Según el diccionario de la RAE, líder es “director, jefe o conductor de un partido político, de un grupo social o de otra colectividad”. Y si consultamos el diccionario de María Moliner, veremos que, según él, líder es “la persona que es seguida por otras que se someten libremente a su voluntad”. FRANCISCO GALVACHE VALERO

Ambos indican que la raíz del vocablo es leit (ir hacia delante, encabezar, acompañar a alguien) que, en inglés y con el paso del tiempo, devino en leader (el que decide, guía, conduce y desarrolla la acción de ir hacia adelante, encabezando, dando ejemplo a un grupo u organización de cualquier índole). Cabría preguntarse si está justificada la necesidad de introducir en nuestra lengua la palabra “líder” para expresar tales significados. Yo, sinceramente, creo que no. En esto me estimula coincidir con el profesor Barraca en que bastaría, para ello, con emplear términos como director, dirigente, jefe o simplemente guía, que es el nombre que se aplica a quien ejecuta la acción del verbo “guiar”, y que, como se puede comprobar, abarca todos y aún mayor número de aspectos significativos al respecto.

Tampoco resulta convincente la noción –bastante usual por cierto– que señala al líder como la persona dotada de la capacidad de conducir a otras hacia donde él desea (¿?). Pero, en cualquier caso, parece claro que con el sustantivo “líder” y el verbo “liderar”, hoy se alude a nociones que trascienden sus significados originarios, enfatizando en la condición de persona de los involucrados en el fenómeno, en el tipo y condiciones peculiares de las relaciones que entre ellos se establecen, y en la directa relación que mantienen con los valores y objetivos que comparten.

En este contexto se sitúan dos aproximaciones conceptuales que, en mi opinión, pueden ser vías adecuadas para posteriores avances. Una la explica Barraca Mairal al hilo del pensamiento de López Quintás, diciendo que “líder es todo aquel que guía hacia los valores de un modo personal”. La otra, en línea con la anterior, advierte que ejercer el liderazgo presupone poseer y ejercer la capacidad de conducir la propia vida hacia un fin de plenitud y de excelencia; de manera que, sólo después de cumplir tal requisito en grado suficiente, se estaría legitimado y en condiciones de guiar a otros hacia el fin propio de cada uno de ellos.

Estas ideas pretenden aportar elementos caracterizadores de la figura que venimos analizando, y que se trata de distinguir de otras que ejercen funciones de guía, entrenador, director, jefe, etc., en diferentes ámbitos de la actividad humana. Uno de tales rasgos diferenciales sería el carácter interpersonal del liderazgo, es decir: acción ejercida de persona a persona, no de forma indiscriminada sobre individuos sumidos en el anonimato del grupo. Otro, la contextualización intencional de tales relaciones interpersonales, de los medios y de los fines que el liderazgo persigue en el marco de los auténticos valores humanos. Y, quizá por último, el hecho de no ser el liderazgo algo en posesión o al alcance de unos pocos, sino la capacidad de influencia inherente a la persona que, como tal, puede ser desarrollada –con ayuda y esfuerzo, naturalmente– para influir positivamente sobre otros. Más aún: creo que toda persona tiene la necesidad y el deber de procurarlo, pues de ello depende su propia excelencia y su capacidad de entrega a los demás. Sólo desde esta perspectiva, resulta del todo plausible “una concepción democrática y participativa del liderazgo”, de un liderazgo sucesivo, compartido, cooperativo del que hablan algunos de los expertos citados, y que se halla presente también, en el exitoso modelo de liderazgo educativo propuesto por Stephen Covey. Un liderazgo, en suma, ejercido con auctoritas, con autoridad-prestigio.

Francisco Galvache Valero es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, y orientador familiar por el ICE de la Universidad de Navarra.