José Ramón Ayllón, profesor de Antropología en la Universidad de Navarra, compagina su labor docente con los libros, convertidos ya en luminosas obras de referencia, y las conferencias. Autor de dos aproximaciones al genial intelectual inglés G. K. Chesterton –Ciudadano Chesterton: una antropología escandalosa (Palabra, 2011) y El hombre que fue Chesterton (Palabra, 2017)–, no hemos podido resistir la tentación de charlar con él al respecto. El personaje que nos presenta, del todo deslumbrante, sin duda lo merece.
JULIO MOLINA
PREGUNTA. ¿Por qué se ha interesado por Chesterton?
RESPUESTA. Porque es un seductor. En cuanto le conoces un poco, estás perdido. Tienes la sensación de haber hecho un amigo incomparable. Entre los escritores grandes, es de los pocos que gusta por igual a lectores ideológicamente antagónicos.
P. ¿Cómo definiría su personalidad?
R. Exuberante. Era valiente y romántico, generoso y sencillo, británico y londinense hasta la médula, tan amigo del trabajo como de las fiestas. Cultivó a conciencia el arte de la amistad. No concedió ninguna importancia a su asombrosa inteligencia ni a su enorme fama. Tenía un sentido del humor constante e inagotable, como su apetito. Por todo eso fue un líder indiscutible.
P. ¿En qué facetas destacó especialmente? ¿Fue, por encima de todo, un brillante pensador?
R. Yo le veo, en primer lugar, como un buscador y un luchador infatigable, que dedicó toda su vida a la causa de la verdad y la justicia. Su premio fue descubrir que hay una Verdad con mayúscula y es una Persona. También le veo como comunicador insuperable, que se sirvió de todos los géneros literarios: prosa y verso, ensayo y novela, biografía, columnas de prensa… Brillantísimo fue de palabra y por escrito, a menudo improvisando. Fue también un trabajador incansable, que compaginaba los artículos y los libros, las conferencias y los debates, los viajes y las charlas en la BBC… Sé que estoy empleando muchos superlativos, pero así era Gilbert Keith Chesterton.
“Entre los escritores grandes, Chesterton es de los pocos que gusta por igual a
lectores ideológicamente antagónicos”
P. ¿Cómo fue su infancia y su adolescencia? ¿De qué forma le influyeron sus padres, su hermano, y después su esposa?
R. Gilbert confiesa que el único deporte que practicó fue la discusión educada e interminable con su hermano Cecil. Tuvieron siempre una especial sintonía. Sus padres, Edward y Marie Louise, excelentes anfitriones, prodigaban en casa fiestas y tertulias donde se hablaba con pasión de política y literatura, de historia y de arte. En su primer hogar aprendió Chesterton el significado del amor, la libertad y el bienestar. Al mismo tiempo, en el colegio iba haciendo amigos para toda la vida. De Frances Blogg estuvo profundamente enamorado desde el noviazgo hasta la muerte. No hubiera llegado a ser lo que fue si Frances no hubiera sido su delicada esposa, su alma gemela, su asesora literaria, su eficiente secretaria, su exigente administradora, su admiradora incondicional, su amante y su mejor amiga.
P. ¿Cómo era la Europa de Chesterton? ¿Qué ideas dominaban la época?
R. Le tocó vivir entre 1874 y 1936. Por entonces bullían en Inglaterra y en Europa –como bullen en la España del siglo XXI– el socialismo y el capitalismo, el feminismo y el relativismo, las tesis de Marx y Malthus, de Freud y Nietzsche, de Comte y Darwin… Un mundo trepidante, marcado a fuego por la locura de la Primera Guerra Mundial.
P. ¿Qué posición adoptó Chesterton ante tales ideas?
R. Los griegos pasaron del mito al logos. Chesterton piensa que Inglaterra y Europa han girado sobre sus talones y han regresado a los mitos del materialismo, el escepticismo, el agnosticismo, el evolucionismo radical, el superhombre de Nietzsche y la sexualidad freudiana. A esa moderna mitología dedicará sus dos primeras obras de pensamiento: Herejes y Ortodoxia. Con ambos ensayos y con innumerables debates públicos, entró como un elefante en la cacharrería de esa modernidad. A sus treinta y tres años, un precoz Chesterton tenía ya una visión profunda y coherente de la vida.
“De Frances Blogg estuvo profundamente enamorado desde el noviazgo hasta la muerte; no hubiera llegado a ser lo que fue sin ella”
P. ¿Cómo consigue la brillantez de su estilo?
R. Posee una fórmula compleja, pues quien quiera imitarle necesitará producir una cantidad innumerable de ocurrencias, alcanzar la complejidad de sus circunloquios, la originalidad de sus metáforas y la osadía de sus paradojas. Con un dominio absoluto del lenguaje, por supuesto.
