieu du carnage –carnage se traduce del francés como “matanza”, “masacre”, y también como “carnicería”–, me trae a la mente la imagen de un nido de aves salvajes que alimentan a sus crías a base de carroña y que han de disputarse para sobrevivir.
Los personajes
- Nancy Cowan, madre de Zacharis –el niño que agredió a Ethan–, es una inversora de riesgos que, terriblemente ocupada, se siente culpable por no pasar tiempo suficiente con su hijo. Sin duda lo quiere, pero la maternidad y la educación parecen ser para ella completos desconocidos; a veces da la sensación de que no sabe de qué habla. Se siente muy incómoda en casa de los Longstreet.
- Alan Cowan, el marido de Nancy, trabaja como abogado para una multinacional farmacéutica. Va siempre pegado al teléfono móvil, obsesionado por ganar litigios a los que acude para defender a sus clientes de cuantiosas demandas. No tiene reparos en justificar su actitud y la de las empresas que representa aunque con ello perjudique a un colectivo socialmente débil.
- Penelope Longstreet, madre de Ethan, es una mujer apasionada, tremendamente educada, seria, aunque acaba al final pareciendo una caricatura de sí misma. Trabaja en una librería y escribe un libro sobre el sufrimiento en África, ya una obsesión para ella. Sus problemas matrimoniales salen a flote en plena negociación con los Cowan. Le horrorizan Nancy y Alan, a los que no les preocupan en absoluto las dificultades y penalidades que atraviesa el mundo. Es más intelectual que su marido.
- Michael Longstreet, marido de Penelope, es vendedor de artículos para el hogar. Esconde grandes ambiciones, sobre todo la de pertenecer a una clase social más alta. En cierto modo, cada personaje representa la figura de un hipócrita que piensa que, si todo el mundo fuera como ellos, el mundo sería perfecto. Michael muestra su mejor actitud ante el encuentro con Nancy y Alan, aunque finalmente la situación, insoportable, le vence y explota.
Homenaje a la incomunicación
A lo largo de la cinta, los cuatro personajes viven en permanente enfrentamiento, bien en solitario contra su respectivo cónyuge, bien alineados contra el matrimonio rival o incluso contra el sexo opuesto. El film propone un relato verborreico –histérico– que pretende no dejar escapar ileso al espectador. Resulta interesante caer en la cuenta del momento en que cada uno de los protagonistas, entre el desvarío de ataques, reproches y lamentos, se muestra justamente tal y como es.
La película es casi una gran secuencia de homenaje a la incomunicación. Los padres de los chicos equivocan la estrategia al procurar obtener sucesivamente la disculpa explícita de la otra parte. No caen en la cuenta de que son precisamente ellos los desencadenantes de la tormenta magnificando el incidente, atacándose entre sí, buscando culpables. Ofrecen desde luego un claro ejemplo de qué es no educar (el vocablo en latín –educare– significa cultivar, lo que nos lleva a una nueva precisión: en la educación es indispensable el cariño, el tiempo, la dedicación y el esfuerzo).
Sólo al final de la película recurre el director a un espacio abierto: al parque en el que los niños recobran la amistad y vuelven a sus juegos, ajenos a las discusiones de sus padres. A la sensación claustrofóbica que provoca el apartamento, se opone otra opuesta, apacible, de un parque verde en el que un amable y pequeño roedor campa a sus anchas.
Los personajes viven en permanente enfrentamiento, bien en solitario contra su respectivo cónyuge, bien alineados contra el matrimonio rival o incluso contra el sexo opuesto
Después de la agresión
Es llamativa la reacción susceptible y airada de los protagonistas cuando interpretan que un tercero se entromete u opina sobre su quehacer como padres. Incluso en el momento en que alguno de ellos reconoce falta de capacidad para enderezar el rumbo de su hijo algo extraviado, no permite que nadie haga siquiera una observación. Es el caso de Alan cuando llama a su hijo “maniaco” –provocando por cierto escándalo en su mujer–, reconociendo de algún modo que se han dado por vencidos, que han renunciado a su tarea educativa. Se nota en él cierta sensación de abandono, de claudicación, de incapacidad para educarle, pero sin dejar desde luego que lo constaten otros. O también cuando Penelope le sugiere a Nancy que se disculpe, y ésta, sintiéndose agredida, reacciona con sarcasmo e ironía (como pensando indignada para sí: ¡Quién me va a decir a mí cómo educar a mi hijo!).
Penelope- Permítame que se lo pregunte. ¿Zacharis podría disculparse con Ethan?
Alan- Claro, sería bueno que hablaran.
Nancy- No, no… Tiene que disculparse, tiene que decirle a Ethan que lo siente.
Penelope- ¿Y es así? ¿Lo siente?
Alan- Él no es consciente de la gravedad de lo ocurrido. Sólo tiene once años.
Penelope- Con once ya no eres un bebé…
Primeras tiranteces
Los dos matrimonios se sientan alrededor de la mesa del salón, los Cowan frente a los Longstreet, a degustar un pastel casero que ha preparado Penelope. Al cabo de pocos minutos, aparecen ya las primeras tiranteces.
Alan- Nancy, tú quédate. Ya me contarás lo que hayáis decidido. De todos modos, tampoco resulto útil aquí. Las mujeres siempre piensan que necesitan al marido, al padre, como si sirviera para algo…
La cultura, una fuerza poderosa
Cuando Penelope defiende la cultura como forma de interiorización de valores elevados, como medio para adquirir una verdadera educación, la reacción instintiva de Nancy es casi de repugnancia. Un poco después, cuando la tensión creciente amenaza con hacer saltar por los aires la cortesía tirante que habían mostrado los unos con los otros, Nancy siente malestar físico y mareos hasta acabar vomitando sobre los catálogos de arte desplegados sobre la mesa, los verdaderos tesoros de Penelope (lo que tiene, desde luego, una lectura evidente).
