Luis Carlos Bellido, lingüista, ha publicado en Rialp un Breve diccionario de términos ambiguos, en el que advierte sobre la importancia de hablar con propiedad y precisión, de hacer un uso recto del lenguaje. A la palabra se la despoja hoy, con inusitada frecuencia, de su significado propio, una suerte de peligrosa tergiversación cuyas implicaciones son más profundas de lo que uno podría imaginar. Pero mejor será que nos lo explique quien de verdad sabe de ello. JULIO MOLINA

PREGUNTA. Dígame, ¿qué le ha llevado a escribir un libro de esta naturaleza? ¿Tan mal nos expresamos?

RESPUESTA. Me temo que es algo de lo que no podemos sentirnos demasiado orgullosos. En mi opinión, por lo que percibo, bastante a menudo nos expresamos equivocadamente. En el libro dejo constancia de ello confrontando vocablos que se confunden generalmente entre sí o se emplean al margen de las acepciones admitidas por el diccionario.

P. De modo que a menudo empleamos palabras que no expresan lo que queremos decir.

R. Exactamente. Es una cuestión que muchas personas, en ocasiones por ignorancia, desatienden, que consideran asumible, incluso trivial; pero lo cierto es que genera una enorme confusión. Para pensar con rigor, para razonar con lógica, hay que dar a cada vocablo su justo sentido. Es un principio de cuyo respeto depende la misma convivencia entre las personas.

“Para razonar con lógica, hay que dar a cada vocablo su justo sentido”

P. En su opinión, ¿guarda relación esta falta de rigor en el lenguaje con los pobres índices de lectura?

R. Desde luego. La lectura forma, instruye a la persona, enriquece y sofistica su pensamiento. La pobreza de vocabulario, sobre todo entre la juventud, es asombrosa, y lo que no se puede nombrar es como si no existiera. Desprovistos de vocabulario limitamos muy mucho el conocimiento tanto de nosotros mismos como del mundo. El sistema educativo, por otra parte, que debería ayudar a corregir esta tendencia, se muestra con frecuencia, en cada uno de sus niveles, inoperante.

P. ¿Y qué se puede hacer?

R. Leer más, por supuesto. Hoy en día, en el ámbito de la comunicación, la preponderancia de la imagen es tal que el lenguaje audiovisual ha arrinconado, e incluso sustituido, al lenguaje escrito, y creo que debemos privilegiarlo de nuevo. Creo que no somos conscientes del bien que puede hacernos el buen uso del lenguaje. Conocer la etimología de las palabras, por ejemplo, conocer su origen –la raíz de la que parten y que las explica–, haría que de nuestros ojos se desprendiera sencillamente esa venda que llevamos puesta contra la realidad.

P. Una venda que impide que veamos las cosas tal como son.

R. Bueno, no es que nos impida ver, más bien deforma lo que vemos. El problema de no saber de qué hablamos es que acabamos hablando por boca de otros, o, dicho de otro modo, quedamos expuestos a la manipulación que sobre nosotros puedan ejercer terceros. Esa amenaza es grave.

P. ¿Se refiere a las ideologías?

R. Esa es un área del pensamiento proclive a tergiversar el significado de las palabras, en efecto; en su afán de introducir determinadas ideas, o determinados postulados, las nuevas ideologías hacen muy frecuentemente un uso torticero del lenguaje. Hay de ello innumerables ejemplos. Cuando se habla, sin ir más lejos, de los derechos de la mujer, se alude en realidad a prácticas aberrantes, que no resisten siquiera el juicio del sentido común. Lo curioso, y del todo preocupante, es que muchas personas dan por buenos semejantes posicionamientos, precisamente por esa falta de criterio, de formación, de la que hablamos.
La manipulación de la palabra no es un fenómeno moderno, pues desde siempre se ha recurrido a ella –y con muy buenos resultados–, pero me atrevería a decir que ahora es un fenómeno más virulento.

“Las nuevas ideologías hacen muy frecuentemente un uso torticero del lenguaje”

P. ¿Qué me dice de las tecnologías?

R. En mi opinión, el uso que se hace de ellas resulta también preocupante. La técnica emplea una terminología muy esquemática, llena de neologismos, que ha creado una neolengua tremendamente pobre. Una nueva lengua que tiende como mínimo a empobrecer el léxico. A los niños, más que enseñarles a pensar o a asombrarse, se les sobreestimula con todos esos ingenios tecnológicos. Hoy en día, sin esas herramientas en sus aulas, un colegio no puede considerarse moderno, y yo me pregunto por qué. Nada de todo eso es malo, claro, pero limita, por lo menos en parte, el desarrollo de importantes capacidades en el alumnado.

