Basta mirar a nuestro alrededor para constatar que, desde hace ya algunos años, vivimos tiempos de Austenmanía: nuevas ediciones de sus obras, traducciones, conferencias, series televisivas, adaptaciones al cine de sus obras e incluso de su propia vida… Todo parece poco para reconocer a la primera mujer inglesa –tras el intento en vano de algunas otras– que alcanzó la condición de escritora. MAGDALENA VELASCO KINDELÁN

Pero, ¿quién fue Jane Austen? Nacida en Hampshire en 1775, hija de un clérigo anglicano –George Austen y de su esposa Cassandra Leigh–, fue la séptima de ocho hermanos. Se educó fundamentalmente en la biblioteca de su padre, donde se aficionó a la lectura y probó la creación literaria. Leyó a Shakespeare, Milton, Pope, Gray, Hume, Sheridan y demás clásicos ingleses, así como a sus contemporáneos Goldsmith, Fielding, Richardson, Sterne, y también a sus predecesoras femeninas Ann Radcliffe, Fanny Burney y Maria Edgeworth.

Estudió francés, tocó el piano y aprendió a coser y bordar; una muchacha agraciada, alta y bien educada. Se comprometió con el joven Harrison Big-Wither, pero no llegaron a contraer matrimonio (es posible que un íntimo deseo de autonomía para desarrollar su vocación literaria le hiciera preferir la soltería y disfrutar así de la libertad que ofrecía en la sociedad de su tiempo). De todos modos, no vivió sola, sino con su familia, a la que quiso entrañablemente –en especial a su hermana Cassandra, y a sus sobrinos, que la querían y admiraban– y a la que siguió en sus cambios de residencia.

Se inició en la escritura a los 21 años, si bien sus obras no empezaron a ser publicadas –tras muchas revisiones e incluso cambios de título– hasta que hubo alcanzado los 35. Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Emma, Persuasión, Mansfield Park y Northanger Abbey, son sus novelas. Tristemente, murió a la edad de 41 años, en 1817.

La dignidad de las mujeres

Jane Austen, culta e informada, fue a un tiempo abierta y conservadora. En sus novelas, sin embargo, apenas incluye referencias histórico-culturales. ¡Cuánto no se hablaría en su entorno de la Revolución francesa, de la propagación e importancia de sus ideas, de Voltaire y Rousseau! ¡Cuánto de Napoleón y de las batallas de Waterloo y Trafalgar! ¡Cuánto de las discusiones en el Parlamento sobre la abolición de la esclavitud! ¡De la lucha por el voto femenino! ¡De las ideas románticas de Byron, Keats y Shelley…! Pero Jane Austen no era Dickens. A ella le interesaba esencialmente su mundo, el mundo de la clase media que vive en el campo, de los pequeños propietarios rurales que son con frecuencia despreciados por los aristócratas e ignorados por los políticos. Le importaba la dignidad y libertad de cada ser humano, y en especial la de aquellas mujeres que, mediante la educación y el esfuerzo por mantener un comportamiento honesto y coherente con las propias ideas de dignidad y justicia, encauzaron sus vidas muy meritoriamente.

Las mujeres que retrata Austen corren el peligro de extraviarse en la sociedad de formalismos y cotilleos –disfrazada de interés por los demás– en la que se desenvuelven. Piensa que la educación conduce a la libertad, y ésta, a su vez, al control de las pasiones y de los impulsos egoístas, clarificando al tiempo la propia visión del mundo.

Las mujeres que retrata Austen corren el peligro de extraviarse en la sociedad de formalismos y cotilleos en la que se desenvuelven

Admiración y envidia

El planteamiento moral de sus novelas identifica felicidad y bienestar con rectitud, prudencia y cordura. También considera necesarias la pasión y la alegría, aunque nunca descontroladas. Sus mujeres pueden vencer la rigidez del ambiente social al que están sometidas, pero no a través de su destrucción, sino de la asunción crítica de su conveniencia para el orden social. Si sus heroínas siguen un camino de autoeducación que las lleva de la fantasía a la realidad, del infantilismo a la madurez, sus contrafiguras no llegan a alcanzar nunca esta meta, a superar con éxito ese tránsito; permanecen prisioneras, más bien, de las muchas trampas que encuentran a su paso: rigidez, vanidad, falta de criterio, locuacidad, egoísmo, autoengaño, elecciones equivocadas…

