José Manuel Mañú Noain, licenciado en Filosofía y Letras y en Magisterio, compagina su tarea docente y el asesoramiento a centros educativos de Europa y América con la escritura. No en vano ha publicado ya una veintena de libros, en los que ha estudiado la educación desde un buen número de sugerentes perspectivas. En esta ocasión hablamos con él, entre otras cosas, de cómo ayudar a los jóvenes a tomar las riendas de su propia vida.
JULIO MOLINA

PREGUNTA. Uno de sus libros gira en torno a la importancia de acertar en el proyecto de vida. Al hablar de proyecto de vida, ¿de qué estamos hablando? ¿Hablamos, en realidad, de cómo queremos ser y qué hacer para conseguirlo?

RESPUESTA. Hablamos de fijar una meta vital, por un lado, y de poner los medios para alcanzar dicha meta, por otro. En Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, Alicia le pregunta en un momento dado al Gato de Cheshire qué camino debe tomar, y éste le contesta: “Eso depende del lugar adonde quieras ir. Si no sabes a dónde quieres ir, no importa qué camino sigas”. Lo cierto es que si se desconoce qué hace feliz al ser humano, resulta imposible serlo. Pocas veces nos hemos encontrado con tantos jóvenes desorientados. Ansían sin duda descubrir su camino, pero les falta a menudo el consejo de una persona de confianza, alguien que les recomiende un buen libro, que les haga una reflexión oportuna, que les formule una pregunta que les ayude a pensar. No se trata tanto de responder a sus preguntas como de acompañarles, de crear un clima de confianza mutua.

P. ¿Se paran los jóvenes a pensar en aquello que quieren? Tengo la sensación de que muchas veces adoptan ante sus propias vidas una actitud más pasiva que activa, algo así como “no sé a dónde estoy yendo, sólo tengo la esperanza de que me vaya bien”.

R. Es cierto que hay jóvenes cuyas vidas son retazos de acontecimientos sueltos, sin un hilo conductor. Los jóvenes, en palabras de san Pablo VI, no necesitan maestros que les digan lo que hay que hacer, sino ejemplos de personas cuyas vidas sean coherentes y bien gastadas. En este sentido, se educa más por contagio que con lecciones magistrales. Lo importante es acompañar desde el respeto, ser prudente, y estar a disposición del joven –o  no tan joven– cuando se acerque a ti y pregunte.

P. ¿En qué momento de la vida considera usted que se ponen los cimientos sobre los que levantar ese proyecto?

R. Quien ha tenido la suerte de nacer en una familia unida, estable, con valores firmes, cuenta con una referencia importante. Puede que se pierda más tarde por los vericuetos de la vida, pero conoce el camino de vuelta. Quien ha crecido y se ha educado sin haber tenido la oportunidad de discernir el bien del mal, lo verdadero de lo falso, lo tiene más difícil, qué duda cabe. Existe la escuela, y la parroquia, desde luego, pero a amar y a sentirse amado, que es de lo que en el fondo hablamos, se aprende sobre todo en la familia.

“Quien ha tenido la suerte de nacer en una familia unida, estable, con valores firmes, cuenta con una referencia importante”

P. ¿A qué obstáculos se enfrentan los jóvenes para acertar en sus proyectos de vida? ¿No le parece que la afectividad, por ejemplo, prima hoy en exceso?

R. Sí diría que en muchos jóvenes operan los sentimientos más que la razón. Recuerdo a un amigo que, pensando con la cabeza –no con el corazón, paradójicamente–, rompió un noviazgo. De algún modo sabía, en su fuero interno, que si se casaba con esa persona no llegaría el barco a buen puerto. Esa decisión provocó en él gran dolor, pero lo cierto es que ahora tiene una familia estable y feliz. Con frecuencia somos víctimas del efecto ilusorio de los falsos espejos, en virtud del cual obtenemos de la realidad imágenes distorsionadas. Esto ocurre, por ejemplo, cuando pensamos que lograremos hacer cambiar al cónyuge. La elección de la persona con la que nos casamos resulta esencial; no está de más recordar que es preferible una tormenta en el noviazgo que un matrimonio tormentoso.

P. ¿Reside tal vez el problema en que no nos conocemos a nosotros mismos lo bastante bien?

R. Es importante conocerse, por supuesto, aunque es una tarea ardua y lenta, para cuyo logro resulta muy conveniente, imprescindible, contar con aliados. La buena literatura proporciona constantes enseñanzas sobre la naturaleza humana, sobre la experiencia de la vida, sobre los puntos fuertes y los puntos débiles de las personas. Yo diría a este respecto dos cosas: por una parte, que somos en sí valiosos –y no por nuestros logros–, y por otra, que hemos de aceptar la realidad tal cual es, resistiendo la tentación de caer en el autoengaño.

P. ¿Qué facetas importantes suelen desatender los padres, en particular, y los educadores, en general, a la hora de educar?

