Pilar Lacorte Tierz es subdirectora de Docencia del Instituto de Estudios Superiores de la Familia, de la Universidad Internacional de Cataluña (UIC), y coordinadora del Postgrado online en Matrimonio y Educación Familiar que ese mismo Instituto imparte. A la vista del prestigio de esta iniciativa, hemos querido hablar con ella de su exitosa andadura.
JULIO MOLINA
PREGUNTA. En primer lugar, dígame cómo nace este postgrado.
RESPUESTA. La Universidad Internacional de Cataluña, en base a su ideario inspirado en el humanismo cristiano, siempre ha tenido presente que alrededor de la persona y la familia pivota el mundo del conocimiento. La familia, como realidad transversal que conecta de una u otra forma con las distintas ramas del saber, sustenta todas las actividades que se promueven desde esta institución. Prueba de ello es que naciera en su seno el Instituto de Estudios Superiores de la Familia, que es hoy una entidad de referencia en este campo y que, entre otras iniciativas, pusiera en marcha hace 15 años el postgrado del que ahora hablamos.
P. ¿Y qué particularidades presenta?
R. Como puede ver en el temario, el postgrado tiene una fuerte carga antropológica. Entendemos que es imprescindible saber quién y cómo es la persona, indagar en su naturaleza humana, para estar en disposición de convenir a continuación que tiene un modo de amar especial que se concreta en el matrimonio y la familia. Se podría decir que el matrimonio se ajusta a la forma específica de amar de hombres y mujeres, y que la familia es el ámbito genuino, el escenario ideal, en que ese amor crece y se desarrolla. Persona, matrimonio y familia, y educación familiar, en un segundo módulo, son los ejes vertebradores del curso.
P. Se desprende de sus palabras que el matrimonio es una institución natural.
R. Nuestro objetivo es que los alumnos reflexionen y saquen sus propias conclusiones. Es cierto que en determinados círculos se habla del matrimonio como una fórmula externa que se aplica a la persona, pero si se conoce su naturaleza, si se entiende su ser genuinamente humano, sus dimensiones afectiva, psicológica y corporal como partes de un todo coherente que capacita para amar plenamente, se puede deducir sin demasiada dificultad que el matrimonio y la familia no son construcciones culturales, un producto del devenir de los tiempos.
Ciertamente, existe confusión. La familia se desenvuelve en una realidad cambiante, que progresa a una velocidad vertiginosa y se pregunta y pone en duda todo cuanto acontece en ella. Al fin y al cabo, somos hijos de la posmodernidad. A lo largo de estos años hemos percibido esta circunstancia al tratar algunos temas. Por ejemplo el de la verdad, que se observa en mayor o menor grado con recelo. Y más recientemente el de la sexualidad, que levanta siempre ciertas controversias. Es una cuestión a la que conviene seguir dedicando especial atención, porque saber qué significa ser hombre o ser mujer, ser personas sexuadas, resulta imprescindible no ya para entender la realidad familiar, sino para entendernos a nosotros mismos. La sociedad actual concibe la sexualidad bien de un modo –pasmosamente– superficial, bien de un modo huidizo y preventivo, lo que dificulta observar su verdadera preciosidad.
“Saber qué significa ser hombre o ser mujer resulta imprescindible para
entendernos a nosotros mismos”
P. ¿No resulta el postgrado demasiado teórico?
R. Quizás a tenor de lo que hablamos, pero en ningún caso es así. Somos conscientes de la importancia de plasmar la base teórica que proporcionamos en la vida diaria. El curso tiene una decidida vocación práctica. El postgrado se divide en 19 temas, cuyos respectivos materiales obligatorios no son exhaustivos; realizamos una exposición teórica de cada tema que el alumno, en función de su disponibilidad personal, tiene la oportunidad de apuntalar paralelamente, gracias a toda una serie de materiales complementarios que ponemos a su disposición. Eso en lo que concierne a la parte teórica.
En la vertiente práctica, cada tema incluye dos casos prácticos para establecer precisamente esa conexión entre el aula y la vida real a la que usted aludía. A través del cine, la literatura o la prensa –en realidad a través de cualquier manifestación cultural–, el alumno descubre cómo esa teoría antropológica aparentemente suspendida en el aire toma tierra en la vida de las personas. A través de esa realidad el hombre se percibe a sí mismo con mayor claridad que desde el plano discursivo.
P. Se trata de un postgrado online.
R. Efectivamente. Es un formato que cuenta con muchas ventajas, aunque también con algún inconveniente. Este tipo de cursos, por su propia naturaleza, corre por ejemplo el riesgo de distanciar en exceso al docente de los alumnos, de tal modo que éstos sientan falta de apoyo o seguimiento, una sensación de aislamiento que, llegado el caso, puede provocar incluso su abandono. Por suerte, en nuestro caso, el abandono es mínimo, y se debe más a cuestiones personales –de enfermedad u otra clase– que a cuestiones relativas a falta de motivación y ánimo. Contamos con la figura del tutor, pero de un tutor que desempeña un papel activo –alejado de la imagen del tutor recluido en su despacho y más o menos inaccesible–, que no sólo ayuda a aclarar dudas académicas, sino que impulsa al alumno, le motiva, facilitando el buen cumplimiento de sus estudios. Se trata de una herramienta clave, que explica en buena parte el éxito de esta iniciativa, que no en vano se imparte ininterrumpidamente desde hace más 15 años.
