Al hablar del origen de la literatura occidental hemos de remitirnos a los griegos y, muy especialmente, a los mitos, a todos esos extraordinarios relatos simbólicos, resonantes, vigorosos, de enorme fuerza evocadora, en los que divinidades y héroes, movidos por el amor, el odio, la envidia y tantas otras pasiones, poblaban la tierra.
MAGDALENA VELASCO KINDELÁN

De los mitos destaca, sobre todo, su asombrosa vigencia, su capacidad de sobrevivir a las sucesivas épocas, de gravitar sobre todos los presentes a pesar de su antigüedad en el tiempo: la cultura latina los asimiló con naturalidad; las literaturas románicas hicieron de ellos su fuente de inspiración; en el Renacimiento, y más tarde en el Neoclasicismo, brillaron con singular esplendor; y hacia ellos, en nuestros días, sigue volviendo la vista el hombre –¡una vez más!– en su intento de explicarse a sí mismo. La literatura, y en especial la poesía, al mito griego acuden continuamente. Basta recordar a Garcilaso, a Goethe, a Lord Byron, a Hölderlin con su Archipiélago, a Keats con su Oda a una ánfora griega, incluso a nuestro Luis Cernuda o a poetas culturalistas actuales como Luis Alberto de Cuenca.

Dos extraordinarios poemas épicos

El inicio de la literatura griega, que se remonta al siglo VIII a. C., viene marcado decisivamente por la Ilíada y la Odisea, dos extraordinarios poemas épicos atribuidos al poeta ciego Homero, originario de la isla de Quíos, en el Egeo. De estos dos poemas parten todas las epopeyas, desde la Eneida de Virgilio hasta La Araucana del español Alonso de Ercilla, ya en el siglo XVI, pasando por la épica medieval y todo el género de aventuras, desde la propia Eneida hasta la Divina Comedia de Dante.

Ambas epopeyas –acerca de algunos de los episodios acaecidos durante la Guerra de Troya, en el caso de la Ilíada; sobre el accidentado regreso de uno de los reyes troyanos, Odiseo (en latín, Ulises), a su tierra natal de Ítaca, donde le espera su esposa Penélope, en el caso de la Odisea– fueron cantadas durante siglos por los aedos –precedente de nuestros juglares medievales– en dialectos de la antigua Grecia. (El texto homérico más antiguo del que se tiene constancia data del siglo II a. C., una versión del filólogo Aristarco de Samotracia.)

Pero, con eso y todo, la épica homérica ha ejercido una enorme influencia en la historia de la literatura. Tuvo un continuador de enorme relieve en la figura de Virgilio, y durante la Edad Media, en la que toda Europa escribió poemas épicos a sus héroes, y el Renacimiento, con Las Lusiadas de Camoens y la ya mencionada La Araucana, de clara raigambre homérica, siguió revelándose de lo más operativa. Prueba de la honda repercusión que la Odisea ha tenido en la literatura occidental es, por ejemplo, la novela bizantina, los libros de caballerías y, en tiempos mucho más recientes, la famosa obra de Joyce o La hija de Homero, de Robert Graves.

De los mitos destaca, sobre todo, su asombrosa vigencia,
su capacidad de sobrevivir a las sucesivas épocas

La lírica y el teatro

En cuanto a lírica primitiva griega, cabe destacar a Safo, la primera poetisa conocida. Alceo de Mitilene, su amigo y presunto amante, también poeta, se refiere a ella como “Safo, coronada de violetas, sacra, de sonrisa de miel”. Su tema recurrente es la expresión delicada del sentimiento amoroso, dirigido también a sus alumnas.

Mayor influencia ha ejercido sin embargo Anacreonte, si bien su poesía es facilona e intrascendente. Cantor del vino y sus placeres, del erotismo y la alegría festiva, es referencia imprescindible para quienes cultivaron en adelante este tipo de lírica. De todos ellos sobresaldrá, en el siglo XVIII, Meléndez Valdés.

A juzgar por los abundantes anfiteatros construidos, el teatro gozó en la Grecia de aquel tiempo de gran protagonismo y popularidad. El floreciente teatro europeo del siglo XVI –teatro isabelino, comèdie Française, nueva comedia española– hunde sus raíces en la tragedia y la comedia griega, que entonces ya adoptó formas muy sofisticadas.

Esquilo, el más antiguo autor conocido, del siglo VI a. C., presenta personajes torturados, dominados por la culpa y a menudo sometidos a castigo. Su continuador, Sófocles, del siglo V a. C., es autor, entre otras obras, de Edipo rey y Antígona. Son los suyos héroes solitarios, humanos y sufrientes, aunque amen la vida. A Eurípides, finalmente, también del siglo V a. C., se le atribuyen muchas obras, entre las que destacan Medea, Orestes y Las bacantes. Sus héroes, transidos de debilidades y pasiones equívocas, resultan a nuestros ojos más fácilmente reconocibles. Y cabe señalar, para conceder a los griegos la importancia que sin duda tienen, que la tragedia shakesperiana es un evidente eco moderno de la griega.

Respecto a la comedia, quizás sea Aristófanes su exponente principal. Sus obras, cuya acción se desarrolla en Atenas, hacen reír mientras tratan de temas políticos y humanos. La paz, Las nubes, Lisístrata o Pluto son algunos de sus títulos. Molière, el entremés español y la comedia shakesperiana le deben mucho tanto a él como a Menandro, otro comediógrafo de relumbrón.

Esquilo, el más antiguo autor conocido, del siglo VI a. C., presenta personajes torturados, dominados por la culpa y a menudo sometidos a castigo

De la fábula a la filosofía

Gran atención merece también el fabulista Esopo (siglo V a. C.), autor de numerosas fábulas de corte sapiencial o moralizante protagonizadas en su mayoría por animales. En su continuador, Fedro, se encuentra el origen de muchas facecias y cuentecillos populares, de diversas narraciones del Libro de Buen Amor, de las fábulas de Jean de La Fontaine y de nuestros Iriarte y Samaniego en el siglo XVIII español.

Es bien sabido que el pensamiento occidental parte de la filosofía griega clásica. La obra de Platón, discípulo de Sócrates –y modelo primero de la filosofía europea–, marcó el pensamiento de San Agustín, el gran teólogo de los siglos IV y V, y, con el nombre de neoplatonismo, el de la Italia del s. XV y la España del s. XVI. Su influencia fue notoria, entre muchos otros autores, en Fray Luis de León, quien ponderó también la importancia del pitagorismo. Sin embargo, el gran filósofo griego es Aristóteles, iniciador de la metafísica, que sirve de base al tomismo y a las escuelas realistas del pensamiento, tan presentes en Calderón de la Barca.

Magdalena Velasco Kindelán es catedrática de Literatura.