La elegancia surge en parte después de un largo proceso de interiorización. Interiorizar es valorar internamente lo que se nos presenta como neutro, desprovisto de toda calificación. La realidad se nos ofrece ajena a cualquier criterio estético. Es el espíritu humano a quien le corresponde, a través de una reiterada observación atenta, valorar la calidad artística del objeto. Pero si este análisis no es atento y reiterado no es posible que se dé ante los ojos de nuestro espíritu la epifanía de la belleza.
MIGUEL ÁNGEL MARTÍ GARCÍA

La belleza, aunque patente allí donde está, gusta de ocultarse, y para su descubrimiento son necesarios unos ojos enriquecidos por la luz del espíritu. Para valorar la obra de arte no es suficiente que caiga bajo nuestra mirada, son imprescindibles las resonancias interiores que den sentido y vida a lo que estamos observando. Interiorizar es ponderar, sacar conclusiones con base en otros conocimientos adquiridos anteriormente. Interiorizar es calibrar de acuerdo con nuestros propios cánones lo que percibimos para después emitir un juicio, que tal vez nos sirva de referencia para ocasiones posteriores. Interiorizar es no pasar por alto ante aquello que nos puede dar una lección válida para toda nuestra vida. Interiorizar es estar predispuesto a aprender -con el deseo de guardar lo aprendido- de todo.

Son muchos los inconvenientes que existen para hacer de la interiorización un estilo de vida: la acción, la gestión, las prisas, la eficiencia, la superficialidad, la ignorancia filosófica, la incapacidad para leer poesía, la ausencia de reflexiones religiosas…, arrojan al hombre y a la mujer de hoy a una frivolidad de pensamiento que incapacita de raíz el proceso de interiorización, tan necesitado de la reflexión, el silencio, la contemplación, la lectura, el recogimiento interior y sobre todo del amor a la sabiduría. Las constantes interferencias impiden el silencio interior, y sin silencio interior no hay fecundación posible del espíritu, y un espíritu pobre empobrece la realidad con la que se relaciona, entre otras cosas porque sólo atiende a lo que reclama su atención inmediata (teléfono, radio, televisión, et.) y cuando todo calla, habituado a tanta agitación y desprovisto de los resortes de la contemplación, se hunde en el aburrimiento. Quien no ha adquirido el hábito de la contemplación a través de la reflexión, la lectura y la observación, difícilmente interpretará el silencio en clave creativa, necesitará del coche o la televisión para escapar del tedio y emprender así una fuga hacia adelante, que le ayude a olvidarse de su vacío interior, más pesado aún que una intensa jornada laboral.

Miguel Ángel Martí García es catedrático de Filosofía y autor, entre otros libros, de ‘La elegancia. El perfume del espíritu’ (Eiunsa).