Las novelas de Austen se vertebran tanto en el hogar familiar como en las relaciones de amistad y vecindad. Y en ese mundo cerrado, pequeño, se crean estrechos lazos de amistad y de amor, de admiración y estima, pero también de envidia y desprecio. Retrata agudamente las reglas que rigen la vida social, la tirantez de las clases sociales –que sólo el amor y la cultura pueden flexibilizar–, las injustas leyes de herencia que desposeen a las mujeres de medios de vida, el ridículo comportamiento de otras por culpa de su falta de formación, o la presencia de clérigos casi siempre carentes de sencillez y prestigio moral.

El planteamiento moral de sus novelas identifica felicidad y bienestar con
rectitud, prudencia y cordura

Novela cumbre

Orgullo y prejuicio, titulada en un primer momento First impressions, se considera la más completa y lograda de las obras de Austen. Los protagonistas se enfrentan a un precipicio que les separa trágicamente: pertenecer a clases sociales distintas. El joven Mr. Darcy es heredero de una fantástica propiedad y se relaciona con familias pudientes y elegantes. La bella Elizabeth Bennet –aunque no tan bella como su hermana Jane–, es hija de una familia modesta, cuya casa y propiedades se encuentran amenazadas por el hecho de no tener heredero varón (corren el riesgo de tener que ceder sus pocas posesiones a una lejana rama familiar).

La clase social de los aristócratas aparece simbolizada por tres hermosas propiedades: en primer lugar, Netherfield Park, cercana a la granja de los Bennet, y que alquila el joven y rico Bingley como mansión de caza; en segundo lugar, la bellísima Rosings, propiedad de la injusta y soberbia Lady Catherine de Bourgh, tía del protagonista; y, en último lugar, Pemberley, la hermosa casa solariega de Mr. Darcy.

Elizabeth ama a su familia, pero llega a avergonzarse de ella: su madre vive obsesionada por casar a sus cinco hijas y se deja llevar por la locuacidad y el victimismo; las dos pequeñas de las cinco hermanas son coquetas insufribles, incultas y carentes de sensibilidad, en especial Lydia; el comportamiento de Mary, la mediana, no es del todo correcto, pues critica y alecciona desde una supuesta superioridad moral que cree poder ejercer; y por su parte, el padre, Mr. Bennet, tampoco resulta ejemplar: su inacción y, sobre todo, su crítica irónica promueven un ambiente de desapego familiar (hay en él, no obstante, un fondo de rectitud que saldrá a la luz cuando la familia toque fondo).

Los protagonistas se enfrentan a un precipicio que les separa trágicamente: pertenecer a clases sociales distintas

Un sincero enamoramiento

Elizabeth sólo se entiende plenamente con su hermana mayor, Jane, que además de bella es sumamente bondadosa. Sin embargo, la aguda sensibilidad de Austen nos muestra su punto débil: su benevolencia la lleva a vivir en un mundo irreal y a juzgar equivocadamente personas y situaciones.

Tan sólo Elizabeth se hace eco del pensamiento de la autora. En un contexto nada propicio, la joven Liz intenta cultivar su inteligencia y comportarse siempre de forma digna. Amante de la sencillez, recibe con agrado la visita de los jóvenes caballeros vecinos, pero la actitud inicial del protagonista subleva su sentido de la dignidad y la justicia. A partir de ese juicio inicial tan negativo, Elizabeth irá añadiendo agravios nuevos –más o menos ciertos–, de modo que, si bien Mr. Darcy representa el orgullo, ella representará el prejuicio.

A partir de un determinado momento, sin embargo, Liz va reconociendo el comportamiento verdadero del joven aristócrata (a la luz de nuevos datos, lo irá considerando, de hecho, abiertamente positivo). La joven percibe que sus prejuicios van desapareciendo poco a poco hasta descubrir que la relación existente entre ambos, al principio huidiza, es de un sincero enamoramiento mutuo. Bastará entonces que pongan con sinceridad las cartas boca arriba, que reconozcan sus errores –abriéndose al perdón del otro–, y que expresen sus verdaderos sentimientos para compartir finalmente un futuro de unión y felicidad.

Magdalena Velasco Kindelán es catedrática de Literatura.