Cuando el mundo gira enamorado. Una semblanza de Viktor Frankl, publicado por Rialp, va ya por la 16ª edición, ha vendido más de 30.000 ejemplares, y se ha traducido al italiano y al brasileño. A la vista de semejante éxito, no hemos querido dejar pasar la oportunidad de hablar con su autor, el periodista y escritor Rafael de los Ríos, para que nos acerque el pensamiento de un hombre cuya influencia a día de hoy, como vemos, sigue siendo de lo más operativa. JULIO MOLINA
PREGUNTA. En primer lugar, introdúzcanos al doctor Viktor Frankl. ¿Quién y cómo era antes de que fuera deportado a un campo de concentración?
RESPUESTA. Fue psiquiatra. Nació en Viena en 1905 y murió a la edad de 92 años. Hasta 1942, estuvo trabajando en una clínica judía en Viena, hasta que finalmente él y su familia fueron tomados prisioneros por los nazis y llevados a los campos de concentración. Sólo él y una de sus hermanas lograron sobrevivir.
Doctor en Medicina a los 25 años, Frankl se especializó en Neurología y Psiquiatría. Desde muy pronto mantuvo contacto con Freud (Primera Escuela de Viena de Psicología); pero se apartó más tarde del psicoanálisis. Siguió entonces la psicología individual de Adler (Segunda Escuela Vienesa de Psicología), que también acabó abandonando, para formar su propia escuela, la Logoterapia o la Tercera Escuela Vienesa de Psicología.
P. Muchos lectores lo han tenido por católico.
R. Cierto, tiene tantos seguidores en los cinco continentes que algunos piensan que era católico. Pero él permaneció fiel a la fe de sus padres y de su jovencísima mujer, Tilly, mártires de la persecución nazi.
De hecho, Frankl pudo abandonar Viena y huir de los campos de concentración –había conseguido un visado– pero no lo hizo porque encontró una tablilla donde estaba escrito el 4º Mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Y permaneció junto a ellos.
Era creyente hebreo, buen conocedor de la Biblia y del cristianismo (su segunda esposa, Elly, era católica). Si le preguntaban qué valores habría que promover para combatir el vacío existencial, solía responder: “los Diez Mandamientos”.
“Algunas veces –dice Torelló, psiquiatra y sacerdote, gran amigo suyo– aparecía con su mujer católica donde yo celebraba Misa. Me pidió que bautizara a su primera nieta (Catalina Rebeca). Y también me pidió que le acompañara en sus visitas al Papa Pablo VI y a San Josemaría, de quien dijo: «Este hombre es una bomba atómica espiritual»”.
“Si le preguntaban qué valores habría que promover, solía responder:
«los Diez Mandamientos»”
P. ¿En qué sentido discrepó de Sigmund Freud y Alfred Adler?
R. Conoció personalmente a Freud, para quien el motor de todos los actos del hombre es el afán de placer. No podía estar de acuerdo con su antropología. Se apartó de él para seguir la Escuela de Adler, de donde fue expulsado. Según Adler, el motor de todos los actos del hombre es el afán de poder. Pero Frankl, naturalmente, tampoco estaba de acuerdo. Ya en su cabeza latía la Tercera Escuela de Viena: lo que realmente mueve al hombre es la búsqueda de sentido de la vida. Esa voluntad de sentido clama incansablemente en cada persona –por contraste con la voluntad de placer freudiana y con la voluntad de poder adleriana–; y también su disertar constante sobre los valores (creativos, vividos y de actitud), siguiendo al mejor Max Scheller, por no hablar de sus famosas “diez tesis sobre el hombre”.
P. Hábleme de la estancia de este hombre en aquellos campos de concentración. ¿Cómo afrontó aquel tiempo?
R. El primer día de su cautiverio en Auschwitz, a Frankl le dieron las ropas de un prisionero que había sido enviado a la cámara de gas. En cuanto se vistió, introdujo sus manos en el bolsillo de la cochambrosa chaqueta. Lo que encontró fue una página arrancada de un libro de oraciones en hebreo, que contenía la más importante oración judía, la Shema Yisrael (Escucha Israel). Viktor la leyó lentamente: “Escucha Israel: el Señor es tu Dios. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Que estas palabras que Yo te he dicho hoy estén en tu corazón”. El psiquiatra se quedó pensando: “¿Cómo interpretar esta coincidencia, sino como el desafío para vivir mis pensamientos en vez de limitarme a ponerlos sobre el papel?”.
