Decir que la realidad de la persona es esencialmente relacional significa que la relación yo-tú es una relación constitutiva, indesligable: yo y tú son palabras que se deben decir a la vez (Buber), porque se implican mutuamente. Ese tú que se comienza dirigiendo primero a la madre y después al padre, se amplía posteriormente al ámbito familiar, al amigo, al enamorado o a la enamorada, y finalmente debería dirigirse a todos los hombres. MIGUEL ÁNGEL MARCO DE CARLOS
No entramos ahora en las causas que impiden o dificultan este progreso en cualquiera de sus pasos, pero sí conviene dejar constancia de su importancia esencial: el progreso en humanidad debería abarcar todo el proceso completo, sin detenerse en ninguna de las etapas intermedias. De ahí la importancia esencial de la familia y de los valores transmitidos en el ámbito familiar.
Lo propiamente humano es la creación y el cuidado de esos espacios de humanidad, espacios de convergencia personal, en los que el hecho mismo de compartir algo en común genera el acercamiento entre los miembros y contribuye a crear relaciones de valoración positiva entre ellos. El primero y esencial de esos ámbitos es la familia, donde todo es compartido y cada uno es valorado por lo que es, y no por lo que tiene. La familia no es un puro ámbito biológico-funcional, sino el lugar determinante en el que el ser humano se desarrolla propiamente como persona porque en ella adquiere conciencia de su singularidad, de su propio valor y de su irrepetible dignidad. La familia es, por tanto, la defensa de la concepción del hombre como persona frente a cualquier intento de reducción solipsista de la naturaleza humana, y frente al peligro también de homogeneización totalitaria, de instrumentación y manipulación por parte de los poderes fácticos, operación que en último extremo abocaría a la despersonalización del individuo humano, convertido en esclavo sumiso.
Después está toda esa trama de relaciones cordiales entre los miembros de un grupo en que consiste la amistad y, en un ámbito más amplio, las relaciones de cordialidad con quienes están o pasan a nuestro lado. Es la propuesta defendida en Smoke, película que constituye todo un alegato contra el modo de vivir aislacionista e insolidario. Lo que los protagonistas del film comparten inicialmente es su afición al tabaco; el humo aquí no quiere ser sino el símbolo de algo sencillo y leve que se comparte, pero que se convierte en ocasión y punto de partida para compartir cosas más esenciales. Ese mutuo compartir hace a los hombres más humanos, y mejores. De aquí, entre otras cosas, la importancia que para el hombre tiene la amistad como complemento de la familia en cuanto espacio privilegiado de humanidad, de defensa de la originalidad de cada ser humano, ámbito de resistencia de la libertad frente a cualquier intento de tratar al hombre como un puro instrumento.
El mutuo compartir de la amistad hace a los hombres más humanos, y mejores
La relación yo-ello
Completamente distinta de la relación yo-tú es la relación yo-ello, en la que está ausente la intimidad y familiaridad afectuosa que se da en la primera. La relación yo-ello es una relación de objetividad, entendiendo este concepto no como se entiende en la conversación ordinaria –en la que es sinónimo de condición necesaria para toda valoración justa en el juicio–, sino como una relación no interpersonal. Objetividad, en este sentido, y contra lo que pudiera parecer, no es siempre condición de un mayor contenido de verdad en los juicios. Cuando el objeto es en realidad una persona y no una cosa, el contenido de verdad de los juicios establecidos a través de una relación objetivista será menos significativo que los contenidos establecidos con base en una relación personalista. Así, alguien que juzga sobre una mujer diciendo de ella, por ejemplo, que se trata de una persona de sexo femenino, de 1,72 m. de altura, ojos grises, pelo castaño, carácter tranquilo, etc., por más datos que pueda dar no estará expresando más verdad, ni una verdad más profunda, que quien dice, como sólo un hijo puede decir: “es mi madre”. De igual manera, un médico no se engaña cuando trata al paciente como un organismo enfermo; se engañaría si lo tratara como si sólo fuera un cuerpo enfermo, que puede manipular como si fuera un objeto, un ello.
Esta distinción es de una extraordinaria importancia práctica, porque significa que a las cosas hay que manejarlas como cosas y a las personas hay que tratarlas como personas y no como cosas, no como meros objetos o simples instrumentos que uno pueda manejar a su antojo, en su propio beneficio. Cuando se actúa de este modo, las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de ser humanos. Cuando esta distinción no se respeta en la práctica –porque en teoría no hay dificultades en admitirla–, se desvanece o desaparece aquello que hace humana la vida de los hombres: la vida se deshumaniza.
El mundo es precisamente el tejido que los hombres elaboramos con esos dos hilos, con ese doble tipo de relación con que el hombre entra en relación con su entorno: personas y cosas. Esas relaciones son dos modos distintos de mirar y, por tanto, de entender y de actuar. Confundir los hilos, o no distinguirlos suficientemente provoca muy serios inconvenientes. La película Ciudadano Kane, ilustra magistralmente ese error. Es la historia del estruendoso fracaso como persona de alguien que a ojos de la opinión pública es un triunfador, orgulloso de sí mismo. La clave de ese fracaso es precisamente ésta: Kane trataba a las personas como si fueran cosas, las compraba, las usaba y, cuando ya no le servían, las tiraba. Eso ha hecho siempre con todos; no sólo con sus rivales sino también con sus mujeres, con sus amigos, con sus colaboradores. Sólo al final, cuando ya no tiene remedio, descubre el error. Vagando solitario por las estancias enormes de Xanadú, el fastuoso y descomunal palacio que, en su megalomanía, se hizo construir, se da cuenta de que daría todo lo que tiene, todas las fabulosas riquezas que ha conseguido acumular, con tal de conseguir aquello que le falta y que entonces reconoce como esencial: esas relaciones afectuosas que hacen humana la vida, que liberan de la soledad y confieren sentido, el camino que él no siguió cuando eligió triunfar a base de comprar y vender.
Miguel Ángel Marco de Carlos es teólogo y profesor de Teología.
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