Conviene que los padres estén muy pendientes del profundo cambio que los hijos suelen experimentar en sus intereses. Sucede, por una parte, que la amplia curiosidad de la niñez se reduce mucho en la adolescencia; por otra, los hijos dejan de actuar en función de las expectativas de los adultos para seguir sus gustos personales. GERARDO CASTILLO

En la segunda infancia –de 3 a 6 años– nos encontramos ya con un rasgo interesante: el niño hace preguntas de un modo casi continuo a sus padres. Es la edad de los por qués. En esta edad el juego permite satisfacer muchas necesidades de creación y de expresión personal. Tal posibilidad aumentará si los padres enseñan al niño nuevos juegos. De este modo, el niño usará distintas capacidades (atención, observación, etc.).

Si decimos que “el juego es el trabajo del niño”, es probable que nos ayude a descubrir algunas de las aptitudes e intereses que manifestará en el futuro trabajo. En esta etapa conviene promover actividades para ejercitarlos como, por ejemplo, el juego, el dibujo y los trabajos manuales.

En la tercera infancia –de 6 a 11 años– aparecen algunas aptitudes: mecánicas, musicales, etc. Se desarrolla mucho la memoria y la capacidad de observación. El paso del juego al trabajo se nota en que el niño se propone terminar las tareas que empieza y obtener un resultado. Puede hablarse, por ello, de que en este periodo nace la actitud de trabajo.

Si en la segunda infancia el pensamiento era todavía intuitivo –simple imitación de los datos que provienen de los sentidos– en la tercera infancia nace la inteligencia lógico-concreta (que consiste en articular entre sí las diferentes intuiciones). Conviene aprovechar la curiosidad del niño hacia su entorno para que lo explore y aprenda a través de experiencias. Para el desarrollo de las nuevas capacidades sigue siendo conveniente el juego, el dibujo y los trabajos manuales.

En la pubertad –12 a 14 años– y adolescencia –15-18– se desarrolla la inteligencia abstracta: la capacidad para pensar en ausencia de objetos y experiencias sensibles. Dentro del pensamiento abstracto cobra mucha importancia el uso de las capacidades de análisis y síntesis.

El paso del juego al trabajo se nota en que el niño se propone
terminar las tareas que empieza y obtener un resultado

La educación de la libertad

La elección de carrera o profesión supone hacer un buen uso de la libertad en un tema trascendental para la vida del hombre. Pero para llegar a esa meta se requiere ejercitar algunas de las capacidades que integran la libertad.

La vocación profesional es un proyecto personal de vida que se formula tras descubrir la llamada o inclinación hacia una modalidad de trabajo. Tras la elaboración del proyecto, viene su realización.

En esta conducta el hombre expresa o manifiesta las diferentes fases y capacidades del proceso decisorio:

  1. Descubrir la inclinación personal hacia una determinada profesión significa haber aclarado qué es lo que se quiere de verdad en la vida. Ello supone, a la vez, capacidad de apertura hacia la realidad.
  2. Este hecho implica:
    • Saber ver todas las posibilidades o alternativas de trabajo que pueden servir para encauzar lo que se quiere. Esto requiere, a su vez, capacidad de informarse.
    • Deliberar en torno a la conveniencia de las diferentes alternativas. Ello exige sopesar los pros y los contras de cada una de ellas y considerar las consecuencias que se siguen. Para realizarlo se necesita capacidad de pensar.
    • La aceptación de una opción o alternativa y el rechazo de las restantes requiere obrar de acuerdo con razones y criterios correctos; significa también saber actuar por propia cuenta, por sí mismo. Se está aludiendo con ello a la capacidad de autonomía.
  3. Llevar a cabo el proyecto profesional equivale a realizar lo decidido. En esta fase se requiere asumir las consecuencias derivadas de la propia decisión, necesitando, pues, madurez vocacional. Entre los rasgos que la caracterizan destacamos cuatro:
    • saber por qué se elige;
    • tomar parte activa en el proceso orientador;
    • saber decidir desprendiéndose de otras posibilidades;
    • adoptar posturas y decisiones auténticamente libres, sabiendo además correr riesgos y apostar por una determinada salida profesional con valentía.

La elección de carrera o profesión supone hacer un buen uso de la libertad
en un tema trascendental para la vida del hombre

Víctimas de los “espejismos de la vocación”

Estos cuatro rasgos expresan otras tantas capacidades integrantes de la libertad:

  • Saber lo que se quiere, a lo que se opone la ignorancia, el gregarismo, la simple imitación, el capricho y las modas.
  • Actuar con responsabilidad, a lo que se opone la pereza y la pasividad.
  • Capacidad de decidir y de realizar lo decidido, a lo que se opone la indecisión, la comodidad y la cobardía.
  • Comportamiento autónomo, a lo que se opone la rigidez, la precipitación y el dejarse llevar por lo primero que entusiasma.

La no superación de estas limitaciones es la causa principal de las elecciones superficiales de carrera o profesión en muchos adolescentes, que se convierten en víctimas de lo que hemos denominado “los espejismos de la vocación”. Así las cosas, ¿qué pueden hacer los padres en su vida diaria para que sus hijos las superen? Hagamos algunas sugerencias:

  1. darles muchas oportunidades para que adopten decisiones personales en cuestiones que no estén por encima de su capacidad;
  2. animarles a que actúen con criterios propios y no por imitación de los demás;
  3. acostumbrarles a reflexionar y a obtener datos antes de tomar una decisión;
  4. proponerles que sean exigentes consigo mismos con respecto a la información necesaria;
  5. ayudarles a descubrir los aciertos y errores habidos en algunas decisiones habituales;
  6. exigirles que lleven a cabo lo que han decidido aunque sea difícil y suponga esfuerzo;
  7. encargarles gestiones que les sirvan para adquirir la costumbre de responder ante los demás de lo que hacen;
  8. infundirles confianza en sí mismos para que superen el miedo a las responsabilidades contraídas.

Este entrenamiento habitual en la capacidad para decidir será muy útil a la hora de adoptar las sucesivas decisiones que se plantean a lo largo de los estudios y que condicionan la posterior elección de profesión.

Gerardo Castillo Ceballos es doctor en Pedagogía y profesor emérito de la Universidad de Navarra, donde ha sido profesor y subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación y del Departamento de Educación, y profesor en el Máster sobre Matrimonio y Familia.

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