La unión del óvulo con el espermatozoide constituye el cigoto que, de inmediato, dispone de su actividad para desarrollarse, efectuando un conjunto de operaciones según el esquema de la secuencia “conociendo+sintiendo+construyendo”. Tal combinatoria sucede en todos los ámbitos de su ser, aunque se acentúen más en unas etapas y dimensiones que configurarán al futuro alumno. SALVADOR PEIRÓ I GREGÒRI
Por esto, en el hombre, el instinto no es lo determinante, ya que nacemos incompletos, a-instintivos (Gehelen). Al contrario, las personas podemos por nosotras mismas saber qué es lo mejor y tener la intención de lograrlo. En esta propiedad reside la dignidad propia requerida para desarrollar el proyecto personal de identidad, que se produce a través de la educación y del ejercicio de la libertad. Este programa emerge de la inconclusión del ser humano, como diferente a los animales. Tal necesidad de completarse, de alcanzar la eudemonía, la vida lograda, está originada por la libertad y la apertura (Cubel, 2019). El ser humano es un ser biográfico que necesita toda la vida para completarse.
La dignidad humana es la posibilidad de que cada persona defina su entidad (mismidad), cubriendo sus necesidades (Maslow, 1991): biológicas, seguridad, afiliativas, reconocimiento y autorrealización; o interpretadas éstas como aspiraciones según áreas de valor (Spranger, 1966: vital-salud, utilitario-económicos, científicos, cultural-espirituales, socio-éticos y trascendentes: filosofía, religión). Desde el momento de constituirse el cigoto la persona procede actuando con todos ellos al unísono, aunque con mayor intensidad en los básicos neuro-bio-vegetativos. En esto, las investigaciones demuestran cómo el clima del hogar contribuye al despliegue del mapa identitario, mediante la elaboración de las estructuras con los recursos propios de la cultura familiar. Las investigaciones de la Universidad de Helsinki (Partanem, 2013) sobre la influencia de los sonidos externos al útero y su influjo en el habla; así como las de Clements (2015) sobre el influjo de las melodías clásicas en los fetos. También lo corrobora la publicación del British Medical Ultrasound Society (Campbell, 2015), con relación a la proyección de ese nicho socio-cultural del “ser en gestación” sobre su carácter; así mismo tenemos expresiones del intrauterino, como manifiestan López y otros (2015). Por consiguiente, la familia coadyuva fundamentalmente en la orientación y desarrollo del mapa genético del futuro escolar. Esto se efectúa también con los valores existentes en el clima familiar sobre el nasciturus.
Análogamente sucede en cada una de las etapas siguientes de la vida (zigoto, hasta 2 semanas; embrión, de la 3ª a la 8ª; fetal, desde la 9ª a la 40ª). Y, sucesivamente, en el bebé, en el infante, el niño, el púber, el adolescente, el adulto, el abuelo. En todas y cada una de las etapas de la vida el ser humano necesita de todos los componentes culturales para cubrir sus necesidades, conjugándolos con los grupos de valores. Aquí se puede hablar de virtudes, como hábitos aristotélicos, tales como orden, obediencia, puntualidad, respeto, esfuerzo, cuidado de las cosas, honradez, piedad, etc. Esta actividad no sucede con independencia de la familia. De cómo sea el hogar, se construirá más o menos humanamente el bebé: no solamente el color de la piel u otras propiedades biológicas, sino, y esto es lo importante, la inteligencia y la sociabilidad. Pero esto sucede de tal modo que no hay determinismo derivado del genotipo, así como tampoco el entorno hogareño va a decidir tal despliegue del yo infantil. El sentido del despliegue del yo (el carácter) sería fruto de una conjugación dinámica de ambos conjuntos de factores, pero operados por los componentes de la libertad del alumno.
De cómo sea el hogar, se construirá más o menos humanamente el bebé
Corriente reconstructivista
De lo anterior se sigue que los padres no sólo son responsables de dar la vida, sino también de todos y cada uno de los ámbitos que conlleva el despliegue del yo: el desarrollo del mapa identitario. Y esto sucede desde antes de nacer y en todos los campos (Rivas, 2015). En conclusión, padre y madre han de decidir sobre la orientación educativa de sus hijos.
