Dice el profesor Pérez-Soba que “el peor pecado que se puede cometer contra la palabra humana… es confundirla con la ambigüedad”[1]. El lenguaje, cuando se diluye en la ambigüedad, queda herido de gravedad, y con él, claro, la comunicación, que es al fin y al cabo su fin último. JUAN PARDO DE SANTAYANA GALBIS

Es práctica habitual en nuestra sociedad atribuir a cada término una diversidad de significados igualmente válidos, de tal manera que cualquier intento de aclarar el verdadero significado de un término se percibe como una imposición. Actualmente, uno de los términos más ambiguos es, sin duda, el de “sexualidad”. Y esto ocasiona no pocos problemas porque, a diferencia de muchos otros términos más o menos importantes que se hacen pasar por dudosos o inciertos, la sexualidad es el núcleo fundamental más profundo de la persona, su médula, aquello que afecta cada ámbito y aspecto de su vida.

En otros tiempos no se ponía en duda que ser persona humana implica pertenecer a uno de los dos sexos: hombre o mujer (se es hombre o mujer y, por lo tanto, todo lo que se hace, se piensa o se siente, se hace como hombre o como mujer). Tal afirmación es hoy controvertida y polémica y muy discutida por parte de la ideología de género, que diferencia el sexo biológico del género, que sería una construcción lingüística y cultural. El hecho de que el hombre y la mujer experimenten el mundo de forma diferente, desempeñen tareas de forma diferente, sientan, planeen y reaccionen de forma diferente, tiene como fundamento la constitución biológica de cada uno de ellos. Sin embargo suele afirmarse que las diferencias nada tienen que ver –más allá de las obvias diferencias morfológicas– con una naturaleza dada, sino que son meras construcciones culturales hechas de acuerdo con los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos[2]. Y este posicionamiento, que –cuando menos– cuestiona la sexualidad como fuente de significado de la persona, al cabo justifica cualquier tipo de comportamiento sexual.

La sexualidad es el núcleo fundamental más profundo de la persona, su médula, aquello que afecta cada ámbito y aspecto de su vida

El cuerpo expresa a la persona

El despertar de la sexualidad en la adolescencia es un momento clave, decisivo, en el proceso evolutivo de la persona, ya que hace que ésta se experimente a sí misma de una forma nueva, con todo lo que ello implica para la comprensión de sí y de los demás. Esta experiencia lleva además a la formación del espacio en el que encuentra acomodo la identidad recién revelada: la intimidad.

Contra lo defendido por una concepción dualista de la persona, en el momento ahora referido queda claro que el cuerpo expresa a la persona y sirve de vehículo privilegiado para el encuentro consigo misma. La persona asiste asombrada a su propio desarrollo, y en su interior empieza a distinguirse una voz que pregunta: “¿quién soy yo?”. Comienza así todo un proceso de descubrimiento y de gradual desvelamiento de la propia identidad, el cual tiene lugar, como apuntábamos antes, en ese espacio interior, el ámbito de la intimidad, formado por dos elementos: el despertar de un sentimiento valorativo de uno mismo –pudor– y el despertar de un sentimiento de trascendencia, en virtud del cual uno comprende que es su vida y su futuro lo que está en juego (honestidad).

En este proceso participan cuantos elementos configuran a la persona: su temperamento, su carácter –que se ha ido forjando a lo largo del tiempo, a través de las circunstancias y de las experiencias vividas–, el ideal de felicidad que dirige sus acciones y todos aquellos elementos que la acompañan en su devenir (familia, amigos, escuela, sociedad).

La interpretación correcta de sí misma –sexualidad como fuente de significado– le permitirá a la persona llevar a cabo la integración de los distintos principios que operan en ella para hacer efectivo un ideal de vida buena. Por el contrario, quien no comprende a qué le llama esta experiencia –porque su significado queda oculto o se interpreta de forma reduccionista–, divisa en su horizonte vital falta de sentido, y tan sólo puede dejarse llevar por el deseo que aflora en él o bien procurar acallarlo.

La persona asiste asombrada a su propio desarrollo, y en su interior empieza a distinguirse una voz que pregunta: “¿quién soy yo?”

El mundo afectivo

A lo largo de este proceso resulta fundamental la capacidad para comprender y dirigir los impulsos y sentimientos. Desde el mismo nacimiento el ser humano empieza a encauzarlos, primero a través del apego y más adelante a través de la educación recibida, la cual, iluminadora de las experiencias vividas en el acontecer diario, le ayudará a reconocer el bien de forma práctica. Con la adquisición de identidad la persona comienza a estar en disposición de reconocer y elegir a otra a la que entregarse con olvido de sí, de modo que sea capaz de distinguir el bien de la persona, como bien verdadero, de los bienes para la persona, como medios para construir una vida plena. Y en este discernimiento juega la afectividad un papel definitivo.

En el despertar de la sexualidad, el mundo afectivo de la persona está ya configurado a tenor de un determinado ideal de felicidad, un ideal de cuya configuración dependerá que se interprete de una u otra forma la experiencia nueva de la propia sexualidad y el significado del estímulo preliminar del deseo sexual. Pero no de todas las interpretaciones, huelga decirlo, se extraen las mismas consecuencias: entender la sexualidad como un objeto de consumo, por ejemplo, o como un mero dato biológico al que debe asignársele un significado, abandona a la persona al arbitrio de sus emociones, que se convierten a la postre en única fuente de interpretación.

Varios son los estudios[3] que describen el devenir conceptual de la sexualidad, que ha pasado de considerarse fuente de significado de la persona a objeto de consumo, una crisis que, desgraciadamente, ha acabado ejerciendo una muy poderosa influencia en la forma en que el hombre se comprende a sí mismo.

Juan Pardo de Santayana Galbis es psicólogo y director de la Fundación gift&task.

| SIGA LEYENDO… La depauperación de la sexualidad (y II)


[1]Pérez-Soba Diez del Corral, J.J. El corazón de la Familia, Capítulo IX: La verdad de un lenguaje: el amor hombre-mujer. Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid. 2006.
[2]Burggraf, J. Género (gender), en Lexicon, Ediciones Palabra. Madrid. 2004.
[3]Directorio de Pastoral Familiar de la Conferencia Episcopal Española. 2004.