P. ¿Qué acontecimientos históricos marcaron su vida?
R. Sin duda, la Primera Guerra Mundial. Mucho antes, su oposición a la guerra contra los bóeres le hará famoso y le situará en la órbita del mejor periodismo. En el orden de las ideas, es un acontecimiento histórico el auge de las ideologías. Chesterton luchará toda su vida contra los abusos del capitalismo que concentra la riqueza en los plutócratas; contra el socialismo que pone la riqueza en manos del Estado; por otra parte, si el materialismo evolucionista sostenía que el hombre es un mero producto de la selección natural, él afirmaba que la razón y la libertad no suponen una evolución, sino una revolución, y que resulta antinatural entender al hombre como resultado de un proceso natural.
P. ¿Qué opinión le mereció la familia como institución?
R. Chesterton combatió toda su vida la radicalización que llevó al feminismo al rechazo del matrimonio, la maternidad y la familia, como si fueran formas de esclavitud del varón sobre la mujer. Él entendió la familia como fuente principal de libertad y escuela de convivencia; como un espacio indómito y libre dentro de un mundo lleno de reglas y rutinas. Reconoce que las tareas domésticas tienen lugar en un espacio pequeño, pero añade que la ciencia que se despliega en ese espacio es enorme, pues se enfrenta nada menos que al misterio de la forja de seres humanos. En su hogar, una mujer suele ser decoradora, cuentacuentos, diseñadora de moda, experta en cocina, profesora… Como es fácil de entender, esas tareas no la hacen rígida y estrecha de mente, sino creativa y libre. Lo que tiene entre manos la enriquece más que cualquier profesión, pues supone el desarrollo de todos sus talentos.
“Combatió toda su vida la radicalización que llevó al feminismo al rechazo del matrimonio, la maternidad y la familia”
P. ¿Qué opinión le mereció la amistad? ¿Qué personas dejaron impronta en él?
R. Ya en el colegio fundó un club de debate con amigos que mantendría de por vida. Ahí aprendió que la amistad es “la más grande de todas las cosas buenas”. En Fleet Street, la calle de la City donde tenían su redacción los mejores periódicos de Londres, Gilbert fue durante décadas el personaje más popular. Cuando escribe en la mesa de un bar, sus amigos empiezan a llegar y comentan la actualidad política entre rondas de cerveza, jerez, oporto o borgoña. Los que siguen llegando no desean perderse la improvisada tertulia y se quedan de pie. Ahí están Hilaire Belloc, Baring, Bentley, Oldershaw, Bernard Shaw, Wells, Masterman, Titterton, Radclyffe… De las anécdotas jocosas se pasa a las baladas alegres. Las risas y el humo hacen más familiar el ambiente, que a veces se alarga hasta el cierre del local. Además de beber, discutir y cantar, la tribu de Fleet Street gusta de hacer teatro en un ático alquilado. Suelen llenar el Club de la Buhardilla los sábados por la tarde, y tienen debilidad por las parodias de los juicios.
P. Hablemos de su conversión al catolicismo. ¿Podría decirse que, antes de convertirse, creyó en Cristo racionalmente?
R. No exactamente. Siendo agnóstico, Chesterton comprobó, con asombro, que su visión del mundo y de la vida coincidía con las enseñanzas de la Iglesia Católica. Por eso tuvo claro que la verdad no es tal porque lo diga la Iglesia, sino al revés: la Iglesia lo dice porque es verdad. Lo fue comprobando en sus conversaciones con sus amigos católicos, sobre todo Belloc y el sacerdote John O’Connor, que inspiraría al Padre Brown de sus novelas policíacas. La aceptación de la divinidad de Cristo ya es otro cantar, pues, aunque sea muy razonable, exige siempre el salto de la fe. Chesterton no sólo dio ese salto, sino que dedicó a la figura de Cristo páginas insuperables del ensayo El Hombre Eterno.
P. En su opinión, ¿qué vigencia tienen hoy las ideas de Chesterton sobre el mundo?
R. Mientras sigan vigentes las ideologías mencionadas, Chesterton será necesario para ponerlas en su sitio. Yo hablaría de necesidad y también de placer, porque sus argumentos son la mejor artillería, pesada y ligera, para estos tiempos de posverdad.
“Mientras sigan vigentes las ideologías reinantes,
Chesterton será necesario para ponerlas en su sitio”
P. Dígame qué le sugieren las citas siguientes: “La mera existencia es lo bastante extraordinaria para ser emocionante.”
R. Uno de mis amigos dice que no le gusta el cine porque la vida misma, bien observada, es mucho más interesante. Por ahí van los tiros. A Chesterton le parecía que la vida es un milagro.
P. “El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no para dudar de la Verdad, y hoy se han invertido los términos.”
R. “Quedé desfallecido de escudriñar la verdad”, dijo Sócrates. Nuestro conocimiento de la realidad es siempre insuficiente, provisional, mejorable. Pero la realidad es la realidad, con independencia de lo que yo piense sobre ella.
P. “El secreto de la vida reside en la risa y en la humildad.”
R. Hay que ser bastante sabio para llegar a esa conclusión, y muy cristiano para vivirla.