La orientación profesional no se dirige simplemente a un candidato para un puesto de trabajo, sino, también y sobre todo, a una persona, a la que hay que conocer y orientar como tal. Nos encontramos así con que las diversas modalidades de orientación –escolar, profesional, etc.– tienen una amplia zona de coincidencia: todas se dirigen a la persona para ayudarla a mejorar con ocasión de la toma de decisiones en el estudio, en el trabajo, en otros campos de la actividad humana. GERARDO CASTILLO

En otras palabras: la orientación es sólo una; constituye un proceso único en el desarrollo de la personalidad total; es siempre orientación personal, desarrollo completo del hombre como persona.

El hecho de que el núcleo o punto de referencia principal de toda modalidad de orientación sea la persona nos exige plantearnos un nuevo problema: cómo inciden en el proceso de orientación profesional los diversos elementos o aspectos de la educación familiar. ¿Cómo se puede contribuir, desde el cuidado de ciertos aspectos de la educación familiar, a una adecuada elección profesional por parte de los hijos? ¿En qué medida la atención a determinados sectores de la educación familiar prepara y favorece la tarea asignada a los padres en el tema de la orientación profesional de sus hijos?

Vocación profesional y educación familiar

Conviene subrayar que ayudar a los hijos a descubrir su vocación profesional no es algo independiente o separable de los restantes aspectos de la educación promovida en la familia. Sucede, por el contrario, que la capacitación de los hijos para adoptar una buena decisión profesional es una consecuencia de haberles ayudado a mejorar en otros sectores de su vida.

Aunque todas las áreas que integran la educación familiar influyen de algún modo en el proceso de orientación profesional, cabe, sin embargo, destacar algunas. Tenemos, por una parte, tres áreas que constituyen otros tantos objetivos educativos para los padres y que están muy relacionados entre sí: el conocimiento de los hijos, la educación de la libertad y la educación para el amor. Existen, por otra parte, otras tres áreas que constituyen tres medios de educación familiar y que también guardan una estrecha relación: los estudios de los hijos, la educación para el trabajo, y la educación para el uso del tiempo libre. Aquí trataremos solamente las tres primeras áreas.

Ayudar a los hijos a descubrir su vocación profesional no es algo separable de los restantes aspectos de la educación familiar

El conocimiento de los hijos

Si los padres quieren ayudar de verdad a sus hijos en la elección de carrera o profesión deben preocuparse de conocerlos en aspectos muy diversos y a lo largo de las sucesivas edades. La vocación profesional se desarrolla y madura a lo largo de muchos años, dando lugar a una evolución del concepto de sí mismo y a unas etapas determinadas. Los padres necesitan, por consiguiente, obtener información para contestar a las siguientes cuestiones:

  1. ¿Qué concepto de sí mismo tiene cada hijo? ¿Hasta qué punto ese ‘retrato mental’ propio es objetivo? ¿Cómo le afecta la imagen que tiene de sí?
  2. ¿En qué etapa del desarrollo vocacional se encuentra el hijo? ¿Va adelantado o retrasado con respecto a la etapa que corresponde a su edad?
  3. ¿Qué rasgos típicos de madurez vocacional va desarrollando a lo largo del tiempo?
  4. ¿Qué tipo de aptitudes –generales y específicas– manifiesta en las diferentes edades?
  5. ¿Qué tipo de intereses van adquiriendo cierta permanencia o estabilidad? ¿Cuándo se detecta una inclinación marcada hacia una determinada actividad?
  6. ¿Se observa cierta coincidencia entre aptitudes e intereses con respecto a algún campo profesional?
  7. ¿El nivel de aspiración profesional es realista, o, por el contrario, está por encima o por debajo de las posibilidades personales?
  8. ¿Cómo es su motivo de logro? (esperanza de éxito o de fracaso ante las actividades profesionales preferidas); ¿hasta qué punto la elección profesional está condicionada por el miedo a fracasar?

Se trata de conocerlos para ayudarles a conocerse mejor a sí mismos. Conviene recordar, en este sentido, que la decisión vocacional es personal e intransferible, y que supone contrastar lo que se sabe de sí mismo –aptitudes, intereses, etc.– con lo que se sabe de la realidad laboral (características y exigencias de las diferentes carreras y profesiones).

Los padres deben ser conscientes de que sus hijos tardan bastante en conocerse a sí mismos con un mínimo de objetividad y amplitud. También deben saber que los hijos no suelen usar adecuadamente la información sobre su propia forma de ser (no le sacan partido con respecto a la elección de carrera o profesión). Estos dos problemas se observan habitualmente en los sueños profesionales de los adolescentes o espejismos de la vocación.

Los padres deben saber que sus hijos tardan bastante en conocerse a sí mismos con un mínimo de objetividad y amplitud

Algunas limitaciones

El conocimiento de los hijos debe ser un objetivo preferente dentro de la educación familiar –influencia de los padres sobre los hijos– y dentro de la orientación familiar (preparación de los padres para realizar su tarea educativa). Pero importa subrayar que no es fácil conocer de forma correcta a los hijos. El conocimiento que muchos padres poseen está afectado por alguna de las siguientes limitaciones:

  • es superficial: se refiere sólo a la conducta externa, ignorando el por qué de esa conducta. Se desconocen, por ejemplo, los motivos que tiene cada hijo para actuar;
  • es parcial o incompleto: por estar polarizados en una sola dimensión de la mejora personal (frecuentemente esta dimensión es la de los estudios);
  • carece de rigor: se manejan conclusiones sobre cómo es el hijo que no están comprobadas;
  • no está actualizado: se juzga al hijo con datos antiguos, sin advertir que se han producido cambios desde entonces. Se entiende el conocimiento como algo cerrado y definitivo;
  • carece de objetividad: se ve a los hijos a través de los deseos, prejuicios y proyectos de los padres.

Todo esto significa que los padres deben ser muy exigentes consigo mismos en lo que se refiere al conocimiento de los hijos. De lo contrario, se exponen a funcionar con etiquetas y caricaturas que deforman lo que sus hijos son. Conocerles exige a los padres que admitan o acepten que cada hijo tiene sus capacidades y tipo de carácter determinados, que estén dispuestos a modificar la opinión que se tiene de cada hijo en función de las nuevas conductas.

Actuar de este modo supone que los padres estén muy atentos a la evolución que experimenta la personalidad de sus hijos en las diferentes edades.

Gerardo Castillo Ceballos es doctor en Pedagogía y profesor emérito de la Universidad de Navarra, donde ha sido profesor y subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación y del Departamento de Educación, y profesor en el Máster sobre Matrimonio y Familia.

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