Un libro es un objeto hermoso. Su forma de paralelepípedo, su portada quizás vistosa, su tacto, suave y firme a la vez, nos atraen. Sobre todo, el libro es un objeto prometedor. Al tomarlo en las manos, al ojearlo, al mirar sus imágenes, su índice, nos hacemos una idea de lo que nos espera en él. MAGDALENA VELASCO KINDELÁN

A veces nos decepciona inmediatamente, porque no nos interesa el tema, o porque intuimos que es flojo o está mal escrito. Entonces recordamos que Cervantes decía que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. Pero dejada a un lado la bonhomía del autor del Quijote, también comprendemos que hay libros que no valen ni el peso del papel en que están escritos.

¿Asistimos al final del libro como lo hemos conocido? ¿Sustituirá la pantalla del ordenador, el e-book, la tableta, al papel hecho de celulosa? ¿Se dejará de fabricar papel? Es posible. No somos capaces de penetrar totalmente en el futuro. Pero sin duda habrá una larga etapa de convivencia entre el papel y el soporte digital. En cualquier caso, no desaparecerá el libro como concepto, cualquiera que sea su soporte, ni la literatura como el arte que emplea el lenguaje como materia prima. Pues es bien sabido que la literatura es una experiencia gozosa de enriquecimiento personal insustituible. Quien lo probó lo sabe.

El acceso a la experiencia vital inaccesible

También es de todos sabido que existe en literatura una amplísima serie B (y C y D) formada por lecturas de usar y tirar (policiaca, rosa, de terror, futurista, historia ficción…). Busca sólo la ganancia y el entretenimiento sin atención a la calidad.

Hay otra literatura escrita por artistas y creadores de diversos tiempos y lenguas, que proceden de una habilidad personal y responden a un sincero impulso creativo, a veces genial.

¿Da lo mismo leer buena que mala literatura? No, no da lo mismo. Pasa con la lectura como con la comida. Lo que leamos, sea poco o mucho, que contribuya a la salud y elevación de nuestro espíritu.

La literatura nos permite acceder a mundo desconocidos: culturas antiguas o lejanas, paisajes e interiores que nunca conoceremos de manera directa, mundos futuros en los que no estaremos, personalidades muy distintas de la nuestra, experiencias vitales inaccesibles… Alguien puede pensar que es mejor viajar para conocer esos mundos, pero son mundos distintos. Nunca podremos viajar al pasado ni al futuro; hay interiores inaccesibles a nuestra curiosidad; no conocemos lo que sucede en las mentes y los corazones. No podemos entrar en épocas pasadas, islas remotas o parajes extremos… y mucho menos a territorios de la fantasía. Allí llegamos con un libro.

¿Da lo mismo leer buena que mala literatura? No, no da lo mismo

No es transparente, llama la atención sobre sí misma

Por otra parte, mucha gente viaja, pero pocos se hacen con ello más sabios y mejores. Saber ver es algo reservado a pocos. Ir de la mano de un buen escritor es garantía de ver de otra manera. Los buenos escritores educan nuestra mirada. No vemos con los ojos, sino con la mente educada por lecturas o palabras previas.

La literatura, además, es una de las bellas artes. Es un contenido interesante y significativo expresado en una forma bella. Su fin es elevar, descansar y dar a conocer.

El lenguaje es la materia prima, por lo que debe usarse de una forma peculiar, que llamamos literaria. Normalmente lo importante del lenguaje es lo que se dice. En la literatura pasa a primera fila el cómo se dice. La lengua literaria no es transparente, sino que llama la atención sobre sí misma. Y lo hace mediante la selección de palabras, la retórica, el ritmo y la reiteración. Todo esto es la literariedad; y, dentro de ella, el estilo de una época, de un grupo, de un autor.

La literatura se decanta con el paso del tiempo, dando lugar a los clásicos. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos e inesperados resultan al conocerlos de verdad. Pasan la criba del tiempo, porque han aunado un tema humano con una forma bella. Y ya no hay mejor forma de decir aquello. O sí, hasta que llega otro clásico.

La lectura de obras verdaderamente humanas y artísticas nos da armas contra la impostura, contra la imposición ideológica, contra el pensamiento único. Nos da modelos, nos da argumentos, y nos ayuda a ahondar en lo más importante: el sentido de la vida y la condición humana.

Magdalena Velasco Kindelán es catedrática de Literatura.