Desde la axiología se afirma que la relación entre ámbitos de necesidades y las seis áreas valorales se establece por grupos de asignaturas (Marín, 1976); pero para desarrollar las actividades de clase, esos valores se ejercen como virtudes (Peiró, 2000). En la escuela, cuando se efectúa una acepción de personas, conculcando algún nivel de necesidades o de valores, menospreciando alguna materia con respecto de otras, sea a alumnos o grupos, con el objeto de hurtarles algún aspecto del bagaje necesario para desplegar su dignidad-mapa genético, se está practicando discriminación. Así, aunque parezca que se aliena a las familias, sucede realmente que se aliena al escolar, pues se le entorpece su proceso madurativo.
Atentar contra la potestad educativa de la familia significa conculcar el derecho de los alumnos a autorrealizarse. Tal práctica surge del reconstruccionismo. Esta filosofía, derivada de la dialéctica idealista, elabora su pensamiento sin abrirse a la trascendencia, y separa el espíritu-razón (al que se le niega trascendencia) de la materia (biológica, familiar, ambiente social y cultural, geográfica, etc.), con la intención de promover que emerja lo del subconsciente (lo aprendido sin ser consciente, por ejemplo: los mensajes más o menos subliminales de TV), con menosprecio de la identidad genética y la cultura histórico-heredada, procurando «confeccionar» otro individuo. Para estos, el hijo «no es de sus padres». Con este pretendido «progresismo» se intenta suprimir toda lo relativo a la raza, al sexo, al entorno, a la historia, a la familia… que contribuyen a la personalización, operando a favor de un sujeto abstracto con una subjetividad meramente voluntarista-afectivista.
Atentar contra la potestad educativa de la familia significa conculcar el derecho de los alumnos a autorrealizarse
Niños huérfanos de padres vivos
Los ataques a la familia (López-de-Lergo, 2020) tienen éxito, no más por la fortaleza de los grupos que atentan contra la misma, sino por las omisiones de sus miembros. Por una parte hay defectos personales del padre o de la madre, o de ambos, que dificultan la necesaria trasmisión de virtudes, incluso la satisfacción de necesidades básicas de los miembros del hogar (López, 1990, UNICEF, México). Uno de tales defectos pueden provocar la claudicación: tal derrotismo hace que el mal tome auge, mientras que se desvirtúa la esencia familiar. También suele coincidir con la ignorancia, compuesta por una insuficiente comprensión de la ética y la religión, principalmente, que abre la puerta a la entrada de ideologías embaucadoras. Y, cómo no, si los progenitores se ocupan demasiado por lograr dinero para lo superfluo y desatienden a su prole están provocando la ruptura entre generaciones. Se puede hablar, por tanto, de niños huérfanos de padres vivos, que crecen como extraños y a pasto de los lavados de cerebro que pululan por doquier.
En definitiva, hay que defender que la escuela eduque y promueva en valores, aunque tampoco sean sólo los que deseen los padres, sino que se dé sentido a lo escolar sin contradecir la orientación dada en la familia. Tampoco consiste en neutralizar la enseñanza de la religión. La cultura escolar es análoga a lo que la dieta, que ha de ser completa y equilibrada. Tal como es la dieta, que no se compone de los caprichos o devaneos ocurrentes, así sucede con el currículum académico: éste se refiere al bien común y no a los intereses de grupos. La educación debe ser amenizada por las familias, por acción directa en el hogar, y ha de incluir todas las asignaturas que recogen los distintos ámbitos de la cultura logrados por la humanidad, que deben ser enseñados en las aulas, sin exclusiones. En el caso de que ciertos padres o alumnos, éstos en edad para poder discernir, rehusaran el aprendizaje de la materia trascendente, podrían optar por otra que les ofreciera un bagaje análogo, para dar criterios, a fin de entenderse con otros, y situarse en el contexto cultural devenido por la historia.
Salvador Peiró i Gregòri es catedrático de universidad en el área de Pedagogía.