El adolescente está a medio hacer entre el niño y el hombre, si bien se acerca mucho más al segundo que al primero. La dificultad estriba en que su crecimiento exige mucho de los padres: más cariño, más paciencia, más razón, más acierto, más ejemplo y más verdad. FERNANDO ALBERCA
Los hijos efectúan un salto de poder y libertad de los 3 a los 7 años, periodo durante el que comprueban quién tiene en casa, verdaderamente, la sartén por el mango. De cómo se les guíe durante esta etapa dependerá la conducta con que se desenvuelvan entre los 11 y los 19: se saldrán con la suya caprichosamente si así lo hicieron de los 3 a los 7; o bien, si aprendieron a ocupar el lugar debido –el mango de la sartén la tienen los padres, cuya autoridad es muestra de seguridad hacia los hijos y manifestación de su generosidad y cariño–, disfrutarán de una adolescencia sin sobresaltos.
De los 3 a los 7, por tanto, se ensaya una primera adolescencia de cuya gestión dependerá significativamente el devenir de la segunda y definitiva, cuando el hijo dé otro nuevo salto de poder y libertad. Si en su momento entendieron que las normas, la exigencia y el cariño son, más que compatibles, necesarios; si aprendieron a tolerar la contradicción, a salvar sus propios obstáculos y a asumir las consecuencias de su libertad de niño aun pequeño –porque así se encuentra la felicidad y se evita la frustración e impotencia de la apetencia insatisfecha–, entonces la adolescencia, como decimos, será mucho más suave y enriquecedora.
Adolescencia y felicidad
Lo cierto es que la adolescencia es una etapa que ofrece mayores posibilidades de felicidad al hijo que la niñez, y también –si aprenden a gobernarla– a los padres. ¿Por qué? Porque la adolescencia trae consigo más inteligencia, más autoconocimiento y más libertad, tres ingredientes imprescindibles de la felicidad del ser humano.
Lo que sucede es que en este momento se manifiesta lo que en la niñez se oculta, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que el adolescente sea por ejemplo más inseguro que el niño. Simplemente manifiesta esa inseguridad, así como su falta de destreza para superarla. El adulto, en cambio –como el niño aunque por motivos bien distintos–, oculta mejor sus miedos.
De cómo se les guíe a los niños de los 3 a los 7 años dependerá
la conducta con que se desenvuelvan entre los 11 y los 19
Aprender a hablar con ellos
Para hablar con un adolescente… mejor permanecer callado. Aunque no lo parezca, todos quieren hablar, aunque sólo si están seguros de que van a ser escuchados –si saben que no van a ser enjuiciados o criticados, que no van a parecer a nuestros ojos inmaduros, ingenuos, miedosos, débiles, torpes o ignorantes–, lo harán.
Si notan que siempre que hablen quedarán bien por alguna razón –incluso por el mero hecho de hablar–, que no es un riesgo sino un alivio y una suerte tener a alguien que les quiere mucho dispuesto a intentar comprender lo que sienten, acabarán recurriendo a sus padres.
Los padres, así, han de atender a cada palabra y a cada gesto, han de escuchar: en la escena ideal de un hijo con su padre se debería ver al hijo hablando y al padre callado.
En la escena ideal de un hijo con su padre se debería ver al hijo hablando y
al padre callado
¿Qué sienten?
Para saber lo que siente y piensa un adolescente, conviene escuchar canciones y ver las películas que les gustan. Las letras de canciones preferidas por adolescentes, según concluí de una encuesta realizada en 2012 a más de 1.000 adolescentes –chicos y chicas– de 12 a 20 años, hablan en su mayoría de:
- Dejarlo todo.
- Resurgir, brillar.
- Ser valorado.
- Ser comprendido.
- Amar y ser amado.
La canción que contenga este tipo de mensajes tiene asegurada la simpatía de la mayoría de los adolescentes, pues hace las veces de vehículo para explicar al mundo entero –o a una persona concreta o a un grupo– lo que sienten en determinadas ocasiones sin riesgo de parecer pretenciosos, de mostrarse vulnerables o de fracasar. ¿Qué adolescente podría arriesgarse a decir lo que dice una canción si no se escuda en una canción?
Son buenas canciones pero, sobre todo, ocasiones de sentir para el adolescente, de decir sin tener que abrir la boca. Sus canciones preferidas son sus más fieles representantes.
Y junto a las canciones, las películas, pues son al fin y al cabo experiencias que, aun no vividas, marcan sus pautas de comportamiento: repiten frases y diálogos, e imitan reacciones de enfado, de sorpresa, de enamoramiento. Sus películas preferidas ofrecen valiosísimas pistas sobre las emociones que sienten en cada momento.
En las canciones y en las películas aprenden a disimular, a coquetear, a disculparse, a ruborizarse, a esperar, a querer.
Las canciones son ocasiones de sentir para el adolescente,
de decir sin tener que abrir la boca
¿Qué necesitan?
Sobre todo, lo que los adolescentes necesitan es comprensión ante sus errores y ejemplo (modelos de cómo se puede vivir y ser feliz pese a los defectos).
Hay que demostrar que se es padre cuando se regaña, lo que equivale a decir que hay que corregir más que regañar. Corrige quien advierte lo mal hecho sin dramatismo, indicando cómo solucionar el error o cómo intentar no repetirlo. Regaña quien sólo hace aspavientos ante el error de su hijo, se enfada o se decepciona y le exige que no lo vuelva a hacer, aunque el niño no sepa cómo, por qué ni para qué ha de evitar el error que tanto ha enfadado a su padre.
El adolescente, muy a menudo, sabe ya lo que está bien y lo que está mal aunque no cómo compatibilizar hacer el bien que quiere y hacer lo que le apetece e instintivamente le atrae. Por eso imita mucho más de lo que parece y de lo que él mismo está dispuesto a confesar. Por eso pide la ayuda de sus padres más de lo que a menudo todos advierten.
El adolescente, que es inteligente –todos lo son–, comprende a través del ejemplo y seguirá el rumbo que le marca el gesto paciente y comprensivo de sus padres.
Al tiempo, el adolescente necesita oír los argumentos de los padres (tanto más eficaces cuanto menos pongan en evidencia a sus hijos). Si la familia está viendo la televisión, por ejemplo, y aparece alguna conducta que el hijo pueda alguna vez presentar y no deseen los padres, éstos pueden dar su opinión sobre la misma, referida, eso sí, al protagonista televisivo en cuestión y no a su hijo.
Fernando Alberca es, según diferentes organismos nacionales e internacionales, el mayor experto en afectividad adolescente y uno de los mayores expertos en educación del mundo. Entre sus libros relacionados con la adolescencia destacan, entre otros, ‘Adolescentes manual de Instrucciones’ (Espasa, 2012) y ‘Guía para ser buenos padres de hijos adolescentes’(Books4pocket, 2014).
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