Me gustaría poner de relieve que en la comunicación personal genuina intervienen otros muchos factores, además de la expresión oral; es lo que se conoce como comunicación no verbal, muchas veces más definitiva que la que se lleva a cabo mediante palabras.
TOMÁS MELENDO

“La comunicación no verbal es el espejo de nuestras emociones más ocultas. En efecto, todas las partes de nuestro cuerpo lanzan mensajes que permiten la exteriorización de nuestros sentimientos. Observad a alguien que está encolerizado: su actitud corporal será muy distinta de la adoptada por una persona afectada por el desánimo.” (Hogue, Lise L.)

Pero, sobre todo, querría recordar la función privilegiada que, en estos dominios, desempeña la mirada franca y sincera. Para no alargarme y porque su planteamiento es en extremo penetrante y sagaz, lo haré siguiendo ciertas indicaciones de Carlos Llano:

“Hemos dicho –nos explica– que las personas se relacionan de una manera íntima, ya que la intimidad es la característica propia de la persona (…). Esta intimidad aflora y hasta hace su eclosión en la familia, y lo hace de muchas maneras.

Una de ellas, y quizá la principal y más expresiva, es la comunicación de la mirada. Mirarse a los ojos produce una estrecha relación de la que son incapaces las palabras. Los ojos dicen, expresan, reflejan, traslucen el interior de la persona de una manera más natural y directa que la palabra. Esta puede quedar tácticamente modificada por la inteligencia misma de la que debería ser su expresión natural. La mirada no: el entendimiento y la voluntad no poseen respecto de la expresión visual el mismo dominio de que gozan sobre la palabra. En este sentido, podemos aun afirmar que la mirada traiciona lo que la palabra expresa.

La tintura de hipocresía, la sensación de doblez que deja la persona de lentes oscuros permanentes, es prueba de lo que decimos: quien no quiere que veamos su mirada, algo esconde. Es prueba de lo mismo también el individuo que, durante su conversación con nosotros, no nos mira a los ojos, sino que desvía su mirada a objetos menos vivos que el rostro de su interlocutor.

No estamos refiriéndonos a fenómenos psíquicos de alguna complejidad, sino a la relación vulgar entre personas vulgares como lo puede ser un trato de negociación mercantil. Nos sentimos inseguros de personas con las que no podemos comunicarnos con los ojos, que ocultan su mirada, que no miran de frente.”

“Podemos aun afirmar –explica Llano– que la mirada traiciona lo que
la palabra expresa”

Ojos bien abiertos

Y, abundando sobre el mismo tema, añade: resulta imposible “…entrar en el fondo del alma cuando no podemos hacerlo mediante esas ventanas privilegiadas que son los ojos de nuestro interlocutor. Es verdad que a través de la pantalla televisiva podemos ver los ojos de quien nos habla. Podemos ver sus ojos, sí, pero no podemos ver sus ojos mirando a los nuestros, en donde se condensa la relación visual, y gracias a la que podemos entrar en los estratos más profundos del alma, porque en el mismo momento puede el otro –nuestro interlocutor– entrar a través de nuestros ojos en los estratos profundos de la nuestra.”

Para concluir más tarde: “No es a los ojos a los que hay que atender: es a la mirada que los ojos del otro dirige a los míos. Hasta que esto no se dé (…), no habrá aún verdadera comunicación. No hablamos de comunicación íntima, sentimental, personalizada. Hablamos de comunicación verdadera (porque la verdadera comunicación es íntima, sentimental, personalizada, aunque sea también abstracta, universal y objetiva).”

Resulta fácil advertir el cúmulo de sugerencias que transmiten estos párrafos, entresacados un tanto al azar entre otros de semejante calibre: por ejemplo, las fronteras insuperables que, hoy por hoy, presenta Internet para una auténtica comunicación personal… a pesar de los avances innegables que en esta misma dirección se están realizando. Pero las dimensiones de este escrito impide desarrollarlas como sería deseable.

Sí que estimo interesante, por el contrario, hacer un breve paréntesis para indicar que esta misma actitud es clave cuando nos relacionamos con nuestros hijos, sea cual fuere su edad.

Al respecto, afirma Lyford-Pike, un excelente especialista en psiquiatría infantil: “Siempre hable a sus hijos mirándolos a los ojos”. Y explica de inmediato: “El contacto visual es fundamental para la comunicación humana. Mirar a los niños a los ojos mientras se les habla aumenta la eficacia de cualquier mensaje, al reflejar, la mirada, el cariño y la firmeza que hay detrás de lo que un padre les está diciendo. Un punto importante: A menudo, el niño eludirá la mirada paterna, bajando la cabeza o dándola vuelta. En ese caso, levante suavemente la cabeza de su hijo o hágala girar hasta que sus ojos se encuentren. La incidencia de la mirada en toda forma de interrelación humana está representada en aquella frase tan común: los ojos son el espejo del alma.”

Tomás Melendo es catedrático de Metafísica por la Universidad de Málaga.