Un pareja de ancianos viaja a Tokio desde su hogar en una pequeña isla para visitar a sus hijos Koichi, Shigeko y Shuji. Los tres quieren que sus padres disfruten de su estancia en la capital nipona, pero están tan ocupados con sus respectivos trabajos que el matrimonio, al poco, empieza a sentirse incómodo. El detonante de la conmoción familiar, sin embargo, será otro, cuando Tomico, la madre, se desplome un día en casa de uno de sus hijos… CARMEN SEBASTIÁN

Así discurre Una familia de Tokio, un homenaje a la obra maestra de Yasujiro Ozu Cuentos de Tokio. Ozu, autor consagrado desde hace décadas como uno de los más grandes del cine japonés –e internacional–, fue mentor del director de esta cinta, Yoji Yamada, que ha querido rendirle un merecido tributo.

Los personajes

  • Shukichi es el padre de familia, un viejo profesor jubilado cuya vida ha sufrido altibajos. Sus problemas con el alcohol han perjudicado su relación con sus hijos, que sienten hacia él rechazo e incluso miedo, y no demasiado respeto. Su autoridad se ha visto mermada a lo largo de los años por su difícil carácter, por sus imposiciones y por la incapacidad para comunicarse fluidamente con ellos.
  • Tomiko es la mujer de Shukichi. Encarna el personaje bondadoso, sonriente, capaz de hacer frente a las dificultades de la vida sin caer en el desánimo o la protesta. Ha sabido conjugar pasado y presente, salir airosa del enfrentamiento entre los nuevos y los viejos tiempos. Gracias a ella descubrimos el lado más humano y amable de su marido.
  • Koichi es el hijo mayor del matrimonio, casado y con dos hijos. Su padre sigue recriminándole que dejara la aldea en la que nació y que emigrara a Tokio en busca de una próspera carrera profesional como médico. Le reprocha también que sus hermanos le siguieran dejándoles solos.
  • Shigeko es la única hija. Trabajo mucho en la peluquería que regenta, y se muestra siempre nerviosa, excitada, incapaz de atender a sus padres como debiera. La niña dulce se ha convertido, con el tiempo, en una mujer de carácter un tanto seco y egoísta.
  • Shuji es el hijo pequeño. Vive al día y desatiende sus obligaciones, pero la irrupción de una bella muchacha lo reconducirá felizmente. Es la principal preocupación de sus padres, que lo consideran un don nadie sin oficio ni beneficio.

Una familia de Tokio sirve de homenaje a la obra maestra de
Yasujiro Ozu Cuentos de Tokio

Choque de trenes

Una familia de Tokio, como ya hemos señalado, describe la visita de unos padres de cierta edad a sus hijos, pero, sobre todo, el choque de trenes de dos realidades opuestas, enfrentadas, que a punto está de hacer descarrilar a sus pasajeros.

Por un lado, se alza la gran ciudad, un escenario hostil en el que los personajes sobreviven como pueden a las prisas, a las distancias, a los exigentes horarios, a los nervios, a las distracciones de todo tipo. Se trata de un lugar con forma de carrera de obstáculos, organizada de tal manera que la aparición de una nueva dificultad, de un pequeño imprevisto, complica alcanzar la meta propuesta, cualquiera que sea, de forma casi definitiva. La ciudad representa la vida en apuros, sin resuello, de estrecheces.

De esta forma, la visita de unos padres mayores, aldeanos, confundidos, supone una prueba de fuego para sus hijos, habitantes de la ciudad voraz, incapaces de hacerlos encajar en el puzle de mil piezas que son sus vidas. Llegado el momento, las buenas caras, las atenciones y los halagos darán paso a las reacciones evasivas.

Por otro lado, ya planteado el choque de trenes, cabe destacar la figura de Tomico, que será capaz de evitar la colisión, de corregir las trayectorias enfrentadas. Gracias a su sabiduría, su alegría y su capacidad de sufrimiento, sabrá reconducir los desencuentros de su marido con sus hijos y acercar, además, el mundo del que proviene al mundo al que acude. (Es tan distinguida y elegante vistiendo un kimono como utilizando las últimas tecnologías de la telefonía móvil.)

Análisis de las escenas

Pese a las buenas intenciones de Koichi, Shigeko y Shuji, que se han organizado para ir a buscar a sus padres al aeropuerto, Shukichi y Tomiko han de coger finalmente un taxi para llegar a la ciudad. El excesivo precio de la carrera provoca el primer enfado del padre, pero su mujer, apaciguadora, media en la disputa y acaba resolviéndola. Ya desde este primer episodio queda esbozado el perfil de Tomiko, prudente, reflexivo, sosegado, que cumple el papel de aliviar tensiones, por una parte, y de aportar el sentido común necesario, por otra.

