Estudios realizados sobre la herencia genética que los hijos reciben de sus padres coinciden en lo siguiente: en cuanto al físico, la influencia es muy grande (con una estimación cuantitativa del orden del 70%-80%); en cuanto a la capacidad intelectual, la influencia es importante (en torno al 40%-50%); y en cuanto a los hábitos de conducta, la influencia es bastante baja (se le concede un valor de apenas el 10%). AURELI VILLAR

Los datos demuestran, así las cosas –y para alivio de los padres–, que en lo relativo a la formación del carácter de los hijos casi todo está por hacer; dependerá en gran medida del ejemplo que den los padres y del ambiente formativo que sean capaces de crear en casa.

Lo que, más allá de este esperanzador punto de partida, resulta fundamental, es que los padres conozcan muy bien a cada uno de sus hijos, especialmente en tres puntos:

  1. Su temperamento.
  2. Las características propias de su edad.
  3. Su singularidad en el momento actual.

Para ello, puede ser útil estudiar la clasificación de temperamentos establecida por Le Senne o leer algún libro que contemple las características propias de la etapa evolutiva en cuestión, así como conocer –y tener muy presentes– las impresiones que de los hijos tengan sus profesores. Lo importante, sea como fuere, es conocer al hijo tanto como sea posible para poder predecir la manera en que se conducirá ante cualquier situación.

Valores distintivos

Son muchos los valores que favorecen el pleno desarrollo de la persona, y todos tienen, desde luego, su importancia; sin embargo, en relación con la formación del carácter de los hijos, cabe destacar algunos que, de forma más directa, configuran esos cinco rasgos ya citados con anterioridad. Para potenciar cada uno de ellos, se sugieren a continuación una serie de acciones:

  1. Favorecer aquellas manifestaciones que encaucen la virtud de la fortaleza.
  2. Aprovechar cualquier oportunidad para darles criterio sobre temas fundamentales (el sentido de la vida, la dignidad de la persona, el amor humano, etc.).
  3. Enseñarles a respetar una unidad de vida, sin vacíos ni compartimentos estancos en sus modos de proceder.
  4. Propiciar circunstancias en las que los hijos tengan que actuar con responsabilidad personal. Evitar la sobreprotección, de manera que realicen todo aquello que deban –y puedan– hacer por sí mismos.
  5. Cuidar lo relativo a la formación de la conciencia de modo que en el momento oportuno, voluntariamente, obren el bien o eviten el mal.

Es preciso que los hijos realicen todo aquello que deban
–y puedan– hacer por sí mismos

Orientar los esfuerzos educativos

Acudiendo a una comparación recurrente, cabría decir que las labores del campo y la tarea educativa guardan similitudes: para que el rendimiento de un cultivo sea óptimo, no basta con dotarlo de buena simiente, sino regarlo a su debido tiempo, nutrirlo con el abono adecuado, preservarlo en ocasiones de alguna plaga, y vigilar incluso la cosecha para que no la roben; los padres, por su parte, han de evitar –en lo posible– las influencias externas al ámbito familiar que puedan interferir en los objetivos sugeridos anteriormente, o apoyar, en su caso, aquellas otras que ayuden positivamente a conseguirlos. En este sentido, es importante que los hijos participen en actividades formativas (que no lo son, por cierto, en sí mismas, sino en la medida en que estén dirigidas por personas de conducta ejemplar y persigan con ellas objetivos formativos).

Hay padres que centran todos sus esfuerzos educativos en proporcionar a sus hijos posibilidades de supuesto éxito en la vida: buena preparación académica; conocimientos de idiomas; vasta cultura; un buen nivel en el manejo de un instrumento musical, por ejemplo, o en la práctica de algún deporte. No hay nada que objetar, desde luego, aunque sólo eso no basta: todos sabemos que en algunos ámbitos no menores de la vida real la adquisición de esas habilidades no es operativa, que vivir plenamente el matrimonio, por ejemplo, depende de manera decisiva del buen carácter que cada uno de los cónyuges haya ido forjando a lo largo del tiempo. Por eso es necesario que los padres se percaten de que sus hijos serán –con mayor a menor éxito– más felices y, sobre todo, más útiles para la sociedad, si no descuidan esta parcela tan importante de su tarea educativa.

Aureli Villar es pedagogo y moderador del FERT.