¿Influye tener hermanos en el desarrollo del niño? Sin duda, la respuesta es afirmativa pero, ¿hasta el punto de poder aseverar que es una ventaja tener hermanos? Esta es la pregunta clave. CRISTINA PALOU LAFORET

Los argumentos que defienden las bondades del hijo único son conocidos: reciben más atención, más cariño, más tiempo, más oportunidades… Sin embargo, los estudios realizados al respecto durante las últimas décadas empiezan a arrojar conclusiones contundentes: tener hermanos influye de manera decisiva en el desarrollo del niño. Aunque es cierto que, en algunos casos, esta influencia puede llegar a ser no todo lo beneficiosa que uno desearía, e incluso perjudicial, es infrecuente, tanto que podríamos afirmar, sin dejar por ello de ser prudentes, que tener hermanos es una ventaja.

“Las relaciones familiares de aquellos niños que tienen hermanos es mucho más rica que las de aquellos que no los tienen, y su educación vital más completa, ya que hay muchos conocimientos y experiencias que vivirán junto a sus hermanos y que complementan su propio desarrollo”. Son palabras de la doctora Trinidad Aparicio, psicóloga especialista en infancia y adolescencia.

Psicólogos estadounidenses señalaron en un estudio de algunos años atrás que tener un hermano, independientemente del sexo o la edad, constituía un “elemento protector”. Estos resultados, que formaron parte de una amplia investigación sobre la familia, se dieron a conocer en las páginas de la revista Journal of Family Psychology. “Los hermanos son con quienes los niños pasan cada día durante su infancia y, a pesar de eso, la ciencia no ha estudiado seriamente su influencia”, explicó una de las autoras, la doctora Laura Padilla-Walker, de la Universidad de Brigham Young (EEUU). Y añadió: “los niños dan algo que los padres no pueden dar”.

Psicólogos estadounidenses han señalado que
tener un hermano constituye un “elemento protector”

Alianzas, riñas, rencores

A conclusiones similares llegó otro estudio publicado por la revista Time en 2006 (Summa recogió por aquel entonces su versión en español bajo el título La nueva ciencia de los hermanos). Entre sus conclusiones, encontramos afirmaciones como las que siguen: “Nuestros hermanos son nuestros sargentos, protectores, acicates atormentadores, compañeros de juego, consejeros, fuentes de envidia y objetos de orgullo. Desde que venimos al mundo, nuestros hermanos son colaboradores y compañeros de conspiraciones, modelos de rol y protagonistas de nuestras historias ejemplarizantes (…) Los hogares con varios hijos son comparables a cortes palaciegas, donde se gestan alianzas, riñas, rencores y lealtades. Pero, aunque a los padres se les pongan los pelos de punta con tanta pelea, es mucho lo que los niños aprenden simultáneamente, sobre todo acerca de resolver conflictos (…) Los menores intentan copiar las habilidades y fortalezas de los mayores mientras que éstos suelen lanzarse a hacer cosas nuevas o difíciles para evitar que los más pequeños lo intenten primero (…) Además, esas riñas, roces y rencores –según dichos investigadores–, después de los ataques, hasta en la más feroz batalla entre hermanos, dejan pocas heridas; es más –aseguran–, uno de los mayores regalos que ofrece el nexo fraternal es que, con el tiempo, la calidez aumenta y los conflictos se van desvaneciendo”.

“En un mundo tan grande, intimidante y con frecuencia solitario –dicen esos investigadores de la familia–, entendemos que no hay nada mejor que contar con una banda de hermanos y hermanas con quienes salir a la aventura”. Y concluyen: “desde cualquier punto de vista, los hermanos son una de las mejores ideas de la naturaleza.”

Magnífica escuela de aprendizaje

Sin embargo, la relación entre hermanos, la importancia de este afecto humano en el desarrollo de la persona es, quizás, lo que menor atención ha recibido. Es, sin duda, un afecto peculiar que tiene su origen en el hecho de proceder del mismo padre y la misma madre, y que se consolida en la medida en que comparten la misma historia, en la medida, todavía más, en que son protagonistas de esa historia familiar que se va tejiendo. “La razón de ser de la fraternidad está en la filiación común que tienen los hermanos”, afirma Gerardo Castillo[1].