Los hijos se desviven en un primer momento por agasajar a sus padres –preparando comidas especiales, acompañándoles a lugares de interés–, pero pronto empiezan a convertirse en una pesada carga que han de arrastrar día tras día. Al final, a pesar de los gastos que implica, deciden enviarlos a un hotel para recuperar así cierto grado de independencia, sin tener en cuenta, probablemente, el objeto del viaje de sus padres, que es el de compartir tiempo con ellos.

No es de todos modos el único motivo por el que viajan a Tokio: también quieren presentar sus respetos a la viuda de un amigo suyo. La película no deja pasar por alto –y no es una casualidad– el desinterés de sus hijos ante esta circunstancia. Parecen haber olvidado la valiosa costumbre de mirar a su alrededor y ver qué sucede. El trabajo les ocupa demasiado tiempo.

En esta línea, me gustaría incluir aquí un comentario sobre la situación difícil de niños y mayores que sugiere el film, a los que, de alguna forma, se les ha incapacitado para desenvolverse normalmente por la ciudad (basta ver los parques infantiles artificiales bajo las moles de hormigón). Incluso para relacionarse entre ellos: los mayores no pueden disfrutar de la alegría de los niños, y éstos no pueden aprender de la sabiduría de la calma y la tradición de los mayores.

Los hijos parecen haber olvidado la costumbre de mirar a su alrededor y
ver qué sucede: el trabajo les ocupa demasiado tiempo

Un viaje por Tokio

Después de varios intentos por acompañar a los padres a conocer Tokio, el hijo menor, Shuji, recurre a un autobús turístico para enseñarles la ciudad. Se trata de un recorrido por los puntos de interés de la gran urbe, que se presenta ante los ojos absortos de los ancianos como un paisaje deshumanizado, casi irreconocible.

Falta espacio

Al tener que posponer una salida programada por el hijo mayor por sus problemas de agenda, el nieto monta en cólera como un niño consentido y maleducado. Ante esta situación, Tomiko decide acompañarlo a un pequeño parque con juegos infantiles cercano a la vivienda y así intentar que olvide el berrinche. La ciudad que rodea ese pequeño reducto verde provoca en ella un sentimiento triste, de desamparo.

Desde el gran hotel

Como ya apuntamos, los hijos deciden obsequiar a sus padres con la estancia en un buen hotel ante la imposibilidad de atenderlos convenientemente (y, ya de paso, despreocuparse de ellos). El matrimonio, fascinado por un lujo y una sofisticación a los que están poco acostumbrados, contemplan desde la habitación las luces del skyline urbano y la gran noria, símbolo de la ciudad. Es muy interesante la reflexión de Shukichi sobre la película El tercer hombre (Carol Reed, 1949) que incluye esa escena.

Tokio se presenta a ojos de los ancianos como un lugar deshumanizado,
casi irreconocible

Relaciones interpersonales

La relación de Shukichi con su hijo pequeño es tensa, ciertamente difícil, pero la mediación de Tomiko –una vez más– hará que vaya poniendo en valor la vida del muchacho: descubrirá que su porvenir no es tan incierto; que una chica le está ayudando a cambiar y a adquirir consciencia de sus responsabilidades; que tiene, sobre todo, un gran corazón. Al final, de hecho, la relación de Shukichi con la novia de su hijo, Noriko, será casi más intensa que la que mantiene con sus propios hijos. Tomiko, por su parte, observa con satisfacción la relación enamorada de Noriko y Shuji; sus ojos transmiten cariño, respeto y dulzura.

Mientras Tomiko acude a casa de su hijo pequeño, su marido recoge a un amigo –y profesor como él– para ir juntos a presentar sus respetos a la viuda de otro amigo fallecido recientemente. Shukichi tenía la idea de pasar la noche en casa de su amigo acompañante, pero ni éste puede acogerlo ni Shukichi incomodar a su nuera con un huésped imprevisto, así que, sintiéndose ambos un estorbo para sus respectivas familias, deciden buscar refugio en un local y echar un trago. Al principio beben a regañadientes, pero al final sin control. Debido al exceso de alcohol, Shukichi sufre una caída más tarde. Cabe destacar aquí la reacción de su mujer ante el accidente: ni le regaña ni se enfada, como si hubiera aprendido a quererle y lo manifestara estando a su disposición.

El duelo

Más adelante, los nietos, asustados, acuden al hospital donde se encuentra su abuela enferma. Su fallecimiento sume a la familia en un gran dolor, pero sólo el hijo menor y su novia permanecen a su lado para mostrarle su respeto y su cariño.

Después todos parten hacia la isla de los padres, donde se respira aire limpio y se transita por caminos despejados. El hogar paterno parece mayor, mejor, más confortable y cálido. Los muertos, venerados, ocupan en las casas un lugar preferente. La hija reclama el kimono de su madre –quizás la posesión más cara de la familia–, pero su padre no dice nada (es su hermano mayor quien le otorga al final el privilegio de disponer de esa posesión tan querida). Aun ausente, Shukichi premiará la bondad de la novia de Shuji regalándole el reloj de su mujer.

Carmen Sebastián es licenciada en Ciencias Químicas y orientadora familiar.