P. ¿Qué clase de capacidades?

R. Acabo de leer un libro, Educar en el asombro, de la canadiense Catherine L’Ecuyer, que trata precisamente este asunto. La autora señala que al niño, en general, no se le educa para que penetre e indague en la realidad, sino más bien para que la observe desde fuera, aunque, eso sí, bajo los efectos de una suerte de sobreestimulación provocada por la técnica. Particularmente, creo que debemos poner el acento en enseñar a los niños a pensar con rigor, a plantear bien los problemas, a aplicar en estos la lógica.
La verdad es que recomiendo la lectura de Educar en el asombro encarecidamente, a educadores en general y a padres en particular.

P. Respecto a esa ceguera de la razón de la que habla, ¿no le parece que también contribuye a ella un exceso de emotividad?

R. Creo que sí. La emotividad excesiva nubla también la razón. El dominio del lenguaje, con todo lo que eso implica, ayuda a observar la realidad tal como es, sin filtros, uno de los cuales es sin duda el del sentimentalismo. Ahí puede radicar, de hecho, al menos en parte, el alejamiento de la juventud respecto a la fe, por ejemplo, que en ocasiones habla en términos parecidos a los siguientes: “como no siento, entonces a mí esas cosas no me sugieren nada”. Tengo la sensación de que se siente mucho y se piensa poco.

“Tengo la sensación de que se siente mucho y se piensa poco”

P. La contraposición de vocablos que establece en el libro es muy interesante… Si le parece, para terminar, le voy a proponer que me comente algunos de ellos. Por ejemplo, libertad frente a libre albedrío.

R. A menudo, se confunde la libertad con el libre albedrío. La libertad es la capacidad de elegir los medios adecuados que nos hacen ser nosotros mismos, desarrollar nuestra propia personalidad y no otra. Es un don pero, al mismo tiempo, una tarea que dura toda la vida. El libre albedrío es otra cosa bien distinta. Es la facultad que posee todo ser humano de elegir una cosa u otra. Ser libre no es hacer –como vulgarmente se piensa– lo que a uno le apetece, sino aquello que debe hacer.

P. Opinión frente a verdad.

R. Bueno, opinión y verdad son dos formas de ver la realidad. La opinión es todo aquello que se dice, sin que le corresponda verdad o falsedad, y que depende más bien de las circunstancias, del momento, que hace que una persona tome una postura o la contraria. Conviene respetarla, habida cuenta de que tiene siempre algo de verdad. La verdad, ateniéndonos a la expresión clásica, es la adecuación de la cosa y del intelecto. La opinión es subjetiva y fácil de expresar. La verdad, en cambio, es siempre objetiva y trata de definir la realidad, las cosas como son en sí.

P. Democracia frente a demagogia.

R. La democracia, como su etimología indica, es el gobierno del pueblo. Es, en la actualidad, el régimen de gobierno aceptado prácticamente por todos los países modernos, que admiten la soberanía popular y reconocen los derechos de los ciudadanos. La demagogia, en cambio, es una desvirtuación de la democracia, ya que trata de gobernar mediante la manipulación y las falsas promesas a las masas.

P. Autoridad frente a poder.

R. Es muy corriente confundir autoridad y poder. Tiene autoridad, aunque no disponga de mando o cargo alguno, todo aquel que vive en base a lo que es, y no a lo que uno mismo o los demás quieren que sea. El poder es la facultad, el dominio que se ostenta. Se puede detentar el poder sin autoridad. Así como carecer de un puesto de responsabilidad y, sin embargo, poseer una gran autoridad. La autoridad convence, mientras que el poder se impone.

P. Ser frente a tener.

R. El hombre y la mujer valen más por lo que son que por lo que tienen. Y, por supuesto, la obsesión por tener más y más cosas es un obstáculo para el crecimiento del ser. Ser, ser persona, es la realidad más grande que existe en la naturaleza. La persona humana es casi un dios en miniatura, porque está hecha a imagen y semejanza de su creador. Es sujeto de su propia historia y principio de sus propias acciones, porque está dotado de inteligencia y voluntad. Quien no es no tiene nada, aunque crea y trate de tenerlo todo.

P. Tolerancia frente a permisivismo.

R. La tolerancia es el respeto o consideración hacia las opiniones y comportamientos de los demás. Es un valor que se ha conseguido después de años, yo diría siglos, de guerras, conflictos, etc., y que está en alza. Tolerar es permitir algo sin aprobarlo. El permisivismo, por el contrario, es dar por buena cualquier opinión o acción. Es una actitud pasota y perniciosa, generalizada en la época en que vivimos. La political correctness, como se denomina hoy en día y suena tan bien.