Atravesamos un tiempo complejo, tumultuoso, de gran desconcierto, que probablemente exija echar la vista atrás para ser capaces de comprenderlo. A esto nos invita Pensadoras del siglo XX (Rialp), de Iván López Casanova, quien ha visto en el pensamiento de cinco intelectuales contemporáneas la guía necesaria para no extraviarse por el camino.
JULIO MOLINA
PREGUNTA. ¿Qué lleva a un cirujano digestivo a escribir este libro, Pensadoras del siglo XX, y a subtitularlo Una filosofía de esperanza para el siglo XXI?
RESPUESTA. El libro nace de esta profunda convicción: sólo se puede vivir con plenitud, por una parte, y educar a los jóvenes con hondura, por otra, si se entiende y se ama el mundo cultural en el que se vive y se trabaja, con sus luces y sus sombras. O, dicho con otras palabras, no se puede educar contra una cultura a la que se mira con desconcierto o con resentimiento. He escrito este trabajo para ayudar de algún modo a comprender el ambiente cultural con el que ha amanecido el siglo XXI y mejorar así la convivencia diaria y la educación de los jóvenes.
P. Usted habla de que la base cultural de los siglos XVII, XVIII y XIX “se rompió en pedazos”. ¿A qué se refiere?
R. Para entender el entorno cultural en el que vivimos y educamos a los hijos en la actualidad, me parece necesario comprender cómo el racionalismo filosófico –la Modernidad, que constituía la base cultural de los siglos XVII al XIX− “se rompió en pedazos” en el inicio del siglo XX. Ese racionalismo, que se podría resumir en la confianza ciega en que la Razón, la Ciencia y el Progreso llevarían a las sociedades occidentales hacia un nuevo periodo de plenitud racional, en realidad condujo a la Primera Guerra Mundial.
P. ¿En qué consiste ese naufragio de la Modernidad?
R. Consiste en el fracaso del subjetivismo y el nihilismo al que conduce la Modernidad, pues el ser humano se siente abandonado a la hora de tomar las decisiones morales de las que depende su plenitud. Lógicamente, el naufragio se produce porque el barco no estaba bien construido: el hombre no es un ser autónomo, sino que todos somos seres en relación y necesitamos encontrar una guía para orientar nuestra ética.
P. Esa profunda crisis de la cultura, ¿qué forma toma hoy? ¿Cómo se materializa?
R. En el fondo, la cultura del siglo XX se puede resumir en el intento de encontrar una filosofía sustitutiva a este fracaso de la Modernidad, tarea en la que seguimos sin encontrar solución. En consecuencia, nos toca vivir y educar en un periodo de profunda crisis cultural en la que fácilmente arraiga el escepticismo y el relativismo, grietas hondas de un edificio cultural y moral todavía no construido. Si se entiende por qué hemos llegado a esta situación se estará en muy buena disposición para afrontar sus consecuencias.
“La cultura del siglo XX puede resumirse en el intento de encontrar una
filosofía sustitutiva al fracaso de la Modernidad”
P. Habla de “la necesidad de pensar con el corazón”. ¿A qué se refiere?
R. Con ello empiezo a hablar de las soluciones a esta conmoción de la cultura occidental. Me refiero a la importancia de unir la reflexión racional con una vida moral sana, a la unión de razón y corazón, de pensamiento lógico y vida moral ejemplar. Esto es lo que supieron hacer –de un modo genial– las mujeres que son objeto de mi estudio: Simone Weil, María Zambrano, Edith Stein, Hannah Arendt y Elisabeth Kübler-Ross. Todas ellas meditaron sobre la crisis cultural que hemos descrito y ofrecieron un pensamiento en que se unen estos elementos, superando las abstracciones alejadas de la vida real ofrecidas por el racionalismo de los siglos anteriores.
P. ¿Qué lecciones podemos aprender de cada una de las pensadoras que propone?
R. La lección fundamental podría resumirse en que nos ofrecen una solución a la crisis de la Modernidad conjugando razón y corazón, uniendo libertad autónoma con donación hacia los demás. Concretamente, la originalidad de este libro consiste en exponer que estas respuestas ofrecidas para solucionar la crisis de comienzo del siglo XX resultan válidas para superar la crisis del comienzo del siglo XXI en el que nos encontramos, pues ambas nacen del mito de un hombre autónomo, aunque en la hora presente la razón todopoderosa decimonónica se haya sustituido por la razón débil que lleva al relativismo.
Para cumplir con esta tarea las Pensadoras ofrecen una visión del ser humano muy enriquecedora, en la que se le reconoce frágil y dependiente pero capaz de plantear las cuestiones morales de modo racional y de proponerlas. Lógicamente, se amplía el modo de entender la razón para abordar la realidad: “Ciegos para el misterio y, por lo tanto, tuertos para lo real”, podemos leer en los versos de Claudio Rodríguez. Pues con la unión de razón y corazón, que amplía lo racional, podemos abordar las realidades mensajeras: artísticas, morales, trascendentes…
Además, en esta antropología subyace una mirada esperanzada respecto del ser humano, capaz de unir pensamiento y corazón, actividad y pasividad, dar y recibir. Se alejan así tanto de la confianza absoluta en la razón autónoma que no admite referencias éticas como de los irracionalismos tan de moda en el transcurso del siglo XX.