Penelope- ¿A Zacharis le interesa el arte?
Nancy- No tanto como debería… ¿A sus hijos sí?
Penelope- Bueno, intentamos compensar las carencias del programa de estudios…
Nancy- Ya…
Penélope- Sí… intentamos llevarles a conciertos, a exposiciones… Nosotros creemos que la cultura es una fuerza muy poderosa para la paz.
Nancy- Tiene razón.
Nancy entiende que tanto ella como su marido han de participar en los debates y actividades del colegio en el que estudia su hijo; implicarse en su educación; preocuparse por la relación que mantiene con otros niños; y arrastra a Alan para que cumpla con este cometido. Él considera, sin embargo, que su campo de acción es el mundo de los negocios, que el hombre es un estorbo en esta tarea educadora y que es la mujer, más capacitada, quien debe llevarla a cabo.
Nancy- Mi marido considera que todo lo que tenga que ver con la casa, el colegio o el jardín, es cosa mía.
Alan- No es verdad.
Nancy- Claro que sí. Y entiendo por qué: todo es tan espantosamente aburrido. Es espantoso…
Penelope- Si tan espantoso es, ¿por qué decidisteis tener hijos?
Michael- Quizás Zacharis se aprovecha de su falta de interés.
Con aire desesperado, Nancy justifica la falta de compromiso de Alan con respecto a la educación de su hijo apelando al aburrimiento que eso de educar implica. Le abate el desinterés que muestra su marido sobre un asunto que les incumbe a ambos, y es que Nancy no está preparada para enfrentarse por su cuenta y riesgo, sola, a ese desafío. Con la primera copa de alcohol, la mujer elegante y sofisticada se desmorona.
Abandonar a un hámster
Los Cowan están mejor situados que los Longstreet. Aparentemente, existe entre ellos cierta complicidad con respecto a la educación de su hijo Zacharis, pero no hay entre ellos, en realidad, comunicación. Alan sólo está pendiente del teléfono móvil, de la estrategia que debe poner en marcha para defender los intereses y el buen nombre de la compañía farmacéutica a la que representa y que ahora atraviesa dificultades por los efectos secundarios de uno de sus productos. Es curioso que su mujer no cuestione en absoluto los métodos que emplea para proteger a sus clientes y le reproche a Michael, sin embargo, falta de sensibilidad y consideración por haber abandonado a un hámster en la calle.
Michael- Ahora que os conozco, no me sorprende que Zacharis tenga problemas de conducta.
Nancy- Cuando mataste al hámster…
Michael- ¿Que yo maté al hámster?
Nancy- Sí. Hacéis todo lo posible para que nos sintamos culpables. Os arrogáis la autoridad moral como si fuera vuestra, pero tú mismo eres un asesino.
Armas arrojadizas
Poco a poco, la disputa abierta entre los matrimonios salta al primer plano. Cada cónyuge empieza a jugar sucio, a airear sus intimidades para dejar en evidencia al otro, a lanzarlas como armas arrojadizas para hacer daño.
Michael- En mi opinión, la pareja es el peor suplicio al que Dios nos ha sometido jamás. La pareja y la familia.
Nancy- Nadie te obliga a airear eso delante de nosotros. Es indecente. Todo esto no viene a cuento. No estamos aquí por su matrimonio (dirigiéndose a Alan). Estamos aquí por un problema con los niños, no por su matrimonio.
Alan- Salvo que guarde relación.
Nancy- ¿Qué?
Michael- Salvo que guarde relación, y claro que la guarda.
Penelope- ¿La agresión a Ethan guarda relación con nuestro matrimonio?
Los valores occidentales
Alan- Hace falta un poco de educación para sustituir la ley basada en la violencia. El origen de la ley, como sin duda sabrás muy bien, es la fuerza bruta.
Penelope- Si eres un cavernícola, tal vez… Pero en este mundo, no.
Alan- Penélope, yo creo en el dios salvaje, un dios cuyas reglas no han sido cuestionadas desde tiempos inmemoriales. (…)
Penelope- ¡No me hables de África! ¡Lo sé todo sobre el sufrimiento en África!
Alan- No lo dudo…
Penelope- Y vivimos en Nueva York, no vivimos en Kinshasa. Vivimos en Nueva York, con las costumbres de la sociedad occidental, así que lo que ocurre en un parque junto al puente de Brooklyn tiene que ver con los valores occidentales. Que yo apoyo completamente.
Aquí subyace un interesante debate muy actual: ¿Hay normas comunes para todos? ¿Puede haber una ley universal que sirva para todos los hombres, de todos los tiempos y de cualquier lugar? O, como plantea uno de los protagonistas de la película, ¿son en realidad las distintas civilizaciones, de acuerdo a su cultura y sus circunstancias particulares, las que marcan sus propias normas éticas? ¿Tendría de hecho que imponerse la ley del más fuerte si esas normas lo exigieran?
Benedicto XVI insistió en “la necesidad y urgencia, en el contexto actual, de crear en la cultura y en la sociedad civil y política las condiciones indispensables para una plena conciencia sobre el valor irrenunciable de la ley moral natural”.
Según explica el número 1954 del Catecismo de la Iglesia Católica, “la ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira”.
El número 1956 añade: “La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales”.
Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.