No es que el hombre no sepa muchas cosas sobre sí mismo. No se trata de falta de información, sino de la dificultad que experimenta para entenderse a sí mismo. Como si, al analizarse, encontrara piezas que no sabe exactamente para qué sirven, qué función desempeñan; ¿son restos del pasado, como la muela del juicio parece revelar una precedencia rumiante de nuestra especie? ¿son vestigios iniciales del futuro? ¿pero de qué futuro?; porque ¿hay un después? MIGUEL ÁNGEL MARCO DE CARLOS

Cada generación necesita una respuesta actualizada a las grandes preguntas que el hombre se hace sobre sí mismo, y tiene que ser ella misma quien las encuentre. No se aprenden desde fuera; han de encontrarse dentro. A esto se refiere Melville cuando dice que “es vano intentar divulgar lo que es profundo, y toda verdad humana es profunda. De ese minero profundo que trabaja en todos nosotros, ¿cómo puede uno deducir, por el sonido apagado y sordo de su piqueta, adónde lleva su pozo? Pues todo lo que de verdad es prodigioso y terrible en el hombre, jamás se ha puesto aún en palabras o libros” (H. Melville, Moby Dick).

Las fisuras para descender a lo profundo, a lo interior del hombre, son esas fracturas que el hombre experimenta entre lo que presiente como posible y lo que en realidad obtiene, entre la vida a la que aspira y la que en realidad consigue, la diferencia entre lo proyectado y lo realizado, entre la realidad de su vida terrena y su aspiración radical a traspasar sus estrechos límites actuales e ir más allá. Ese desajuste es tan grande y evidente que constituye para él una fuente de desasosiego y de inquietud. El hombre advierte que ese gran proyecto que es su vida, frecuentemente acaba en una realidad deficiente que le deja insatisfecho.

No es algo que afecte únicamente a los perdedores en la vida, a aquellos a quienes el azar no ha deparado sino papeles insignificantes en la escena social; ni tampoco a aquellos que comenzaron su vida llenos de energía, pero cuyo proyecto inicial acabó degenerando en una realidad mediocre. No; se trata de una percepción general que, aunque naturalmente admita grados, afecta a todos, también a aquellos a quienes la opinión pública tiene por triunfadores.

El hombre advierte que ese gran proyecto que es su vida,
frecuentemente acaba en una realidad deficiente

Como un defecto de origen

Quizás este fenómeno se detecte ahora con mayor claridad que en épocas pasadas, en las que permanecía enmascarado por el tópico de pensar que esa tendencia de autosuperación del hombre, cuyo fracaso producía en él esa sensación de frustración, era algo que únicamente la religión ponía en el hombre y no procedía del mismo interior del hombre. Con la puesta en práctica del programa Ilustrado, desaparecido Dios debería haber desaparecido también ese oscuro sentimiento de fracaso, y el hombre habría de vivir en paz consigo mismo. En la práctica las cosas no han ocurrido así.

Hoy conocemos que esa especie de permanente insatisfacción interior pertenece a la esencia íntima del hombre, brota de su propia interioridad. Forma parte del bagaje del hombre ese “hambre de más”, de querer más, de ser más de lo que ahora es: el hombre parece asfixiarse encerrado en su propia humanidad. Pero forma parte también de su propia situación la imposibilidad de hacer plenamente efectivo todo eso a lo que se siente llamado. Experimenta dentro de sí mismo una especie de fractura entre aquello a lo que aspira y aquello que consigue, como un defecto de origen que le llevara a la desesperación o a la locura, porque todos los intentos de moderar esa aspiración o de desviarla hacia objetivos alcanzables se revelan inútiles. Prometeo, aun encadenado y alejado de los dioses, sigue suspirando por algo que le trasciende y que a la vez, paradójicamente, entiende que le pertenece. El hombre es un ser que, cuando trata de encontrar sus propios límites, cuando se decide a viajar hacia los lejanos confines de sí mismo, presiente lo infinito. En la experiencia del amor verdadero, en el acto mismo de creación artística, en la lúcida sorpresa del propio existir y en otras muchas experiencias, se revelan al hombre profundas luces acerca de sí mismo, como relámpagos que rasgaran la oscura tiniebla de su existencia, de su apariencia opaca y gris, y le hicieran entender que el hombre no se explica por completo desde el hombre (Clément).

Miguel Ángel Marco de Carlos es teólogo y profesor de Teología.

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