P. ¿Qué tienen en común?
R. Además de escuchar la voz del corazón y de la confianza que depositan en el ser humano, se podría destacar su mirada abierta a la trascendencia, a contracorriente de las mayorías culturales de su tiempo. También, su desarraigo biográfico: todas llevaron una vida muy dura, en especial las tres autoras judías, Stein, Arendt y Weil; quizás por ello comprendieron a fondo que la autonomía absoluta no existe en la vida real, que somos seres intrínsecamente interdependientes. Por último, se podría señalar un total desinterés por las corrientes feministas, fruto de la comprensión de la insuficiencia antropológica sobre la que se apoya este movimiento.
“La mirada de todas estas mujeres está abierta a la trascendencia,
a contracorriente de las mayorías culturales de su tiempo”
P. ¿Y siente por alguna de ellas alguna especial debilidad?
R. Si tuviera que decantarme por una de las cinco, me fijaría en Simone Weil, la filósofa que ha estudiado el tema del dolor en profundidad. También por ser menos conocida. Tal vez porque fallece joven, con treinta y cuatro años, y por su búsqueda sincera de Dios. Además, por la coherencia entre su vida y su obra, que la lleva, por ejemplo, a trabajar como empleada en una cadena de montaje durante más de un año para comprender la problemática relación entre patronos y obreros. También participa como voluntaria en la Guerra Civil Española para sufrir y comprender la complejidad de un enfrentamiento armado. Más adelante trabajará como jornalera en el campo. Sin un compromiso serio en el que hay mucha generosidad no se pueden comprender los problemas morales: esto nos enseña con su vida y reflexión.
P. ¿Por qué ha considerado oportuno prestar atención a mujeres y no a hombres? ¿Qué punto de vista singular ofrecen?
R. Me interesó el problema filosófico del corazón, la unión de un pensamiento intelectual y una vida moral elevada. Y me di cuenta entonces de que los mejores enfoques en ese sentido nacían de estas Pensadoras. Fue un punto de llegada, no de partida. Pienso que estas intelectuales merecen ser atendidas porque ofrecen un pensamiento genial, y no por cuestión de cuotas o de géneros.
P. En su libro habla de que existe escepticismo en relación al conocimiento del bien. ¿Qué cree que sucede?
R. Las Pensadoras desconfían de la subjetividad hasta el punto de poner todo su empeño en la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. Pero otra visión contraria existe en gran parte de la cultura actual: se desconfía de la verdad ética y se afirma que hay que reeducar al que quiera buscarla, pues acabará por imponérnosla, incluso con violencia. Esta mirada bebe del escepticismo total, del relativismo. Pues bien, estas dos antropologías tan distintas son las que nutren nuestra vida diaria, de modo que hay que aprender a educar en el ámbito familiar contando con ellas. Me gusta referirme a esto con la expresión de “dos antropologías en lucha”, para subrayar su radical diferencia en todo lo relativo a lo moral.
P. A modo de epílogo, introdúzcame a cada una de ellas brevemente.
R. Simone Weil, ya siendo una joven profesora, vivía sin calefacción, comía los mismos alimentos que la mayoría de las personas de las capas sociales más desfavorecidas y compartía su sueldo con ellas. De su vida se extrae la necesidad de comprometerse con generosidad si se quieren entender los problemas morales.
María Zambrano, en sus primeros pasos como filósofa, escribe un artículo que titula Hacia un saber sobre el alma. Cuando lo lleva a su maestro, Ortega y Gasset, éste reacciona con disgusto al comprobar que la alumna va más lejos en sus desarrollos intelectuales. Pero ella, aunque debe mucho al filósofo madrileño, construye su propio discurso filosófico, y en él conjuga la razón activa con la recepción pasiva de lo divino.
Un desencuentro similar le sucede a Edith Stein, pues tuvo que abandonar al gran filósofo Husserl cuando éste se alejó de sus primeros postulados filosóficos realistas y empezó a apoyarse en planteamientos más subjetivos. Buscar la verdad, incluso a costa de abandonar una posición profesional muy privilegiada, es uno de sus legados más valiosos.
La reflexión sobre la banalidad del mal es la aportación más conocida de Hannah Arendt. Ella acude a Jerusalén como periodista para dar cuenta del juicio de un mando alemán de las SS responsable del envío a campos de exterminio de varios miles de judíos. Pero en lugar de encontrar a un hombre abyecto y brutal, como esperaba, se da de cara con una persona anodina. Su conclusión será que, en momentos de totalitarismos, la banalidad ética puede llevar a realizar auténticas aberraciones.
Y de Kübler-Ross me impresiona que, después de lograr gran reconocimiento por el libro La muerte y los moribundos, se complicara la vida realizando estudios sobre las “experiencias en el umbral de la muerte”. A partir del testimonio de una enferma, abordó la muerte desde el plano espiritual, lo que le llevó a ser muy criticada. Sus aportaciones, sin embargo, contienen mucha sabiduría: no toda la realidad humana se puede estudiar empleando métodos científicos.