La aspiración de cualquier hombre que ha tenido hijos es, en casi todos los casos, llegar a ser un buen padre, desempeñar con éxito ese comprometido papel, un desafío de tal responsabilidad que no pocas veces inquieta y preocupa. “¿Lo estaré haciendo bien?”. Lo cierto es que padres buenos, por fortuna, hay montones, pero ¿buenos padres? Eso es otro cantar. SEBASTIÁN CALANI

Si bien educar exige trabajo, dedicación y sacrificios, ¿qué padre lo tiene en cuenta si ha conseguido a cambio ayudar a sus hijos a desenvolverse resueltamente en su día a día, a superar adversidades, a vivir agradecida y generosamente? Al fin y al cabo, como decía Cicerón, “cuanto mayor es la responsabilidad, mayor es la gloria”.

Pero, ¿cómo? ¿Cuál es el secreto? ¿Cuál es el camino? Una frase de guion de una película más o menos reciente, Encontrarás Dragones, me llamó la atención particularmente: “en el corazón de un niño se siembran muchas semillas pero nunca se sabe cuál de ellas crecerá”. Efectivamente, estamos obligados como padres a sembrar buenas semillas en nuestros hijos, semillas que, con suerte y llegado el momento, germinarán, contribuyendo decisivamente a su crecimiento personal.

Son muchas las simientes que se pueden plantar en el terreno fértil, exuberante, que son los hijos, con la esperanza de que den fruto en algún momento. En este artículo haremos referencia sólo a una de ellas, aunque especialmente importante –imprescindible en mi opinión– para el éxito de esa particular cosecha: ser un buen esposo.

Si los hijos son fruto del amor de sus padres, no es difícil deducir que de la pervivencia alegre y satisfecha de ese amor depende, en gran medida, que crezcan y se desarrollen felizmente. Así las cosas, el amor conyugal forma parte indispensable del amor que los padres vuelcan en sus hijos, hasta el punto de que si aquél no irradia cariño, no quema, no contagia, debilita poderosamente cualquier otra muestra afectuosa. Es un nutriente básico, que los hijos echan en faltan si perciben –como sin duda hacen, se dan cuenta de todo– su ausencia. Y el amor conyugal es una escuela de aprendizaje única, qué duda cabe que de primer orden.

De la pervivencia alegre y satisfecha del amor de los padres depende,
en gran medida, que los hijos crezcan felizmente

Cariño y acogida

Ser buen esposo… La literatura al respecto es numerosísima, y en su mayor parte sensata, así que me limitaré a recordar aquí la importancia que los pequeños detalles tienen para promover en casa un ambiente de cariño y acogida. Mostrarse paciente, comprensivo, generoso, empático, da prueba del amor que sentimos hacia nuestro cónyuge y nuestros hijos, que se presupone, claro, pero que por eso mismo es preciso enfatizar a cada momento, en cada ocasión.

No es desde luego un comentario original, que no hayamos escuchado antes. La reacción generalizada de quienes asisten a mis conferencias poco tiene que ver con el asombro, o la perplejidad, que provocaría una revelación profunda; más bien se percibe en ellos cierto reproche hacia sí mismos: “¡Pero claro! ¡Cómo pude no darme cuenta…! ¡Si es básico!”. Tan básico como crucial.

Un buen mapa

El matrimonio es una aventura para cuyo recorrido necesitamos disponer de un buen mapa. Cada uno de nosotros, en algún lugar, ha de ir apuntando los enclaves, las pistas, los indicios y las particularidades, las pruebas…, que ubiquen y definan a la persona a la que hemos decidido querer para siempre. De modo que es preciso coger papel y lápiz y responder a lo siguiente muy exactamente: ¿Cuáles son los gustos de nuestro cónyuge? ¿Cuáles sus miedos? ¿Qué le alegra? ¿Qué le molesta o irrita? ¿Qué le preocupa? ¿Qué le entristece? ¿Qué le inspira emoción y sonrisas? ¿Cuáles son sus frustraciones? ¿Y sus sueños? ¿Qué desafíos, proyectos, aspiraciones le ocupan?

El alma es un abismo insondable, no hay duda, pero es fundamental que sepamos responder a todas estas cuestiones, que elaboremos un mapa tan detallado como sea posible de la persona amada, para saber dónde pisar, qué camino tomar, cómo abordar cualquier circunstancia… Conviene tenerlo además desplegado en todo momento –sobre todo en la adversidad pero en todo momento– para poder recurrir a él inmediatamente en busca de la mejor y más eficaz forma de ayudar, acompañar, comunicarse.

Y, a la hora de hacerlo, dos consejos importantes: por un lado, es necesario trazar el mapa en días soleados (y no en días grises, con niebla o lluvia, que dificultan la visión y la objetividad); por otro, actualizarlo, pues de poco puede servir si no se incluyen, estando siempre atentos y en actitud de escucha, los cambios y nuevos condicionantes que van surgiendo a cada poco.

El matrimonio es una aventura para cuyo recorrido
necesitamos disponer de un mapa

Cuidar los detalles

Es habitual que el hombre no considere pertinente, o necesario, manifestar verbalmente que ama, porque cree –¡insensato!– que todo lo que hace por su familia, por su esposa y sus hijos, debe ser entendido como muestras de su amor. Un detalle de cariño, ya lo hemos dicho, un abrazo tierno, una caricia, un beso, una mirada afable, una sonrisa profunda, un guiño cómplice, ayuda a apuntalar de veras –más si cabe cuando uno está cansado, por ejemplo, y llega tarde a casa después de un duro día de trabajo– el amor y la admiración del otro.

La mujer posee en su interior un enorme recipiente ávido de cariño y ternura, tan grande que siempre está, en el mejor de los casos, medianamente lleno, pues no hay gesto, en calidad o cantidad, que logre hacerlo rebosar. Así que nuestro gesto amoroso siempre es necesario.

Cuando nos comprometimos a querer querer –no, no es un error de imprenta– firmamos libremente una declaración de este tipo: “haz agradable la vida al otro; comprende lo que quiere decirte; escucha y busca –si no lo has comprendido– argumentos que justifiquen los malos entendidos… No te cierres en banda, pues no eres infalible”. Relacionada con esta cuestión, y para acabar, me referiré a la anécdota, ya conocida, de quien fuera llamado el fundador del Estado alemán moderno, el llamado “Canciller de Hierro”, Otto Von Bismarck, quien al recibir una carta de su esposa preocupada siempre por la situación de sus viajes al extranjero, a veces bastante prolongados, en la que le reprochaba, fruto de los celos, que estaría rodeado de bellas y nobles damas, supo contestar con aquella frase que, sin ser literal, ha saltado ya a la fama: “yo me casé contigo para amarte”.

Sebastián Calani es presidente del Centro de Estudios y Orientación Familiar de Tenerife (CEOFT).