Como fundamento de la autoestima se suele invocar una frase de origen jurídico, que se extrapola, a veces con poco cuidado, al ámbito emocional. Se dice que “nadie da lo que no tiene” (nemo dat quod non habet) para justificar que nos dediquemos primero y preferentemente a nosotros mismos y, después, a los demás, dando lugar a una concepción que podría enunciarse así: “ámate a ti, porque sólo si te amas a ti podrás dar a los demás el amor que tienes en ti, pues «nadie da lo que no tiene»”.
JAVIER VIDAL-QUADRAS TRÍAS DE BES

Desde luego, la regla tiene plena aplicación en el terreno jurídico, pues nadie puede dar un bien o un derecho del que carece. Pero más discutible es en el terreno de las emociones, y no digamos en el del amor, que es mucho más que una emoción.

Me atrevería a decir que, si de amores hablamos, lo que en verdad sucede es que “nadie tiene lo que no da” o, si se prefiere, “nadie tiene sino lo que da”. Porque, en este terreno, la manera de tener es dar, hasta el extremo de que el amor que no se da se marchita hasta perder esa condición.

Sin duda, un determinado nivel de autoestima es imprescindible, porque la ausencia total o grave de autoestima puede incapacitar para el amor; pero, en condiciones normales, no hace falta que nadie nos recuerde que hemos de amarnos a nosotros mismos. Más bien se observa lo contrario, que nuestra sociedad occidental es una sociedad saturada de yo.

Ahora bien, cubierto ese nivel, cuando se trata de amar a los otros, insisto, más que dar lo que tenemos, tenemos lo que damos y perdemos lo que intentamos retener. ¿O no es verdad que el cariño que no se entrega, las caricias que no se dan, la palabra que no sale de nuestra boca, la carta que no se escribe o el beso que no se regala, nunca llegan a poseerse como actos de amor? ¿No es más cierto que el amor que no se entrega, o no existe o no es amor?

Cuando se trata de amar a los otros, más que dar lo que tenemos, tenemos lo que damos y perdemos lo que intentamos retener

El dinamismo propio del amor

En los actos de amor suele darse una simultaneidad y un condicionamiento recíproco entre posesión y entrega: poseemos para el amor en cuanto entregamos, y dejamos de poseer en cuanto retenemos.

Por otra parte, ¿quién dice que no se puede dar alegría desde la tristeza, serenidad desde el dolor o paz desde la amargura, desde el profundo sufrimiento?

Quisiera recordar una película que tuvo gran éxito comercial: La vida es bella se titulaba en castellano, del director y actor italiano Roberto Benigni. Cuenta la historia de una familia judía italiana que, tras unos románticos años, es deportada a un campo de concentración durante la ocupación nazi. En ella vemos a un padre que logra dar a su hijo lo que él no consigue para sí en aquel infierno: esperanza desde el desespero, serenidad desde la tribulación, fuerza desde la debilidad, alegría desde la profunda tristeza, y, en el momento final, vida desde la muerte. Un padre actuando continuamente sin otra motivación que el amor a su hijo.

¡Éste es el dinamismo propio del amor!: no dar sólo lo que uno tiene, sino adquirir lo que le falta a fuerza de darlo a los demás, porque los bienes del corazón se adquieren antes y mejor dándolos que reteniéndolos.

En el terreno del corazón, se puede ¡y se debe! dar lo que no se tiene, porque sólo dándolo se logrará poseerlo. Ése es el camino clásico para amar: no amarse a uno mismo y autosugestionarse con que uno es un buen amante, sino comenzar a realizar actos encaminados al amor, actos de entrega y donación de sí, pero siempre por razón de otro, olvidándose de uno mismo, porque, como recordó Kierkegaard: “la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, se abre hacia fuera, hacia los otros”.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes es secretario general de IFFD y subdirector del Instituto de Estudios Superiores de la Familia de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC).