Antes hablábamos del encogimiento del hombre. Hablemos ahora de eso mismo pero en tono positivo. Hay un concepto importante que la cultura actual ignora o no aplica a la vida humana: el concepto de grandeza. MIGUEL ÁNGEL MARCO DE CARLOS

El ser humano está diseñado para desarrollarse en gran escala. El hombre funciona bien cuando se comporta de acuerdo a como es, sin restricciones, cuando desarrolla todas sus potencialidades: de trabajo, de relación afectiva, de capacidad de contemplar y admirar, de gozar, cuando sabe renunciar a lo inmediato para aspirar a un objetivo ambicioso, cuando se abre a los demás… Es decir, cuando se comporta con un alto grado de inteligencia, con una libertad conquistada sobre sí mismo y sobre el ambiente (Borobia).

Por el contrario, la estructura de la personalidad no parece estar diseñada –aunque puede soportar esta eventualidad– para actuar en espacios cerrados o demasiado reducidos. Esto sucede cuando se concibe al hombre como una realidad mediocre, mezquina, cuando se le aparta sin más de la grandeza (de una vida lograda). Cuando su vida aparece lastrada por intereses exclusivamente individuales, él se desarrolla pasivo, apático, convencido de antemano de que no puede alcanzar un amor grande que dé sentido a su vida, aislado de los demás, reducido en deseos, aficiones y amistades (Borobia).

El hombre está hecho para vivir a lo grande lo ordinario, lo cotidiano; a vivir por encima de la mediocridad –que es su gran tentación–, no atado a los cálculos de esa falsa prudencia que no suele esconder más que pereza, o mezquindad o pusilanimidad. Vivir a tope es cuestión de intensidad, no de velocidad. No quiere significar vivir irreflexivamente, precipitadamente, sino vivir tratando de extraer al momento todas las posibilidades favorables al proyecto personal.

El hombre está hecho para vivir por encima de la mediocridad,
que es su gran tentación

No hacer las cosas a medias

¿Han leído El Señor de los anillos, de Tolkien? Se trata de un relato parabólico, que admite también la posibilidad de ser leído como un relato fantástico de aventuras. Al margen de la opinión sobre su valor literario, el libro tiene el mérito indudable de hablar del bien y del mal como conceptos distintos, discernibles, separables, y no como si la realidad fuera un amasijo confuso y tan entremezclado que no se pudieran distinguir de ninguna manera esos dos componentes. En ese libro aparece un personaje, Sam Gamyi, inseparable amigo de Frodo –el protagonista–, que admira profundamente a los elfos, especie de duendecillos excepcionalmente simpáticos y buenos. Tiene la oportunidad de vivir una temporada entre ellos en el país de Lorien, y descubre entonces el secreto de su atractivo: “en todo lo que hacemos –le dicen– ponemos el pensamiento de todo lo que amamos”. Tiempo después, Sam recordará su estancia en Lorien: “es como vivir dentro de una canción, si usted me entiende”. Los elfos le enseñan el secreto de vivir a tope, que es una gran cosa si se entiende así, como dice Eliot: “Toda una vida ardiendo en cada momento”. O estos versos de Pessoa:

Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas.

A este propósito recuerdo también unas palabras de Le Corbusier, escritas como prólogo a un libro que sus amigos le dedicaron con ocasión de su cumpleaños. Fue como si el propio autor quedara extrañado del volumen de su propia obra al verla toda reunida. Y se hacía estas reflexiones: “¡Puede parecer un poco extravagante, haber trabajado tanto! Pero es que trabajar no es ningún castigo. Trabajar es… ¡respirar! Respirar es una función extraordinariamente regular: ni fuerte ni débil, sino constantemente… La constancia es una definición de la vida… Constancia implica perseverancia. Es una leva permanente de producción. Pero también es un testimonio de coraje; el coraje es una fuerza interior que cualifica la naturaleza de la existencia. No hay ni señales de gloria en el cielo, ni alas desplegadas de victoria, ni intervención espectacular. Mi madre, que murió el año pasado a la edad de 101 años, decía: «¡Lo que vayas a hacer, hazlo (bien)!». No sabía ella que ése era un propósito fundamental de nuestra tierra de origen: el sur de Francia, en los siglos XII y XIII. Y que también es el consejo de la Señora Reina de Quintaesencia en el quinto libro de Rabelais: «Sólo os doy un consejo: haced (de verdad) lo que hagáis»”.

Es una manifestación de la grandeza del hombre ese intento de no hacer las cosas a medias. Ir en serio convierte la vida en una tarea apasionante; y en ocasiones, extraordinariamente divertida. Ir en serio no significa –no tiene por qué– ver a los demás como rivales, convertir la propia vida en una lucha contra el resto. Se trata de luchar contra la propia inclinación a la mediocridad; el enemigo va con nosotros mismos; lo llevamos en nuestra mochila, por decirlo así.

Ir en serio convierte la vida en una tarea apasionante;
y en ocasiones, extraordinariamente divertida

Vivir a tope

Esas situaciones que acabo de enumerar me parecen traducciones distintas, aunque todas correctas, de lo que entiendo que significa vivir a tope. A ese otro modo de vivir, descomprometido y leve –¿qué grandeza hay en eludir sistemáticamente el compromiso?–, a ese vivir sólo pendiente del yo y del instante, se le pueden aplicar estas consideraciones del libro de la Sabiduría:

Pasar como una sombra,
como una noticia que va corriendo,
como nave que atraviesa las aguas agitadas
y no es posible descubrir las huellas de su paso
ni el rastro de su quilla sobre las olas;
como pájaro que volando atraviesa el aire
y de su vuelo no queda vestigio alguno;
con el golpe de sus alas azota el aire ligero,
lo corta con agudo silbido,
se abre camino batiendo sus remos,
y después no se descubre señal de su paso;
como flecha disparada al blanco:
el aire hendido refluye sobre sí
y no se sabe el camino que la flecha siguió.
Así nosotros (…):
no podemos mostrar
vestigio alguno de nada valioso;
nos gastamos en nuestra vaciedad;
nuestra esperanza es como brizna de hierba arrastrada por el viento,
como leve espuma acosada por el huracán,
se desvanece como el humo en el viento,
como el recuerdo del huésped de un día.

(Sabiduría, 5)

Miguel Ángel Marco de Carlos es teólogo y profesor de Teología.

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