P. ¿Cuánto dura?
R. Aproximadamente un año. El temario se desarrolla de octubre a finales de julio, y durante agosto y parte de septiembre cada alumno elabora un trabajo de fin de grado bajo la supervisión de su tutor. Se podría decir que los alumnos completan sus estudios en octubre, cuando da inicio el curso siguiente.
P. ¿Qué puede decirme de ese trabajo final?
R. Con la ayuda del tutor, como le digo, el alumno se acoge a una de estas dos opciones: bien realizar un pequeño ensayo –un trabajo de investigación que aluda a alguno de los temas estudiados en el postgrado–, bien realizar un caso completo para la orientación familiar, que incluya no sólo su planteamiento, sino todo el material necesario –moderador, notas técnicas, base bibliográfica, etc.– para su desarrollo en una sesión. He de decir que los alumnos realizan trabajos notables, cuyos temas son a veces del todo sugerentes. Recuerdo algunos muy interesantes, sobre cómo transforma el dolor la vida familiar, por ejemplo, o las crisis conyugales.
P. ¿Hay exámenes?
R. Sí, cinco o seis exámenes. Hemos dividido el temario en bloques de cinco o seis temas de los que hacemos pruebas parciales, para que no se acumule a lo largo del curso demasiado material. Sin embargo, no se trata de recitar de memoria unos contenidos, sino de que el alumno vaya asimilándolos, haciéndolos suyos.
P. ¿Con cuántos alumnos cuentan?
R. Durante los primeros años tuvimos una avalancha quizás excesiva de alumnos. Ahora se matriculan de forma regular entre 50 ó 60, lo que no deja de ser un número considerable, del que sentirse muy satisfecho.
Es interesante señalar, ahora que nos referimos a los alumnos, que su perfil ha cambiado a lo largo de estos años. En la actualidad son más jóvenes, y tienen lógicamente necesidades distintas. Si al principio buena parte del alumnado estaba compuesto por orientadores familiares, y luego también por profesores –el curso se ha convertido en una herramienta muy útil para los docentes, que adquieren habilidades para ayudar a las familias a tener el protagonismo educador que les es propio–, se han ido luego incorporando muchos padres y madres, conscientes de sus limitaciones como esposos y padres.
Es un cambio de tendencia digno de consideración, porque implica haber caído en la cuenta de que si bien por ejemplo queremos educar, no sabemos muchas veces cómo hacerlo. Algunas alumnas me han dicho que el curso les ha servido para fundamentar lo que son y hacen como esposas y madres, lo que sin duda refuerza nuestro trabajo y confirma que el postgrado cumple sus objetivos.
“El curso se ha convertido en una herramienta muy útil para los docentes”
P. Es posible que vivamos la realidad familiar tan de cerca que demos por supuestas demasiadas cosas.
R. Así es. Al estudiar una realidad a fondo, se repara en aspectos que habían pasado desapercibidos, surgen multitud de temas de conversación, preguntas y oportunidades de mejora. Es lo que ha sucedido muy especialmente con los matrimonios que se han matriculado; para ambos cónyuges ha supuesto un punto de inflexión. Cuando uno sabe cómo funcionan las cosas, luego tiene más capacidad de llevarlas a su plenitud.
Es característico de nuestro tiempo el recurso a lemas o eslóganes –“dar tiempo de calidad a los hijos”, “querer al marido o a la mujer”, “la familia es lo más importante”, etc.–, pero conviene muy mucho sustentarlo, y ese es nuestro propósito.
Quizás, viéndolo en perspectiva, todo esto se reduzca a aprender a amar mejor. En la última parte del curso, cuando ya hemos puesto los cimientos teóricos sobre la persona, el matrimonio y la familia, nos referimos a la educación familiar, que no es sino la educación para el amor. Ahora bien: ¿cómo se concreta eso?, ¿qué quiere decir que la familia es la principal escuela de amor? Explicarlo exige recorrer un itinerario: en una primera parte, saber qué son las relaciones familiares, por qué son tan importantes en la educación y por qué educan y cómo educan; en una segunda, saber cómo educan en cada uno de los distintos dinamismos de la persona –la inteligencia, la voluntad, la libertad, los sentimientos–; y en una tercera, aprender que así es en realidad como nos educamos, nos capacitamos, para amar mejor. Es lo que la sabiduría clásica llamaba “la educación de las virtudes”, que en el curso entendemos que son los recursos con los que contamos para crecer en el amor.
Más información en: www.uic.es/es/iesf/master-orientacion-familiar