R. En mi opinión, sobreprotegemos a los niños. Deberíamos dejarles equivocarse. Es importante que aprendan a levantarse y a sacar las consecuencias debidas. La sobreprotección, ciertamente, les impide aprender lecciones imprescindibles. El siguiente ejemplo ilustra bien lo que digo. A una persona le regalaron dos halcones: uno fue pronto adiestrado, y aprendió a volar y cazar; el otro, sin embargo, muy reacio a ejercitarse, se asentó en la rama de un árbol. Ante esta dificultad, el jardinero acudió en ayuda del dueño de las aves, quien pocas horas después, desconcertado, se percató de que el halcón remiso sobrevolaba la finca. “¿Cómo lo ha conseguido?”, le preguntó entonces al jardinero. “Serré la rama sobre la que se había asentado”, fue su lacónica respuesta.

P. Usted habla de la importancia de educar en valores y actitudes.

R. En efecto. Es importante porque uno alcanza la felicidad al amar mucho y bien, y amar mucho y bien requiere un aprendizaje, hacer antes que nada un buen uso de la libertad, que es un concepto que debiéramos tener muy claro. El amor y la libertad son esenciales en nuestras vidas, pero por desgracia han acabado convirtiéndose en términos baúl, que sirven para designar no ya realidades diferentes, sino incluso contrapuestas.

“Se alcanza la felicidad al amar mucho y bien, y eso requiere un aprendizaje,
hacer antes que nada un buen uso de la libertad”

P. De entre los valores, ¿cuál destacaría?

R. Tal vez la generosidad. Cuando dejamos que el otro ocupe el centro, nuestra vida cambia.

P. ¿Y en cuanto a las actitudes?

R. Yo trataría de inculcar en los niños el amor a la bondad y a la belleza.

P. ¿Pero cómo se puede educar en todo esto?

R. Quizá, antes que nada, hay que aprender a diferenciar entre valores y actitudes. El valor tiene un componente subjetivo que puede no ir acompañado del compromiso. Las actitudes o virtudes, en cambio, son los hábitos buenos arraigados en la persona, hábitos adquiridos por medio de la repetición voluntaria de determinados actos. Hacer amable la virtud es, de hecho, una de las tareas esenciales de los educadores. Esta frase de Dickens es clarificadora: “El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico”.

P. Mientras le escuchaba pensaba que las personas de una pieza, coherentes, íntegras, son las que despiertan el mayor grado de admiración… ¿Se le ocurre algo a este respecto?

R. Le sugiero, por si le sirven, tres citas para pensar:
Educar es dar cuerpo y ánima a toda la belleza y perfección de la que somos capaces (Platón).
La educación busca dirigir los sentimientos de placer y dolor hacia el orden ético (Aristóteles).
La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable (Hannah Arendt).

P. Entiendo que la educación de los hijos es una tarea que se desempeña a lo largo de muchos años; pero, no obstante, en su opinión, ¿en qué franja de edad de los hijos resulta más decisiva la intervención de los padres?

R. Yo diría que, si bien la forma de proceder cambia a lo largo del tiempo, el papel que desempeñan los padres como educadores es siempre decisivo. En cada franja de edad de los hijos. En la infancia deben dedicarles tiempo y escucharles con paciencia; en la adolescencia, disfrutar de los buenos momentos, cuidar las formas y respetar su intimidad, por un lado, al tiempo que exigirles lo preciso, por otro. Se requiere paciencia, qué duda cabe, pero quien es paciente sabe que los cambios emocionales son pasajeros y que, en condiciones normales, los hijos alcanzan finalmente la madurez. En el contexto actual, tienen especial mérito los padres que exigen con buenas formas lo debido, porque nadan a contracorriente. Lo cierto es que se ha terminado la época en que se resolvían las cuestiones en una conversación; ahora se abre un proceso de comunicación que, aunque con altibajos, sería ideal que durara toda la vida.

P. No le he preguntado todavía por el sistema educativo. ¿Cree usted que atiende convenientemente el desafío al que se enfrentan los jóvenes a la hora de definir su proyecto de vida?

R. El sistema educativo está preparado para orientar a los alumnos en su devenir académico y profesional. Al alumno le ahorrará muchas complicaciones elegir el tipo de bachillerato que mejor se adecúe a sus intereses, y en este aspecto el centro educativo puede jugar un papel importante. Es, en todo caso, una suerte de colaboración entre el alumno, los padres y el tutor escolar, en que cada parte debe asumir la responsabilidad que le corresponde (y sólo la que le corresponde). Por otra parte, compete al sistema educativo transmitir el mensaje de que todas las profesiones nobles, si uno se dedica a ellas con profesionalidad y espíritu de servicio, tienen una gran dignidad, que es precisamente la que aportan las personas a las tareas que realizan. Para ello es preciso hacer caer en la cuenta al educando del valor que posee en sí mismo el trabajo bien hecho, proporcione o no alguna clase de éxito añadido.