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Personalismo versus individualismo y colectivismo

por Julio Molina | Sep 4, 2020 | Antropología, Familia y Cultura | 0 Comentarios

El concepto de persona es un concepto relacional, cuestión que tiene extraordinarias y profundas repercusiones prácticas. Ser persona es algo más que ser individuo, un yo autónomo y autárquico; y bien distinto también de ser un simple elemento de una totalidad que sería lo verdaderamente primario e importante.
MIGUEL ÁNGEL MARCO DE CARLOS

El personalismo filosófico –los personalismos, sería mejor decir– comienza a surgir como reacción contra los errores del individualismo insolidario del siglo XIX, que se demuestra en la práctica como un grave error. Su campo se amplía para criticar los errores de su opuesto, el colectivismo totalitario, cuyos efectos lesivos para el propio hombre lo descalifican como hipótesis válida en Antropología. La historia de los dos últimos siglos se ha encargado de invalidar en la práctica esas dos hipótesis. Históricamente, pues, el personalismo renovado aparece a mediados del siglo XX como un intento de renovación de la Antropología. Uno de los representantes más significados de esta corriente, Martin Buber, describía así la situación: “No queda más remedio que la rebelión de la persona por la causa de la libertad de la relación. Veo asomar en el horizonte, con la lentitud de todos los acontecimientos de la historia humana, un descontento tan enorme como no se ha conocido jamás. No se tratará, como hasta ahora, de oponerse a una tendencia dominante en nombre de otras sino de rebelarse contra la falsa realización de un gran anhelo de comunión, el anhelo de su realización auténtica. Se luchará contra su imagen deformada y por su forma pura tal como ha sido contemplada por generaciones humanas llenas de fe y de esperanza”.

El concepto de persona se define en oposición tanto a la idea de hombre como individualidad anónima, simple y casi indiferenciada parte de un todo que sería lo esencial, como al individuo soberano, y autárquico, al hombre solo e insolidario. El personalismo, sin embargo, en su valoración del hombre, trata de no atenerse a ninguna imagen previa; su punto de partida es la realidad misma que el hombre experimenta viviendo su vida: el hombre como unidad irreemplazable de pensamiento, amor y acción (Domingo).

La estructura de la persona es dialógica, en el sentido de que la persona se afirma y se despliega en diálogo abierto con los demás. La persona es producto del encuentro (no del encontronazo, como en el individualismo, ni de la confrontación, como en el colectivismo). Los vínculos que la construyen no son las simples relaciones externas, materiales, puramente funcionales como las que se dan por ejemplo en los insectos gregarios: abejas, hormigas, etc. Se trata de auténticas relaciones de mutuo reconocimiento e intercambio a todos los niveles: intelectual, afectivo y práctico. En el hombre esa relacionalidad es esencial para el recrecimiento y la expansión de lo personal. Con ello se quiere significar algo más que la obvia constatación de que el hombre es un ser capaz de establecer relaciones de muy diverso tipo con su entorno; se intenta dar a entender que la maduración y la densidad de su ser-persona está en dependencia inmediata de la calidad e intensidad de esos vínculos. El hombre solo y solitario, el hombre aislado y anónimo, el hombre insolidario, que sólo genera y soporta relaciones casi exclusivamente biológicas, funcionales, son muñones de persona, personalidades atrofiadas. Lo que singulariza al mundo humano, por encima de todo, es que en él se da entre un miembro y otro algo que no encuentra parangón en ningún otro ámbito de la naturaleza.

Esos vínculos pasivos y activos que el hombre establece o soporta, son los que dotan de significado y confieren identidad a la persona como tal. De alguna manera se podría aclarar esto diciendo que el camino hacia el encuentro de su identidad como persona comienza para el niño no principalmente por el alimento y la protección que recibe apenas engendrado, sino sobre todo por la afectuosa relación con la madre, ya desde el mismo seno materno, y después con el padre. La primera sonrisa del niño, provocada por la sonrisa materna, es la primera manifestación expresiva de la persona: la criatura se siente envuelta en un ambiente en el que se encuentra acogida, y en el que va adquiriendo gradualmente conciencia de su propia identidad y valor a través de esa relación parental afectuosa (von Balthasar). La familia es el humus existencial de la persona, su condición de posibilidad.

Miguel Ángel Marco de Carlos es teólogo y profesor de Teología.

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