En las últimas décadas, los servicios socio-sanitarios y los medios de comunicación se han hecho eco de las manifestaciones de violencia surgidas en el entorno escolar. En la mayoría de los casos, salen a la luz aquellas conductas agresivas que causan daños físicos objetivos en las víctimas. Sin embargo, en no pocas ocasiones, esas conductas agresivas son más difíciles de detectar: adoptan la forma de campañas de difamación y sometimiento que menoscaban significativamente la autoestima del agredido, perjudicando gravemente su normal desarrollo. INMACULADA ESCAMILLA CANALES

No se trata de conflictos escolares, habituales y propios de esta etapa, sino de un maltrato reiterado, sostenido en el tiempo por parte de una persona –acosador–, que hace valer su poder e influencia sobre el grupo para rechazar y conseguir aislar finalmente a un compañero de su propio entorno. La indiferencia –cuando no la abierta colaboración– del grupo ante el atropello desconcierta y hace sufrir a la víctima, que, indefensa, siente una gran inseguridad y llega a dudar de sí misma. Por ello no es infrecuente encontrar a niños maltratados que niegan el padecimiento que soportan (no sólo por temor a las represalias, sino también porque se creen culpables de lo que les sucede y sienten vergüenza por ello).

El poder del entorno

Ya inmerso en este ambiente hostil, el niño recurre a excusas de distinta índole para no ir al colegio, cunde en él la desmotivación –incluso protagoniza episodios de irascibilidad– en casa, abandona sus responsabilidades académicas y se refugia en un silencio tan pantanoso como dañino.

Desconocedores de las circunstancias que rodean al niño, padres y profesores se vuelven con él más exigentes y llegan a aplicarle castigos para enderezar su comportamiento. Tan sólo la alerta de alguno de sus compañeros, que ha conseguido sacudirse la presión social del grupo –aunque muchas veces tardíamente–, puede poner fin a la situación.

Por este motivo, el conocimiento y la detección precoz de los factores causales y la intervención especializada temprana resultan fundamentales para minimizar los daños en el niño. Es preciso señalar que no hay un único factor causal: se trata más bien de la alteración de un sistema formado por el individuo, el entorno –escuela y sociedad– y la familia, en el que resultan fundamentales tanto la vulnerabilidad biológica del individuo como los factores externos susceptibles de actuar como precipitantes y moduladores de su comportamiento.

La alerta de algún compañero que haya conseguido sacudirse la presión social del grupo puede poner fin a la situación

Detrás del acoso

En ocasiones, estas conductas de acoso y maltrato en un niño son la manifestación más disruptiva de un problema o enfermedad. Enfermedades médicas y psiquiátricas, problemas psicológicos o problemas de estructura y dinámica familiar y/o del entorno no resueltas y mantenidas en el tiempo, pueden originar alteraciones de conducta graves. El acosador, en muchos casos, puede ser un niño con muy baja autoestima que necesita poseer control sobre los demás para sentirse poderoso (algunos de ellos han podido ser a su vez víctimas de este u otro tipo de acoso o haber copiado patrones erróneos de resolución de problemas, con conductas agresivas, rígidas y escasa comunicación). En muchos de ellos, subyace un problema psicológico y/o psiquiátrico, ya que la irritabilidad, la agresividad y la impulsividad ante las normas –incluso en ausencia de un precipitante–, son síntomas cardinales de algunos trastornos que, detectados e intervenidos de forma temprana, pueden resolverse satisfactoriamente para el niño y su entorno.

La atención exclusiva de los factores externos no erradica muchas veces el problema subyacente; más bien hace que se sobredimensionen algunos de esos factores y se adopten luego medidas de corrección transitorias y/o erróneas. La evaluación del caso por profesionales especializados y el trabajo multidisciplinar de psicólogos, psicopedagogos, psiquiatras, profesores y familia, es fundamental para la resolución del conflicto.

En la familia, la implicación afectiva y emocional en el cuidado integral del niño, la actitud de diálogo y comunicación entre sus miembros y el establecimiento de patrones de control del comportamiento flexibles, con normas claras, consistentes y coherentes, resultan decisivas a la de hora de resolver los problemas conductuales y emocionales del niño.

En ocasiones, las conductas de acoso y maltrato en un niño son la
manifestación más disruptiva de un problema o enfermedad

Aceptación, comprensión y apoyo

Ante la presión social del grupo, la educación en la asertividad y, en este caso concreto, en la intransigencia hacia las conductas agresivas, son los factores clave. La asertividad se sustenta en la autoestima, en la percepción de éxito y la seguridad que uno tiene en sí mismo. Para el niño, la aprobación por parte de su familia constituye la mejor manifestación de éxito personal. Aunque los resultados que obtenga un niño no sean satisfactorios –o no sean lo social o académicamente deseable–, no guardan relación directa con su capacidad, voluntad, esfuerzo o afán de superación, ni con su actitud responsable. Si no se refuerzan positivamente estos valores, si tan sólo se llama la atención sobre los resultados conseguidos, los errores, descuidos, dificultades y discapacidades del niño en algunas áreas serán para él motivo de frustración y abandono, en lugar de significar lo que son, una oportunidad para esforzarse más y perseverar. El abandono ante las dificultades y la escasa iniciativa para enfrentarse a ellas en la adolescencia y en la vida adulta puede tener su origen en estas primeras etapas de la infancia.

La aceptación, la comprensión y el apoyo que los niños perciben de sus padres son el factor fundamental para que puedan actuar de acuerdo con la educación y formación recibida frente al grupo o en su entorno.

La formación de los profesionales, la implicación afectiva y emocional de los padres en el cuidado integral del niño, la cohesión y comunicación en la familia y la formación especializada y responsable de todos aquellos profesionales que atienden la educación y salud de nuestros menores, en un entorno de integración y respeto a la dignidad de la persona humana, son claves en la prevención de las conductas de maltrato.

Inmaculada Escamilla Canales es psiquiatra en la Clínica Universitaria de Navarra en Madrid.