Es, por ello, un afecto que no se elige ni se apoya en afinidades ni complicidades, pero que, no obstante, une profundamente y acompaña toda la vida. Se trata de un afecto que crece y se consolida con la convivencia diaria, convivencia que es, al mismo tiempo, un arma de doble filo, al provocar la aparición de pequeños y constantes conflictos. Es responsabilidad de los padres alimentar una buena relación entre hermanos para que se lleven bien y se respeten desde pequeños, de modo que las desavenencias que surjan en las distintas etapas de sus vidas no se conviertan en heridas mal cicatrizadas.

Los padres deben fomentar en los hijos que sean buenos hermanos entre sí. “El amor fraterno es un amor comprensivo, generoso y respetuoso”[2]. Las relaciones de fraternidad son una magnífica escuela en la que los hijos aprenden qué es la tolerancia, la empatía, la comprensión, el respeto, el darse y el dar, el ayudar y el dejarse ayudar, la generosidad, el perdón, la convivencia, el consolar y el ser consolado, y multitud de valores que contribuyen de modo indiscutible a la formación y el desarrollo del niño, y que por el hecho de vivirlos en la familia se aprenden con más facilidad y naturalidad.

Es un afecto que no se elige ni se apoya en afinidades ni complicidades,
pero que, no obstante, une profundamente y acompaña toda la vida

Peleas y celos

Respecto a los factores que dificultan la convivencia y que pueden ser origen de conflictos más profundos si no son manejados de modo apropiado, cabría destacar las peleas entre hermanos y los celos.

Por la propia naturaleza de su relación, las peleas entre hermanos son inevitables, entre otros motivos por la convivencia estrecha, por la diferencia de edad, caracteres e intereses y, en muchas ocasiones, por rivalidades que nazcan entre ellos.

Para prevenir estas situaciones, los padres han de fomentar la unión entre hermanos enseñándoles a responsabilizarse y a cuidar unos de otros, a respetar las cosas de cada uno, a no insultarse ni faltarse el respeto, a hacerse favores, a ayudarse en las tareas cotidianas, a preocuparse si uno está enfermo o triste…

Cuando la pelea se haya iniciado, la intervención necesaria de los adultos ha de ser lo más neutral y objetiva posible, para conseguir así que el enredo termine en reconciliación y perdón por ambas partes.

Es preciso tener la certeza de que las peleas –si bien no son agradables ni deseables–, forman parte de esa escuela de virtudes y valores que son los hermanos. Esos encontronazos les enseñan a saber arreglárselas por sí mismos, a entrenarse en la resolución de problemas, a descubrir que sus derechos tienen límites y, especialmente, a pedir perdón y a perdonar, lo que lleva a una unión más sólida.

Por otro lado, los celos –en su primera manifestación– no son más que una reacción de defensa instintiva, relacionada con la conducta del apego. El papel de los padres es saber enmarcar y manejar esta situación, de por sí transitoria, de modo que no sea más que un episodio más en la vida de nuestro hijo, necesaria para su desarrollo afectivo y personal. El riesgo existente es que los padres, de manera inconsciente, enquisten este sentimiento con su actitud, y lo conviertan en un motivo de rivalidad y conflicto entre hermanos.

Evitar las comparaciones, los favoritismos y las etiquetas, detectar la envidia o la falta autoestima en un hijo y, en definitiva, querer a cada hijo en su singularidad, aportándole el amor y la seguridad que necesita, son pautas que pueden ayudar a evitar situaciones más complicadas e incluso patológicas.

En definitiva, lo mejor que le puede pasar a un niño, después de sentirse querido por sus padres, es tener hermanos. Es en ese ámbito, en el de las relaciones fraternales, donde el todos para uno y uno para todos se vive del modo más radical posible, independientemente de las diferencias de edad, sexo y carácter.

Uno de los rasgos definitorios de la familia es que en ella cada miembro es querido por lo que es y no por lo que tiene, y ello se logra de modo fundamental a través de los hermanos. Los hermanos no ofrecen nada material ni se ganan nuestro afecto por ello, sino que se les quiere simplemente por lo que son, hermanos. Quizás por este motivo, algunos estudiosos califican el amor fraternal como “el más humano de los afectos”.

Cristina Palou Laforet es moderadora de Orientación Familiar de IDEFA y Master en Matrimonio y Familia (UNAV).


[1]Gerardo Castillo, Preparar a los hijos para la vida. p.133. Colecc. Hacer Familia.
[2]Ibid, p. 137.