P. ¿De qué modo influyó el cautiverio en sus planteamientos vitales? ¿Cambiaron en algo o, sencillamente, se fortalecieron?
R. Se fortalecieron sin duda. Cuando fue internado en los campos de concentración –donde cumplió 40 años de edad–, Frankl ya había madurado suficientemente su pensamiento. Tenía, además, la experiencia de haber tratado a cientos de personas con depresión, debido a la Primera Guerra Mundial. Obviamente, la experiencia en esos campos le hace madurar aún más. Allí ayuda a muchos otros compañeros. Por eso, llega a escribir: “¿Qué es, finalmente, el hombre? El hombre es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ideó las cámaras de gas; pero también es el ser que entró en las cámaras de gas con la cabeza alta y el Padrenuestro o la Shema Yisrael en sus labios”.
“En su cabeza latía la Tercera Escuela de Viena: lo que realmente mueve al hombre es la búsqueda de sentido de la vida”
P. Como psiquiatra, fundó la logoterapia, la llamada Tercera Escuela de Viena. Frankl habla de la voluntad o búsqueda de sentido del hombre. ¿Qué quiere decir?
R. Estas dos palabras “logo” y “terapia” significan en Frankl dos cosas claras: “terapia” es cuidar o atender, como es sabido. “Logos” equivale a “sentido”. ¿Y qué significa sentido en Frankl? Pues, sencillamente, destino del hombre; pero también algo por lo que vale la pena vivir y morir, porque Frankl coloca un muro contra el que se estrellan todas las formas del racionalismo y del postmodernismo antirracionalista. Cree en la trascendencia de la persona: hombre y mujer, sano o enfermo, intelectual o campesino, vivimos todos para servir y amar, todos tenemos siempre personas y valores a los que dedicarnos, superando el aislamiento egoísta. Y en el horizonte aparece Dios, máxima Persona, como último sentido de toda la Creación, de la trascendencia de la persona y de la consistencia de los verdaderos valores. Por eso, Frankl solía decir a sus oyentes estadounidenses que la Estatua de la Libertad, en la costa oriental, necesitaba un complemento: una Estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.
P. He apuntado dos citas que me gustaría que comentara. Primera: “El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida”.
R. Para Frankl, es la vida como tal la que interroga al ser humano. Digamos que el hombre no tiene nada que preguntar; es más bien preguntado por la vida, y entonces es él quien tiene que responder a la vida y responsabilizarse ante ella. Como subraya el psiquiatra vienés, “la vida exige a todo hombre una contribución y depende del individuo descubrir en qué consiste”.
P. “La felicidad no puede ser perseguida, debe ser una consecuencia.”
R. Con su gran capacidad de divulgación, aquí Frankl utiliza las famosas metáforas del cazamariposas y del boomerang. “La felicidad es como una mariposa –escribe–. Cuanto más la persigues más huye”. Y esta otra: “La felicidad es como un boomerang que no alcanza ningún objetivo y que, entonces, se vuelve contra uno mismo”. Porque la felicidad está en amar a una persona o en realizar una tarea para servir. Por eso, la persona que busca la felicidad o el placer sin más se está equivocando. La felicidad es algo que acompaña al amor o a la tarea. Y, si se busca por sí misma, es “una mariposa que huye o un boomerang que ha fallado su blanco y vuelve al lugar que ha sido lanzado”. Muchas enfermedades psicológicas de nuestro tiempo radican en que se busca el placer, pero no el sentido de la vida.
P. Tengo una curiosidad sobre el título de su libro. ¿A qué se debe eso de “Cuando el mundo gira enamorado”?
R. El día en que su joven esposa Tilly celebraba su cumpleaños, él le regaló unos pendientes. Eran dos pequeños globos que representaban la Tierra; dos globos de oro, con los océanos esmaltados de azul, y sobre la banda del ecuador, también dorada, una inscripción donde podía leerse: “El mundo gira enamorado”. El dueño de la tienda le dijo que eran “los únicos pendientes de esta clase que existen en Viena”. Más tarde, fuera ya del campo de concentración, encontró uno de ellos y pudo contemplar una y otra vez el pendiente de oro: “Está ligeramente abollado –pensó–, pero aun así el mundo sigue girando enamorado”.